30/9/07

UN GALGO ENTRE LA NIEBLA

Podría empezar diciendo: “Un pueblo envuelto en niebla y de pronto, un galgo”. Pero no fue exactamente así.
De nuevo: Las calles de un pueblo castellano envueltas en la niebla, y un galgo surgiendo de repente.
Sin embargo, las calles no estaban envueltas en niebla sino que ellas envolvían la niebla y le daban cauce. Era un tránsito de la niebla a través de las calles, encajonada en ellas como una multitud átona y compacta. Silenciosa. Sorda. En los márgenes, casas de adobe como acantilados. Al fondo -al relativo fondo de la niebla- un farallón de piedra con escudos. Y ese frío tan tibio de estar en una nube, esa conformidad.
El galgo. Las patas kilométricas, la inquietud, las orejas en punta, las costillas. Surge y desaparece para dejar un rastro alucinado de deseo. El galgo es un deseo imposible de algo que no se acierta a definir. El galgo llega, se muestra, inquieta a la conformidad y se escapa de un salto al otro lado. Veremos que hace bien.
No hay que olvidar que he dicho “un pueblo castellano”: Niebla, conformidad, galgo, deseo. Casas de adobe y casas con escudo. Nadie en las calles si no es la niebla, silenciosa y sorda. Y el galgo alucinado.
En esta tierra aman a los galgos, podría decirse. Pero no es exactamente así.
De nuevo: En esta tierra desean poseer un galgo (poseer es la clave). Su cuerpo fino y móvil, sus orejas en punta, sus ojos atónitos. Los que poseen galgos hablan de ellos, citan sus nombres y sus hazañas venatorias. Porque los galgos son para cazar. El galgo poseído se lanza al monte para cobrar las piezas y se las trae al amo. Las suelta de la boca a los pies del hombre y este a veces le acaricia la pequeña cabeza entre los ojos o le palmea distraído el elegante lomo. Quien tiene aquí un buen galgo es envidiado (envidia es otra clave). Una criatura viva, brillante y poderosa a la que poseemos. Que nos hace pensar que somos cazadores. Que somos como ella. Hasta que un día el galgo ya no puede cazar.
Es posible que ese sea un día de niebla de finales de enero. Se ha acabado la veda. Saliendo del pueblo puede cogerse un camino embarrado entre las naves donde balan las ovejas. No se ve a una distancia de dos metros, pero el que camina conoce el lugar desde que nació. Podría decir cuántos pasos hay hasta la olma muerta, la curva del sendero que lleva a los pedregales, el pequeño desmonte sobre las eras. Detrás camina el galgo. Llegados a la zona de carrascas la niebla se hace más espesa. Casi no se siente frío, sólo humedad perlada en la frente o encima del labio. Como sudor.
El hombre de la niebla es un hombre conforme con las cosas: el monte de carrascas, la cuerda de esparto, el galgo que ya no puede cazar. Cuando vuelve a pasar por las naves, regresando solo al pueblo, los balidos de las ovejas le confortan. Es un hombre silencioso y podría decirse que sordo. Pero no es así. Es sólo que la niebla tamiza los sonidos, ahoga los alaridos del deseo semiahorcado (semiahorcado es la clave). Pueden pasar días antes de que estos cesen porque el deseo es muy fuerte en esta tierra plana. Mucho y desesperado, pero no más potente que el tibio frío de la conformidad.
Hoy, el galgo que ha surgido de la niebla en mitad de la calle de un pueblo castellano se ha marchado de un salto y ha habido un fogonazo de deseo sacudiendo el silencio sordo y blando y escapando después. Como una alegoría, podría decirse, aunque no fuera exactamente así.
La realidad desnuda: Un pueblo castellano que hace crecer la niebla entre sus calles, y en medio de una de ellas un galgo de repente que surge y que se va. Yo estaba allí, lo he visto y me he alegrado de que el galgo escapase. Me he alegrado por él.

29/9/07

NUBES


Iván Turguenev, 'El prado de Biezhin'

Era un maravilloso día de julio, uno de esos días que sólo se ven cuando el tiempo se ha fijado para largo. Desde el amanecer el cielo está sereno; la aurora no ofrece fulgores de incendio, sino que se difunde en dulces tintes rosados. El sol no despide fuego, no está al rojo vivo como durante la tórrida sequía, ni tiene el tono purpúreo mate que ofrece antes de una tormenta, sino que brilla límpido y resplandeciente y emerge apacible de una nubecilla estrecha y larga, irradiando un cierto frescor, sumiéndose de nuevo en la malva neblina. El finísimo borde superior del alargado estrato, cuyo brillo recuerda el de la plata batida, resplandece serpenteante... Pero los rayos juguetones surgen de nuevo y el astro potente se eleva risueño con impulso impetuoso.

Hacia el mediodía, aparecen de ordinario multitud de nubes altas, pequeñas y redondas, de color gris dorado, bordeadas de una suave y blanca cenefa. Semejantes a los islotes, esparcidos sobre un río que se desborda hasta el infinito y los contornea por completo con sus azules y transparentes brazos, casi no se mueven, pero más allá, hacia el horizonte, se desplazan, se estrechan unas contra otras, y entre ellas no quedan ya vestigios de azul, aunque tienen el mismo color del cielo y están impregnadas de luz y de calor. El horizonte conserva todo el día un suavísimo y uniforme tinte lila pálido: no se oscurece por ningún sitio, ni hay el menor atisbo de tormenta; tan sólo en algún que otro lugar se extienden de arriba abajo franjas azulencas, señal de alguna, casi imperceptible, lluvia.

Hacia la tarde, estas nubes desaparecen; las últimas, negruzcas e imprecisas como el humo, forman ovillos delante del sol que se pone; en el lugar donde se ha ocultado con igual serenidad que había salido, una aureola rosácea nimba cierto tiempo la tierra ensombrecida, y titilando vacilante, como una vela llevada con precaución, hace su aparición en él el lucero vespertino.

Tales días, todos los colores se suavizan; y aunque claros, nos deslumbran; todo lleva la huella de una dulzura enternecedora. Tales días, el calor es, a veces, excesivo, e incluso un cierto vaho se desprende de las lomas que rodean los campos; pero el viento desvanece, disipa el bochorno y los remolinos -signo indudable de buen tiempo- se desplazan, formando columnas blancas, por los caminos que cruzan los sembrados. En el aire puro y seco flota un olor a ajenjo, a centeno recién segado, a alforfón; incluso hasta la caída de la noche no siente uno la menor humedad. Este es el tiempo al que aspira el labrador para la recolección del trigo.

25/9/07

Balzac por Sololibros

Propongo una lectura a los compañeros y amigos de este blog. Es la conocida página de crítica literaria Sololibros, y versa sobre el libro de Balzac La búsqueda del absoluto. Estuve a punto de comprarlo el otro día y cierta desconfianza en la traducción, o más bien en la prosa de Pujol (prejuicios, quizá), me hizo dejarlo en la estantería.

Bueno, la lectura tiene miga. El autor es el Sr. Molina. Si hay ganas de debate nos vemos a la vuelta.

21/9/07

Notas para matar el tiempo

Ahora que el Club Solana en pleno ha vuelto de vacaciones, creo que es hora de empezar a dar guerra, aunque sea a nuestro propio cerebro, más que nada para pasar el rato, por eso de hacer la vida un poco más entretenida y llevadera. Si os apetece, claro. (Por cierto, Antonio, esperamos el trasvase a este blog de la rusificación. Se trata de pensar un poco sobre lo que sea, para aclararnos, ¿no? Yo, por lo menos, sigo sin tener las cosas claras.)
Se me ocurren, por lo pronto, estos tres temas o temillas, que ya hemos apuntado en otras ocasiones:
1) Aprender a escribir mal.
Un poco, al menos. Que las cosas chirríen con naturalidad, como los gritos en el mercado.
Se lo he oído más de una vez a Mabalot, y creo que está en lo cierto. Por un lado, supongo que consiste en desaprender “la escritura”, sus artimañas retóricas, esos clichés consabidos, esos packs de sustantivos y adjetivos (o de verbos y adverbios, o lo que sea) que la gente se traga como si fuesen píldoras de hormigón... Quitarnos la cacurri de tanta lectura. La caspa que cae de nuestra memoria de lectores.
Hacer justo lo contrario de lo que deben de hacer (imagino) en los talleres literarios. O saber desprenderse de eso al escribir. Esto no significa, en ningún caso, renegar de la técnica (cosa que sería absurda, o imposible). Quizás buscar una antitécnica, que es otra forma de técnica, no sé.
Por otro, decir sólo las cosas que uno haya buscado -y encontrado- antes, o que le hayan llegado a uno directamente de la vida. Que lo que sale por la boca o por el boli sea verdadero (y esto, lo reconozco, no sé qué significa). No se trata de ser original, sino de ser sincero. Lo demás es mentira (¿y todo es necesariamente mentira, o plagio?).
Gran problema: el lugar de la técnica.
2) No cerrar los muros de la patria mía.
Hay escritores que conciben su obra como eso: como un fortín. Y cuanto más altos sean los muros para impedir el acceso más satisfechos se encuentran, en su torre de marfil. Frente a eso, supongo que se trata de abrir las puertas al otro, para que se airee el cuarto, que siempre huele a cerrado. Abrirse las carnes uno y mostrárselas al otro, para que sienta también que se le abren, o casi. Presentar un mundo habitable, donde puedan campar a sus anchas todos los hombres de dios. La inteligibilidad, que decía antes de ayer Josep Pla. (Qué palabra más horrible, por cierto, más poco inteligible: la inteligibilidad).
Problema: la posible sumisión del escritor al público.
3) El párrafo verdadero.
Hablaba el otro día Castellote de la bella página. La bella página como ese engaño, la gran perdición de nuestras letras. Bien. Yo no creo en la bella página. No creo en la bella página, pero sí en el párrafo verdadero. La frase se queda generalmente corta y el libro es siempre demasiado largo (y hasta el capítulo). En el párrafo está la medida de la idea (de las ideas), con su tropa de imágenes y palabras. Ahí es donde se dirime el sentimiento. A veces el párrafo tiene el viento de culo y resbala un rato más, pero antes o después debe saltar al siguiente. Somos seres vivos: respiramos.
Quede claro que no es una cuestión de estilo. La medida del párrafo, a mi modo de ver, sería ésta: "lo que se puede escribir de un tirón".
Problema: entre otros muchos, la inutilidad del libro (que parece ser el único producto válido en esta labor de escribir). (Definitivamente, esta hipótesis del párrafo es muy muy discutible).
PD: A todo cabe decir: "Vale, ¿y eso como se hace?"

11/9/07

El héroe y la tormenta

Lo que sigue es un texto de Anton Chejov sacado de la introducción del traductor de Mi vida. Relato de un hombre de provincias (Alianza Editorial, 2003), que no entiendo bien de dónde lo ha sacado (no parece una carta de Chejov, sino lo que le dijo a alguien).
Salvo la moraleja final (tipo "literato salvador-de-la-humanidad", que pongo en cursiva), estoy bastante de acuerdo con lo que dice. No sé, podría servir de base para una discusión generacional:
---
"El arte tiene de especial y de bueno que en él no se puede mentir. [...] A menudo me echan en cara (hasta Tolstoi me lo ha dicho) que escribo sobre bobadas, que no tengo héroes positivos, revolucionarios, Alejandros de Macedonia o siquiera, como en las obras de Leskov, un guardia honesto [...] Pero ¿dónde encontrarlos? Me encantaría. Pero ¿dónde están? Nuestra vida provinciana, las ciudades sin pavimentar, los pueblos, sumidos en la pobreza, la gente hecha trizas [...] Todos cuando somos jóvenes piamos felices como gorriones en el estiércol, pero cuando tenemos cuarenta ya somos viejos y empezamos a pensar en la muerte [...] ¿Nosotros, unos héroes?
Dice usted que ha llorado con mis obras [...] No es para eso que las he escrito. Lo he hecho para decir a la gente sólo una cosa: "Miraos bien y fijaos en la vida inútil y triste que lleváis". Lo más importante es que la gente se dé cuenta de esto. Y cuando lo entiendan seguro que construirán otra vida, una vida mejor [...] Yo no lo veré, pero lo sé, será una vida completamente nueva. ¿Y los que no ya lo han entendido? Bien, estos encontrarán el camino sin mí...
Bueno vámonos a dormir, se acerca una tormenta."
----
Aunque empieza muy mal, para mi gusto (hablando del ARTE, cosa que odio), termina estupendamente su alocución: VÁMONOS A DORMIR, SE ACERCA UNA TORMENTA. Pues eso.