6/3/08

Baroja y yo

Siempre he pensado que a Baroja hay que leerlo y no alabarlo, porque pierde su valor. (Aunque esto parezca absurdo, yo sé lo que me digo).
Baroja es para leerlo, porque Baroja es escritor. En eso consiste. Y eso es lo único importante. (Aunque esto parezca de Perogrullo, yo me entiendo).
Y el Baroja escritor es, sobre todo, un estilo y una personalidad:
• Su estilo -su no estilo- es admirable. Yo creo que tendría que ser obligatorio, por Ley, escribir así. El mundo sería mucho mejor.
• Su personalidad, para mi gusto, tiene luces y sombras, como explicaré a continuación.

Nunca he comprendido la dinámica a favor o en contra que tanta gente tiene metida en la cabeza. Me parece absurda en cualquier ámbito, pero más si cabe en el de la literatura. Lo normal es que de un escritor nos gusten unas cosas y otras no. Que disfrutemos de unos libros más que de otros. Eso de salvar o condenar a un escritor, así, como un todo, no lo entiendo. Y con Baroja esa dinámica se ha dado –y se sigue dando– de una manera especialmente virulenta. En su figura convergen los odios más encarnizados y los amores más extremos (acríticos). O lo aborrecen o lo adoran, no sólo como escritor sino también como persona. O le insultan con verdadera saña o tratan de maquillar sus zonas más oscuras, que también las tiene.
Vaya por delante que Baroja me encanta como escritor y, en general, me cae bien como “personaje”, aunque trataré de enumerar qué es lo que más me gusta y lo que menos. Seguro que me dejaré cosas en el tintero, pero en fin... Allá voy:

ME CAE BIEN el Baroja solitario, el paseante, el misántropo, el que dice lo que piensa sin mayor miramiento, con sinceridad y sin escrúpulos ante el qué dirán. Me encanta el Baroja que camina, observa y después describe lo que ha visto. Ése, a mi modo de ver, es el gran Baroja. El que cuenta las cosas de forma natural y directa, sin afectación. El que escribe tanto, tantísimo… y tan bien, ese que siempre será actual porque nos habla directamente, de inteligencia a inteligencia, porque en él el lenguaje no es un obstáculo, como en tantos otros, sino el instrumento esencial de la comunicación. Un medio que hace vida, que da vida. Como debe ser.
Me cae bien el Baroja que vive escribiendo, ese hombre a una pluma pegado, y que se contradice cuando quiere; el Baroja que se quita importancia; el que es un poco insolente y kamikaze; el que sabe mirar; el que pone un toque de lirismo en mitad de la estepa. He disfrutado muchísimo con el Baroja de Las horas solitarias, el de las Memorias, el de los viajes y paseos, el que describe gentes y paisajes, etcétera.

[Me hace gracia el Baroja cazurro, el cabezón, el cascarrabias, el que no entiende las cosas porque no las quiere entender, pero a la vez me cabrea –y mucho– el Baroja ignorante que está orgulloso de serlo, que casi presume de ello, el que va con su amargura y con sus miserias a cuestas y que lo único que quiere es imponerse; el que se niega, el que se cierra en banda… y caga su sentencia. Porque el señor Baroja caga muchas sentencias, y opina de todo sin saber, como los tertulianos de la tele. Y también me parecería estúpido negar que hay un Baroja ideológicamente muy controvertido (baste recordar el famoso título de uno de sus libros: Judíos, comunistas y demás ralea).]

ME CAE MAL el Baroja pueril y ególatra, el que se da importancia, el que presume de linaje y antepasados y habla de la raza vasca y demás chorradas de paleto. El que para defenderse de los ataques que ha sufrido se sube a la parra del ridículo y fanfarronea absurdamente sobre cualquier tontería; el Baroja rencoroso y ventajista. No me gusta nada el Baroja crítico de arte ni de literatura ni de filosofía (me repatea especialmente cuando malinterpreta y utiliza de manera vergonzosa a pensadores como Nietzsche o Schopenhauer, ¡para matarlo!). El Baroja novelista a veces me aburre y a veces no.

Dice Mabalot que tengo una relación muy "extraña" con Baroja, y seguramente esté en lo cierto. Aunque creo que el rarito es él (Baroja), no yo.
Voy a poner el ejemplo de sus Memorias, que ya he dicho que me encantan. El Baroja personaje que allí aparece me hace gracia, en general me cae bien, pero no puedo obviar al Baroja escritor -y personaje “moral”- que se fabrica a sí mismo en sus Memorias como si fuese un elemento más de sus novelas (del mismo modo que los personajes de sus novelas no son sino Barojas transfigurados, un poco cambiados, habitualmente mejorados). Y me resulta incómodo, porque es como estar pillando constantemente a alguien en falta. Es como si los lectores fuésemos sus confesores pero él tratase de esconder sus culpas a la vez que se confiesa, por lo que queda aún más en evidencia. No sé, me da un poco de pena... Me desconcierta ese Baroja pueril, el que llora y patalea tirado en el suelo, el que insiste una y otra vez en que nunca miente, lo que nos hace suponer -naturalmente- todo lo contrario: a saber, que es un auténtico mentiroso. Ojo: no creo que Baroja mienta por maldad o para sacar beneficio de algo, sino simplemente porque ése es su método de literaturizarse a sí mismo, al “personaje Baroja”. Y hay una permanente preocupación autodefensiva, autoexculpatoria, que resulta agotadora. Vamos, que Baroja tiene una conciencia moral -¿una psicología?- muy rarita, la verdad. O eso me parece a mí. Desde luego Freud se pondría las botas con este paciente (por ejemplo, un tema evidente es el de las mujeres...).

Baroja es muy grande. Baroja es un maestro. Baroja es el escritor que nos enseña a escribir... leyéndolo.

9 comentarios:

Mabalot dijo...

Que es una persona, en definitiva. Yo también veo a todos esos Barojas, y coincido contigo en los que me gustan. No es difícil, la verdad, gustar de ese Baroja como escritura andante.
No te falta razón al decir; "Eso de salvar o condenar a un escritor, así, como un todo, no lo entiendo." Ya lo hemos hablado más veces y así me parece. Yo tampoco soy amigo (lo sabes) de quedarme en lo blanco o lo negro. Pero pasa que somos emociones cubiertas de carne y piel y sostenidas por huesos, y es inevitable a veces entusiasmarse al leer, o lo contrario. Te recuerdo lo de Marías.
Y eso tampoco es tan malo. No acepto todo lo que escribió Baroja y no rechazo todo lo que sale de la pluma de Marías. Pero no puedo evitar sentir más aprecio por el primero y eso conlleva intentar comprender sus cualidades por escrito (de alguna forma hay que aprender) y resaltar sus errores también.

Cuando dije lo de que tienes una relación extraña me refería, yo creo, a que veía una especie de rechazo primero hacia Baroja, o que te interesaba casi sin querer. Es decir, que te gustaba a pesar de que no querías que te gustase, o de que te caía mal. Al menos esa era la impresión que daban algunos de tus comentarios...
La persona Baroja no creo que sea un virtuoso, un cúmulo de bondades. Pero el escritor tiene muchos aspectos admirables (por qué no decirlo), empezando por su prosa, que es la mejor del 98.

Gran artículo. Muy bueno.

conde-duque dijo...

Gracias, Maba. Y ya digo que admito lo de la relación "extraña". Me parece bien.
Pero de verdad que nunca me ha caído mal Baroja (la persona o el personaje). Hay aspectos suyos que me hacen gracia y me son simpáticos. Pero hay otros que no.
De entrada, yo siempre mantengo separados "el escritor" y "la persona", en todos los casos, sobre todo porque no conozco a ningún escritor personalmente. Evidentemente, mucho más en alguien muerto y tan lejano como Baroja. Pero a través de los escritos de alguien (y más en Baroja, que es un escritor limpio, que emite sus opiniones, ideas...) uno se va forjando una imagen del "personaje escritor", digamos. Y en Baroja, como digo, además él mismo construye ese personaje, y hay aspectos que me agradan y otros que me producen cierta antipatía. Sólo es eso.

Por ejempo, en los casos de Marías o Vila-Matas, con los que me he metido últimamente, influye relativamente poco lo de la "persona real", no es algo decisivo. Por ejemplo, yo nunca tacharía a Marías de pijo, niño de papá o señorito, como he visto que hacen otros. En eso no me meto, no le veo el interés. De hecho, Marías me cae bien en varios aspectos de esos, "personales", digamos (que a otros les pueden no gustar): su madridismo, su anglofilia, el haber disfrutado (yo) leyendo algunos ensayos de su padre (por cierto, ojalá le obedeciera en el consejo orteguiano de buscar la "claridad"), etc. Pero su pedantería me repele; y eso sí es una cuestión literaria.
O Vila-Matas, este sí más "personaje" literario, me resulta hasta gracioso. No le odio ni me cae mal. Ni mucho menos. No me ha hecho nada el hombre. Pero sus modos literarios me cansan, y lo digo.
Creo que me explico, ¿no?

No entiendo que haya gente que odie a alguien que no conoce sólo por escribir cosas que no les gusta. En todo caso se puede decir en broma, como hacemos a veces.
Eso sí: los que buscan una pose o una imagen artificial, extraliteraria, esos sí ya me caen peor, lo reconozco.

Ah, y lo que digo de no alabar a Baroja es una cuestión mía, que me parece que le sienta mal hasta al propio Baroja. Pero no me parece mal que los demás lo hagan, of course. De hecho, supongo que yo lo he hecho varias veces (en esta entrada y otras veces)... No sé cómo explicarlo. Es una cosa "extraña", como dices.
Un abrazo.

conde-duque dijo...

Leyéndome veo que no me acabo de explicar bien, seguramente porque no lo tengo claro ni yo mismo... Pero antes pensaba que sí. No sé.
Ya no me corrijo más, que esto es un lío. Joder, a ver si al final va a resultar que en el fondo le tengo tirria a Baroja, sin yo saberlo... No, no, no. No puede ser, ¿no?
En fin, ¡que viva Baroja!

Anónimo dijo...

He disfrutado muchísimo con esta entrada y con las disquisiciones de Maba y de Conde. Como llevo retraso de blog, he pasado por encima las dos anteriores, aunque me parecen muy valiosas (las de los libros, digo)y me he centrado en esta.
A mí lo que me pasa con los escritores (sobre todo desde que me consideré merecedora de incluírme en esa categoría) es que me dan (y me doy) mucha pena en cuanto a objeto de proyección de las fantasías de los lectores. Somos personas la mayor parte de las veces absolutamente vulgares que, seguramente para sobrevivir a nuestra esquizofrenia latente, ponemos en palabras las historias que nos inundan o ponemos voz a los personajes que nos pueblan. Cuando conseguimos la técnica suficiente y la actitud adecuada para que esas historias y esos personajes fluyan libremente a través de nosotros, se puede decir que somos buenos escritores; y cuando sobreponemos a eso nuestos propios deseos, frustraciones e identificaciones puede decirse que somos un fraude. Tanto de un grupo como del otro hay personas que son elegidas por el éxito o por el fracaso. Y cuando un escritor tiene éxito, la persona absolutamente vulgar que es puede digerirlo mal y ponerse a hacer tonterías, reinventarse, querer gustar por sí mismo (tremendo error) ligar mucho, pensar que porque una novela suya ha gustado puede opinar de cosas que no conoce... en fin, todo lo que cualquier patán hace cuando se siente amado por la Fortuna. Y, claro, los lectores pretenden juzgar a un pobre ser humano con los parámetros de una obra que realizó en un momento en el que estaba tocado por la Gracia. Y encima, cuando su obra y su persona no son coherentes entre sí, se enfadan. A mí me parece que el error está siempre en las expectativas del lector.

Yo procuro no saber nada de la gente a la que leo. Por malo que sea lo que haya escrito es, seguramente , lo mejor que puedo obtener de él.

Un abrazo, chicos (y chica).

A. C. dijo...

Un apunte: lo de 'Judíos, comunistas y demás ralea', o algo así, fue cosa de Dionisio Ridruejo, el de las gafas romboides, que barajó páginas sueltas de baroja y se las dio a firmar cuando Baroja ya estaba con un pie en el estribo. Julio Caro se quejó siempre mucho de aquella faena, y los detractores de Baroja, desde entonces, ya la han adoptado como argumento principal inculpatorio. tu artículo, Conde, está demasiado bien para sazonarlo con ese cubito de caldo rancio.
Lo que te pasa/nos pasa con Baroja es que, en el fondo, es un prototipo de la modernidad de la época, es decir, la ambición de ser un escritor por encima de la ambición de escribir. O, como decía Umbral, la ambición de 'hacerse una cabeza', de ensayar las poses de las estatuas. Con esos mismos criterios Azorín llegó al ridículo, y el discípulo de todos, Cela, al esperpento.
Son épocas del escritor transitivo, aquel que se realiza con el método, no con el resultado. Baroja escribía 'a lo ancho', por así decir, y dejaba en manos del azar que su escritura infinita cuajase de vez en cuando en novelas redondas, unas cuantas, o grandes novelas, unas pocas, pero ese vivir para el arte, esa vida literaria como sentido último del arte de escribir, le hace, a él como a casi cualquiera, seguir escribiendo aun cuando no tenga nada que escribir. Eso, por otra parte, tampoco es nuevo. Su maestro (sí), Galdós, es el fundador de una condición que en Baroja es cruce de Dickens hispano y baudelaire misántropo y de pueblo. Mirad lo que pasa en los Episodios. Los cuatro primeros son excelentes (bueno, hay largas partes de 'El 19 de marzo y el 2 de mayo' un poco soporíferas, pero cuando llega al quinto, 'Napoleón en Chamartín', se lo ve cansado, escribiendo sin ganas, tirando de receta, empalmando episodios pleonásticos, hasta completar la peor entrega con mucho de la primera serie. Y no por eso se pensó Galdós la idoneidad del episodio, en absoluto, del mismo modo que Baroja no pensó que muchos tomos de Aviraneta dejan mucho que desear. Ese dandismo con boina es, me temo, el que de cuando en cuando te saca de tus casillas, y esa condición de escritor que escribe la culpable de todo lo que nos chirría. Ahora nos queda un poco lejos eso que Umbral dijo de Pla (otra vez Umbral, casualidad), en el sentido de que Pla no escribía libros sino artículos que un editor convertía en lotes llamados libros. Con Baroja y su credo del chino chano, del buen tun tún y del alfa y el omega sucede un poco lo mismo. Es verdad todo lo que dices de su superficialidad, pero eso iba en el cargo, en el escribir.
Menudo rollo. Eso pasa por mentar al santo patrón. Bueno, muy gratificante tu artículo, como siempre.

conde-duque dijo...

De rollo, nada, Antonio. Muy ilustrativo y didáctico, como siempre. Mucha miga tienen tus comentarios. Hay varios temas que darían para unas buenas entradas. Te animo a escribirnos algo sobre ello.

Antes de nada, lo del famoso título: sí, me sonaba que no lo había puesto él mismo aunque no me sabía bien como era la historia, y seguro que sus enemigos lo habrán utilizado y se habrán cebado con ello, pero eso no quita que Baroja diga a veces lo que dice, y creo que eso no se puede ignorar por miedo a manchar la figura del santo patrón. Al poner el título no pretendía hacer demagogia, sino sólo hacer referencia rápida a esas zonas oscuras (puedo buscar citas concretas y ponerlas, no es difícil).

Lo que dices de la "ambición de ser un escritor por encima de la ambición de escribir" es muy interesante. Habría que distinguir. Hay muchas maneras de enfocar eso.
Tal y como lo veo yo, desde finales del XIX (y durante todo el siglo XX) estarían por un lado los que buscan simplemente el estatus de escritor como profesión, vivir de ello, vivir de escribir; y por otro lado los que quieren conseguir esa imagen social del "artista" o "escritor", aunque no les rente, en la línea moderna de los poetas maditos (contra todo) o benditos (casi a sueldo del Estado).
Pero me pregunto: ¿realmente es algo nuevo de esa época? ¿Qué pasaba con los escritores anteriores? ¿Simplemente escribían por gusto, como hobbie? ¿Y en qué influiría esa actitud distinta? Pregunto porque no lo sé.

En cuanto a lo de escribir demasiado, sin discernir calidades... ¿Es realmente el escritor consciente de todo eso y aun así lo hace, o simplemente se equivoca (se cree que está escribiendo algo bueno)?

Lo que no tengo claro es que me hayas entendido bien algunas cosas... Yo no creo haber dicho nada malo sobre lo de escribir al buen tuntún, o escribir por escribir. Más bien todo lo contrario: me parece algo positivo, porque creo que muchas cosas buenas surgen precismaente así, a la buena de Dios. No tiene por qué ser superficial, y de hecho muchas veces Baroja no lo es (en su papel de observador, cuando mira las cosas y entra en ellas, la vida que pasa, etc). En cambio, sí me parece superficial cuando se pone en plan opinador de todo lo que caiga: arte, filosofía, etc.

Hay mucha tela que cortar aquí, creo yo.
A lo mejor la impresión general que he dado sobre Baroja es negativa, pero la intención era poner los dos lados que yo veo en la balanza.
Siendo el Círculo Solana partimos de la base de que Baroja es de los nuestros, con su foto al lado y todo.

conde-duque dijo...

Por cierto, ¡qué bueno lo del "dandismo con boina" y lo de que Baroja "escribía a lo ancho"! Genial.

(Si puede ser, me gustaría un post explicativo lo del "del escritor transitivo, aquel que se realiza con el método, no con el resultado". Supongo que es que pone su atención y su interés en el hecho mismo de escribir, no en la realización de una obra concreta.)
Un abrazo.

A. C. dijo...

Yo no sería tan riguroso con las veleidades ideológicas de la época. Teniendo en cuenta que toda la doctrina regeneracionista se basaba en un libro en alemán que no había leído nadie (el célebre krausismo), no es extraño que Baroja manejase a los filósofos un poco a la ligera o que dejase caer lindezas que ahora nos resultas impresentables; pero casi todas son patrimonio de una misantropía que no ha cambiado de tópicos desde la época de los cínicos griegos. Baroja, al hablar de los judíos, pensaba más en Shakespeare que en Marinetti, te lo puedo asegurar. Y esa visión tan plana y resumida de Nietzsche o Schopenhauer no es en absoluto infrecuente a principios del XX. Pero es que tampoco sería difícil encontrar párrafos despectivos contra 'el pueblo' en Galdós, y a nadie se le ha pasado por la cabeza tacharlo de elitista. Los recortes que juntó Ridruejo, fuera de su contexto, resultan, más que decepcionantes, ridículos. Baroja tenía mala leche y usaba las formulaciones filosóficas más a mano. Quiero decir, vaya, que tampoco creo que merezca la pena reprocharle unas cuantas salidas de tono a un hombre que escribió más que el Tostado.
Con respecto a la, digamos, profesionalización del escritor, me remito, otra vez, a Dickens y Baudelaire. El escritor empieza a ser profesional a través de los periódicos. Hay forzados como el inglés y exquisitos como el francés. Incluso son dos tipos distintos de escritor. El folletinista es más lopesco, representa la condición de productividad literaria en un sentido manufacturero. Ese trabajar a destajo, desde luego, sólo puede sostenerse dejándose llevar por lo que se escribe. Galdós era así. A veces te das cuenta incluso de cuándo tuvo un mal día, de qué mañana le dolía la cabeza. Pero la otra forma, la baudeleriana, la de ser un Catulo sin recursos, viene pareja a la dickensiana porque representa el asalto al olimpo de cualquiera que supiese leer y escribir. El dandismo es una forma de democratización del arte. El bohemio es un tipo cualquiera que se empeña en vivir como si tuviera un mecenas o fuera rico por parte de madre. Y eso a Baroja le producía, sobre todo, aprensión. Baroja era laborioso, metódico y destajista, y su familia tampoco iba desnuda. Yo creo que, más que visitar las fábricas para denunciar la situación de los trabajadores, o su propia panadería, las visitaba para inspirarse, para consolarse y para no caer en la murria poética. Y a mí eso me parece muy bien, a mí los poetas de café me producen también un poco de aprensión. Baroja escribía de 8 a 3, y yo particularmente creo que es el único método sensato para escribir novelas. Me parece muy bien, al contrario de lo que haya podido sugerir, el buen tuntún y el chino-chano, y creo que ya salió aquí el tema y la razón: de ese modo es como la literatura brota de lo escrito y no de lo pensado. La pureza literaria, en el fondo, sigue como cuando al poeta se le consideraba un médium, un vate. Tanto Galdós como Baroja escriben y esperan a que sean las circunstancias de lo escrito las que propicien su desarrollo y determinen su belleza o su profundidad. En ellos es cuando cobra sentido la expresión me ha salido bien: en efecto, salió solo, y salió conmigo como testigo, cómplice o beneficiario, o simple vehículo.
Es esto lo que quería decir con “el escritor transitivo”. La expresión es de Roland Barthes, y es heredera del concepto vanguardista de la escritura automática. Es la propia inercia expresiva la que crea el sentido. Dices cosas porque te vienen a la mano, no porque las hayas pensado. Las cosas se piensan solas. El escritor utiliza la intuición (y el estilo) para tratar de reconducirlas, pero nunca termina de determinarlas. Lo que fue una necesidad para Dickens (y para Baroja) es un modo, después de la guerra, que fundió a los dos tipos de escritor en uno. El problema es que después de la guerra se dio por sentado que este tipo de escritura no debía tener un sentido inmediatamente comprensible. Otra vez los pelagatos acudieron a vomitar lo primero que se les ocurría, y despreciaron como buenos señoritos todo lo que pudiera sonar a oficio. La intuición y el oficio. Pero ojo, una cosa es el oficio de novelista y otra el oficio de escritor. Esos pelagatos a que me refiero no tienen ni el uno ni el otro. Baroja tiene los dos. Y 'Las horas solitarias' es, también, mi libro preferido.
Es posible que hable con cierta frivolidad de Baroja, pero responde más a familiaridad que a desdén. La confianza d’asco. Para mí hay dos Barojas. El Baroja de Itzea, uterino, permanente rehabilitador de sus lecturas infantiles, y por otro lado el Baroja que se sube las solapas del abrigo y sale a buscar la vida, el que acepta la primera obligación de un escritor, buscar el nombre de las cosas, mirarlas allí donde estén, decir sencillamente cómo son. Cómo es una flor y una muela picada, como es un dolor y una ausencia de sentimiento, cómo es la emoción que nace de negarla, qué intensa y cercana. Baroja es un dialecto lluvioso, y a mí me ocurre con sus novelas urbanas lo mismo que a él con sus novelas de aventuras, que son como un recogimiento amniótico, como un refugio.
Otra vez se me ha ido la mano. el género hagiográfico es lo que tiene.

conde-duque dijo...

Pues, la verdad, creo que estamos de acuerdo en casi todo.

De todas formas, aunque no creo que tenga que justificarme, prefiero aclarar algunas cosas por si acaso: desde el título del post queda claro que estoy hablando de "mi" relación con Baroja. Como me he pasado muchas horas leyendo y estudiando a pensadores como Nietzsche o Schopenhauer, no puedo evitar que me molesten ciertas simplificaciones (como me molestarían dichas por cualquier otro, sólo que ahora estaba hablando de Baroja). En la literatura española de principios de siglo (Azorín y Baroja sobre todo, pero también Gómez de la Serna y otros muchos) se utilizó mucho -sobre todo- a Nietzsche. Evidentemente, un Unamuno sabía mucho mejor de qué estaba hablando. No me rasgo las vestiduras, pero me molesta -por falaz- que queden sus simplezas como la interpretación correcta (lo he leído en muchos libros de texto escolares, cuando hablan de "El árbol de la ciencia" y esas cosas). Entiendo que no tiene mayor importancia en general (y menos para valorar al escritor), pero a mí sí me molesta, porque habla "cagando sentencias", como cargado de razón.

Y en cuanto a lo de Ridruejo, vale.
Ya he dicho que me parece absurdo que se quiera “condenar” a Baroja por ciertas cosas que escribió, pero también me parece improcedente perdonarle la vida o querer “salvarle” haciendo como que no dijo lo que dijo. Jamás se me ocurriría decir que Baroja fue un nazi antisemita ni nada parecido. Eso es estúpido. De hecho, su forma de ser escéptica y socarrona me parece incompatible con cualquier radicalidad política extrema. No va con él. No le pega. Pero, en fin...
Y por eso mismo no entiendo por qué Baroja suscita siempre esos odios o adhesiones tan inamovibles... Es una dinámica que rechazo. Y nadie me va a obligar a ponerme en un lado de la trinchera, porque no veo la guerra por ningún lado.
En resumen, que ni al ataque ni a la defensiva... Sólo un objeto de lectura y de disfrute, que no es poco.

Sobre todo gozar de ese "Baroja que se sube las solapas del abrigo y sale a buscar la vida, el que acepta la primera obligación de un escritor, buscar el nombre de las cosas, mirarlas allí donde estén, decir sencillamente cómo son". Ahí está.