Ahora que el Club Solana en pleno ha vuelto de vacaciones, creo que es hora de empezar a dar guerra, aunque sea a nuestro propio cerebro, más que nada para pasar el rato, por eso de hacer la vida un poco más entretenida y llevadera. Si os apetece, claro. (Por cierto, Antonio, esperamos el trasvase a este blog de la rusificación. Se trata de pensar un poco sobre lo que sea, para aclararnos, ¿no? Yo, por lo menos, sigo sin tener las cosas claras.)
Se me ocurren, por lo pronto, estos tres temas o temillas, que ya hemos apuntado en otras ocasiones:
1) Aprender a escribir mal.
Un poco, al menos. Que las cosas chirríen con naturalidad, como los gritos en el mercado.
Se lo he oído más de una vez a Mabalot, y creo que está en lo cierto. Por un lado, supongo que consiste en desaprender “la escritura”, sus artimañas retóricas, esos clichés consabidos, esos packs de sustantivos y adjetivos (o de verbos y adverbios, o lo que sea) que la gente se traga como si fuesen píldoras de hormigón... Quitarnos la cacurri de tanta lectura. La caspa que cae de nuestra memoria de lectores.
Se me ocurren, por lo pronto, estos tres temas o temillas, que ya hemos apuntado en otras ocasiones:
1) Aprender a escribir mal.
Un poco, al menos. Que las cosas chirríen con naturalidad, como los gritos en el mercado.
Se lo he oído más de una vez a Mabalot, y creo que está en lo cierto. Por un lado, supongo que consiste en desaprender “la escritura”, sus artimañas retóricas, esos clichés consabidos, esos packs de sustantivos y adjetivos (o de verbos y adverbios, o lo que sea) que la gente se traga como si fuesen píldoras de hormigón... Quitarnos la cacurri de tanta lectura. La caspa que cae de nuestra memoria de lectores.
Hacer justo lo contrario de lo que deben de hacer (imagino) en los talleres literarios. O saber desprenderse de eso al escribir. Esto no significa, en ningún caso, renegar de la técnica (cosa que sería absurda, o imposible). Quizás buscar una antitécnica, que es otra forma de técnica, no sé.
Por otro, decir sólo las cosas que uno haya buscado -y encontrado- antes, o que le hayan llegado a uno directamente de la vida. Que lo que sale por la boca o por el boli sea verdadero (y esto, lo reconozco, no sé qué significa). No se trata de ser original, sino de ser sincero. Lo demás es mentira (¿y todo es necesariamente mentira, o plagio?).
Gran problema: el lugar de la técnica.
2) No cerrar los muros de la patria mía.
Hay escritores que conciben su obra como eso: como un fortín. Y cuanto más altos sean los muros para impedir el acceso más satisfechos se encuentran, en su torre de marfil. Frente a eso, supongo que se trata de abrir las puertas al otro, para que se airee el cuarto, que siempre huele a cerrado. Abrirse las carnes uno y mostrárselas al otro, para que sienta también que se le abren, o casi. Presentar un mundo habitable, donde puedan campar a sus anchas todos los hombres de dios. La inteligibilidad, que decía antes de ayer Josep Pla. (Qué palabra más horrible, por cierto, más poco inteligible: la inteligibilidad).
Problema: la posible sumisión del escritor al público.
3) El párrafo verdadero.
Hablaba el otro día Castellote de la bella página. La bella página como ese engaño, la gran perdición de nuestras letras. Bien. Yo no creo en la bella página. No creo en la bella página, pero sí en el párrafo verdadero. La frase se queda generalmente corta y el libro es siempre demasiado largo (y hasta el capítulo). En el párrafo está la medida de la idea (de las ideas), con su tropa de imágenes y palabras. Ahí es donde se dirime el sentimiento. A veces el párrafo tiene el viento de culo y resbala un rato más, pero antes o después debe saltar al siguiente. Somos seres vivos: respiramos.
Por otro, decir sólo las cosas que uno haya buscado -y encontrado- antes, o que le hayan llegado a uno directamente de la vida. Que lo que sale por la boca o por el boli sea verdadero (y esto, lo reconozco, no sé qué significa). No se trata de ser original, sino de ser sincero. Lo demás es mentira (¿y todo es necesariamente mentira, o plagio?).
Gran problema: el lugar de la técnica.
2) No cerrar los muros de la patria mía.
Hay escritores que conciben su obra como eso: como un fortín. Y cuanto más altos sean los muros para impedir el acceso más satisfechos se encuentran, en su torre de marfil. Frente a eso, supongo que se trata de abrir las puertas al otro, para que se airee el cuarto, que siempre huele a cerrado. Abrirse las carnes uno y mostrárselas al otro, para que sienta también que se le abren, o casi. Presentar un mundo habitable, donde puedan campar a sus anchas todos los hombres de dios. La inteligibilidad, que decía antes de ayer Josep Pla. (Qué palabra más horrible, por cierto, más poco inteligible: la inteligibilidad).
Problema: la posible sumisión del escritor al público.
3) El párrafo verdadero.
Hablaba el otro día Castellote de la bella página. La bella página como ese engaño, la gran perdición de nuestras letras. Bien. Yo no creo en la bella página. No creo en la bella página, pero sí en el párrafo verdadero. La frase se queda generalmente corta y el libro es siempre demasiado largo (y hasta el capítulo). En el párrafo está la medida de la idea (de las ideas), con su tropa de imágenes y palabras. Ahí es donde se dirime el sentimiento. A veces el párrafo tiene el viento de culo y resbala un rato más, pero antes o después debe saltar al siguiente. Somos seres vivos: respiramos.
Quede claro que no es una cuestión de estilo. La medida del párrafo, a mi modo de ver, sería ésta: "lo que se puede escribir de un tirón".
Problema: entre otros muchos, la inutilidad del libro (que parece ser el único producto válido en esta labor de escribir). (Definitivamente, esta hipótesis del párrafo es muy muy discutible).
PD: A todo cabe decir: "Vale, ¿y eso como se hace?"
24 comentarios:
Excelente, amigo, siempre me sorprendes.
De los dos primeros puntos entiendo y comparto todo lo que dices. Que conste que lo de aprender a escribir mal no quiere decir que escribamos bien, que uno escriba bien, sino que escribir bien es también escribir un poco mal. Alguien que ahora no recuerdo dijo eso de que el arte verdadero empieza donde termina la sintaxis.
Es el llamado estilo interior, donde uno adapta, si puede, el lenguaje a su pensamiento, no su pensamiento a lo que escribe, que decía Baroja.Y sale o una prosa suelta e imperfecta o una acartonada y retórica.
Por cierto que don Pío firmaría tranquilamente estos tres puntos, aunque el no fuera de firmar nada que no le diera pesetas.
El tercero es más complicado. La frase, el párrafo, no sé. Creo en el libro, también. Un libro de fragmentos es posible. Cuantos no hay acaso.
Esa definición de párrafo tuya me parece genial, por natural: "lo que se puede escribir de un tirón".
Habrá que seguir pensando en estas cosas.
"Escucha lo que piensas y copia lo que dices". Cada día estoy más convencido de que para escribir una novela se necesita escuchar a quien la cuenta. Virgilio, según una leyenda verosímil, se pasaba las mañanas vomitando versos sin parar, llevado en volandas de su propia voz, y por la tarde, rodeado de esclavos que anotaban en las tablillas, iba puliendo los versos uno a uno. Hay escritores sin oído que escriben antes de escuchar; otros, que escuchan pero no se molestan en escribir. Los buenos no. Baroja pulía y repulía, pero, eso sí, jamás traicionaba el flujo narrativo, la voz del pensamiento, el ritmo que comparte con el lector. "La preocupación por el estilo es el primer síntoma de impotencia", sí, pero negar los beneficios de la retórica es renunciar a la literatura. Escribir es desempeñar el papel de narrador, es decir, actuar, y sacar adelante una interpretación airosa. Otra cosa es lo que se cuente, claro.
Estoy, en resumen, de acuerdo en todo salvo en la necesidad de la experiencia, o así lo he creído entender. Mi memoria actúa en mí al margen de mi inteligencia. La inteligencia inventa y la memoria pule, hace verosímil. Al revés, la memoria fluye y la inteligencia manipula.
Lo decía Flaubert: es necesario trabajar como un forzado para que parezca que no se ha trabajado nada. La naturalidad no es una condición del espíritu sino un adiestramiento retórico.
Menudo rollazo, como para colgar mis devaneos rusos...
Pues ahí sí que hay debate interesante, Castellote.
Te he leído varias veces que reniegas de la literatura autobiográfica. A mí, en principio, me da igual de dónde provengan los material de una narración (de la propia vida del autor o de su imaginación o de donde sea); lo que importa es que el resultado tenga vida, que esté vivo, y para conseguir esto el pasado propio suele ser un buen pozo donde extraer realidades...
¿Nos puedes explicar tu postura?
(En el otro tema, el de la retórica, sí que estoy de acuerdo. Hasta cuando renegamos de la retórica o de la técnica, la tenemos que tener en cuenta; es inevitable; el lenguaje tiene sus reglas, y más cuando quiere producir ciertos efectos... Otra cosa son los clichés retóricos, que a eso me refería yo en el texto).
Hola, Conde-Duque. Hace tiempo que buscaba yo una propuesta así. Me sumo a ella desde ya, porque llevo años sorteando las frases hechas como sortearía las bombas enterradas en un campo de minas. Y lo hago no sólo por cuestión de estilo, sino sobre todo como forma de estar en el mundo. Hay mucha dosis de alienación en esas "píldoras de hormigón" que alguna vez nos hemos tragado todos (de eso se trata). Pero no creo que haya que buscar una antitécnica porque no creo que lo otro sea técnica. De hecho, no entiendo muy bien qué eso de la técnica literaria. Creo que hay escritores que inspiran y otros que no; lo demás, son ganas de crear nuevas asignaturas, cátedras, profesiones y formas de ganarse la vida. Precisamente das la solución en la propuesta siguiente, la de no encerrarse en una torre de marfil.Eso meha gustado especialmente, porque para mí el creador es un canal a través del cual salen al mundo de los sentidos las historias que transcurren en el de las ideas; según sea el canal, así se manifestarán las historias. Por lo tanto lo último que debe estar presente en una obra es el ego del autor.Seguramente por eso, es más fácil conservar ese estado meditativo de párrafo en párrafo, en eso estoy de acuerdo.
En fin, que me gustaría que, si estas propuestas se concretan en algo contárais conmigo. Voy ahora mismo a colgar en mi blog una historia que escribí hace un par de años y que creo que ilustra mejor lo que quiero decir que este comentario. Se llama "Junio", está en la sección de "Cuentos" y os la dedico.
¿Que por qué detesto la literatura autobiográfica? Veamos. El ensayo, tal y como lo inventó Montaigne, consiste en ir de un sitio a otro. Es un paseo en el que el escritor se va encontrando ideas. Pasea por su mente, por su memoria y por sus libros como si anduviera entre los álamos de un río. Cuando llega al final del libro, resulta que no nos ha expuesto una idea sino una forma de pensar, no un sistema filosófico sino un punto de vista. Y nos ha entretenido. Tú, Ernesto, conoces el paño mejor que yo. ¿Qué filósofo es más, digamos, literario? ¿Aquellos que siguieron el modelo mayéutico de Platón, el de 'ponerse a pensar' y dejar que las cosas fueran pensadas, o los que siguieron el modelo aristotélico del 'sistema de pensamiento'? Así como tener el sistema ya pensado y después ponerlo por escrito no es lo mismo que 'filosofar' a partir de un principio, tampoco es lo mismo saberse la historia y después proceder a su relato que partir de una anécdota y ponerse a narrar. Para mí narrar es un principio motor que implica no saber con anterioridad lo que se va a contar, y ello por la sencilla razón de que son las leyes de la narración las que van diseñando la historia. Muchas veces nos empeñamos en contar algo que nos sucedió pero nos damos cuenta de que, aun siendo una historia, digamos, interesante, sin embargo hay en ella algo que falla, algo que, repito, no la deja fluir.
Por supuesto, tanto el ensayista como el filósofo filosofante como el narrador echan mano de lo que han vivido, sobre todo para seleccionar las partes relevantes de la realidad, pero si quieren cumplir su objetivo deberán no pasar nunca de su condición de ejemplo, de añadido, y no meter mano en la sintaxis narrativa.
¿Cuál es la parte que, por así decir, peor lleváis en El Quijote? A mí hay dos que, por motivos diversos, me resultan pesadas, pleonásticas y casi casi prescindibles (digo casi casi porque la novela se basa precisamente en su carácter prescindible). Uno es el largo, minucioso relato de Zoraida y el Capitán Cautivo. Otra es la Historia del Curioso impertinente. En el primer caso, Cervantes nos cuenta lo que ha visto, lo que ha vivido. Su vida. Y en la memoria hay una densidad de detalles distinta de la que necesita una buena narración. El propio autor, al recordar, se siente injusto consigo mismo si prescinde de ciertos detalles que para la narración son pleonásticos. En la memoria siempre hay algo que choca con el arte de narrar: la vanidad. Los testimonialistas tiran pocos trozos a la basura porque rompan el ritmo; sólo se ven a sí mismos, su vida, su verdad, y piensan que son más honestos si nos la cuentan con pelos y señales. Soy un gran amante del detalle, siempre y cuando tenga una específica función retórica, no al buen tun tún, así porque sí. Me imagino al propio Cervantes, en el resto del libro, diciendo "bueno, con esto ya es suficiente", o bien, "voy a meter aquí un párrafo de detalles para despistar un poco y que no llegue tan pronto la aparición de Marcela". Eso, en la historia del capitán cautivo, para mi gusto, se le fue de las manos. ¡Tal poder de seducción tienen los espejos!
En el otro caso, siempre me ha fastidiado, que todo el cuento está perfectamente planificado, que no hay sorpresas, que Cervantes escribía con guión. Y también creo que la gracia del Quijote es esa estética de la ocurrencia que da la verdadera dimensión del genio.
Abrevio. Creo que la novela debe nacer de sí misma, debe ir acompañada por un narrador capaz de prescindir de sí mismo para ver con los ojos de los otros, para escuchar a los otros. La invención constante puede ser, gracias a esta exigencia, una garantía de realismo.
Pido disculpas por la coma que hay después de 'siempre me ha fastidiado'. Se me escapó.
Hola, Luisa. Muchas gracias por la dedicatoria.
Para entrar en este Círculo sólo se requiere una cosa, fácil de hacer pero que implica una renuncia casi espartana: ponerse una boina en la cabeza y jurar amor eterno a la "literatura verdadera" sobre las tapas de las obras completas de Gutiérrez Solana...
Que no, que es broma.
Cualquiera que se interese por estas cosas es bienvenido al club.
No sé lo que opinarán mis compis, pero para mí ya como si fueses una de los nuestros. Además, necesitamos imperiosamente una mirada femenina, que por aquí todos somos demasiado cazurros e insensibles.
Por cieto, me surge una duda, algo que nunca había pensado: ¿podría una mujer escribir como Baroja, o siempre será demasiado sensible? (Que nadie se enfade ni me llame machista por preguntarme esto, que no sería justo. Es sólo una pregunta)
Anda, coño, Bernardinas, hemos cruzado mensajes. Ahora mismo te leo.
Don Antonio, ahora entiendo perfectamente lo que quieres decir, y sí, estoy de acuerdo: la memoria es siempre demasiado prolija y vanidosa, porque consiste en no dejar morir nada (o esa es su pretensión). En una novela hay que saber podar las cosas, que si no se rompe no sólo el ritmo sino la historia entera. Elegir, selecionar, ahí está la clave.
Gracias por la explicación, es un lujo leerte, porque tú ya has pensado sobre estas cosas y sabes lo que dices. Yo estoy en ello... Todavía NO SÉ lo que digo. Lo tanteo...
Lo que no te perdonamos es esa coma...
Después está el problema de la planificación de una historia o de una novela.
Por ejemplo, volviendo a la rusificación (que tú sabes más de eso y nos puedes ilustrar). Que yo sepa, Dostoyevski tenía sus novelas perfectamente planificadas, ¿no? De hecho, yo creo que sus personajes eran casi como Ideas, piezas de ajedrez, y después ponía toda la carne en el asador para dar vida, hondura psicológica, a estos personajes. Y en muchos casos lo hacía recurriendo a sus propias experiencias. ("El jugador", que es la novela suya que mejor conozco, es fuertemente autobiográfica).
Con la boina en la cabeza juro amor eterno a la literatura verdadera sobre las obras completas de Gutiérrez Solana sin que me detenga ni por un momento el no haberlas leído. La verdad es que no creo que seáis tan insensibles y cazurros como algunas mujeres que conozco, pero sí un poco traviesos. Tu pregunta me ha llevado a pensar en doña Emilia o en Marguerite Durás. En cuanto a mí, ya que tengo la boina puesta, voy a ver si me dejo crecer la barba, me deprimo un poco y sigo la estela de D. Pío a ver qué pasa.
Bernardinas, óle,
ole y requeteóle. La coma baja mucho el nivel, pero en fin... Y asi como estoy de acuerdo en todo con lo que dices, creo que eso incluye la "planificación" de la que habla Conde. Es verdad, la historia se cuenta a sí misma. La única vez que me propuse planear una novela, sólo por saber qué pasaba, hice fichas, me documenté, todo eso... y al final mis personajes hicieron lo que quisieron. Como debe ser.
Muchas gracias, Luisa, y bienvenida. Tengo un par de cosas que decir a propósito de tu cuento, pero será en entrada nueva, no en este talmud de comentarios.
Muy buena la objeción de Dostoievski, Ernesto, tan buena que también merece una entrada nueva. Dostoievski arma esqueletos trágicos, pero la carne está muy viva. Habría que ponerse a hablar de esas dos tradiciones, la trágica y cerrada y prevista y la novelesca y abierta y casual. Unamuno le copiaba a Dostoievski los esqueletos y Baroja la carne. Unamuno es un Dostoievski chupado y Baroja un Dostoievski deshuesado. Además, hay un dato técnico que te invito a observar cuando vuelvas a leerlo. Todos los escritores que de pronto, y entre paréntesis, dicen que 'todavía' no van a hablar de tal o cual historia, o que 'de momento es suficiente' el relato de un acontecimiento o de la trayectoria de un personaje, en realidad no es que hayan planificado la 'dispositio' hasta esos extremos, sino que, temerosos de haber dejado cabos sueltos en medio de su desmadrado narrar, incorporan en una segunda lectura todas esas llamadas que dan apariencia de premeditada cohesión. Bueno, es una impresión, desde luego, e imposible de demostrar.
Hablaremos de ello, y de 'El jugador' también, si os parece.
Cada vez esto se está convirtiendo en ese Pombo virtual en el que reunirnos a debatir, y por lo que acabo de leer las tertulias pueden ser la leche.
El tema que tocáis al final, don Antonio, sobre las dos tradiciones, me parece que no se puede quedar ahí. Tengo que seguir leyendo sobre lo que dice, y de paso me gustaría que aderezase la cuestión con algún ejemplo práctico actual, de novelistas actuales que crea usted que siguen una u otra tradición y en qué sentido los ve usted acertando o cagándola. Por ejemplo; un consagrado que presume de no saber qué va a pasar en sus novelas cuando empieza es Javier Marías. Supongo que la cuestión no tiene que ver con que sean un petardo, después.
Cervantes empezó el Quijote sin saber que iba a salir de ahí una novela en dos tomos. Al principio era un cuento, o noveulle breve...
Lo del tema autobiográfico entroncando con este haría una matización; parece que se habla de absolutos. O ficción o realidad. En el primer caso la narración seguiría sus propias reglas y haría caso únicamente a sus necesidades, y en el segundo la realidad impuesta al relato dejaría a este forzado y artificial. Pero me da que lo que suele pasar es que de una idea o situación real el autor construye un relato, novela etc... que fagocita el hecho y lo convierte y lleva por sus fueros, y aquí está lo raro; no es que el relato se adapte a esa realidad, es que el relato es capaz de trasformar esa realidad en algo suyo; el relato es el que mastica el hecho a narrar, el caso es dejar o encontrar o dejarse llevar por él.
La realidad, o la ficción, tienen que ser ficcionalizadas, convertidas en escritura.
Son de tomar notas estos debates.
Bienvenida, Luisa.
Esta es su taberna. Ahora que empezó el curso volvemos todos de la espantada y por aquí estaremos. Le invito, con el permiso de mis compañeros, a participar con algún texto en este blog/revista. Aparte de en su blog estaríamos encantados de leerla aquí.
Un saludo a todos.
(Por cierto, para cuando pueda, Antonio: ¿qué te parece la literatura de Trapiello, y sobre todo sus diarios? Creo que viene al pelo al debate, pues además no ha sido centro de debates semejantes al hablar de la ficcionalización de sus diarios.
Y ya que estamos última pregunta (me contesta cuando pueda); sus novelas, don Antonio; tienen hueso, porque usted prepara la época, pero hasta qué punto ve la sucesión de hechos a narrar; sigue un esquema que después se echa a perder...
pregunta; ¿Qué le parecen las novelas sin hueso, Baroja novelista, por ejemplo?
Intentaré contestar a todo, pero antes permíteme que te felicite por tu exposición del problema. Tienes razón en que parece que se habla de absolutos. Yo preferiría matizarlo como principios, como una cuestión de poética. Lo que dices es verdad y supongo que es así como en realidad funciona todo: "el relato es el que mastica el hecho".
Permíteme que cite de largo al toro. La tragedia (el relato estructurado, de fuerte carga simbólica, cuajado de reglas y basado en una historia previamente compartida por el autor y por el público) siempre contó con una audiencia dispuesta a implicarse intelectualmente en el desarrollo de la trama. Alabamos algunas obras por lo bien que están construidas, del mismo modo que nos produce placer la armonía y la perfección arquitectónica.
Pero la novela, en origen, tiene prohibida la complacencia. Las primeras novelas son perfectos culebrones, y su argumento depende de cómo vaya el fuego. El autor va detrás de la novela porque tiene que controlar que, por encima de todo, el interés no baje de nivel. No puede esperar un lector con paciencia que aguarda a ver 'el resultado final', 'la obra en conjunto'. Así, los argumentos de aquellas novelas (Heliodoro, Jámblico, esa gente) son de por sí abigarradas novelas, caminos sin descanso, calderas donde arde cualquier clase de madera. Y son interesantes, precisamente, por su variedad, por su carácter imprevisible, más incluso en la forma que en el contenido.
Reconozco que me he radicalizado un poco, pero eso es consecuencia, supongo, de llevar tres folletines seguidos, eso que tú llamas novelas. Hace cinco años terminé una novela de 600 páginas que me comí con patatas, y te doy mi palabra de honor de que es lo mejor que he escrito en mi vida. Así que me volví a mi pueblo, al periódico de mi pueblo, a que me dejasen escribir gratis, como cuando tenía veinte años, y a practicar el más humilde de los géneros, el que tenía que leer el jubilado ocioso y la funcionaria desocupada, un relato en 23 entregas pensado y escrito para que la gente se lo tragase, pero, eso sí, sin incurrir en topicazos que, estoy seguro, desactivarían cualquier interés que pudiera tener el folletín. Este año pasado, en 'Una flor de hierro', empecé con un guión de una página (¿recuerdas, Ernesto, lo del picaporte?), y al quinto día la cosa me parecía demasiado seria y decidí meter una pareja cómica, y al décimo día la tonta del bote de la pareja cómica surgió como un personaje interesantísimo con el que yo entonces, a mitad de faena, no sabía si podría lidiar. Era Pilarín Sangüesa, nacida en un barco, en mitad del viaje, a mitad de la novela, y que terminó por comérsela entera y verdadera. Te aseguro, Mabalot, que ponerse al servicio de un personaje que acaba de nacer ante tus ojos y mandar al cuerno todo lo que tenías pensado es una experiencia literaria inigualable. Lo que quiero decir es que sólo por esa falta de autocondescendencia nació Pilarín. Igual esto es un poco serio, pensaba yo, pero eso me lo hizo pensar la novela, las reglas internas de la novela. Con esto no quiero decir que me saliese bien sino que me sentí dentro de ella, a su servicio. Narrar, en fin, es ponerse al servicio de lo narrado. Digamos que no me gustan aquellos escritores que miran por encima a sus personajes. Me gustan aquellos que los escuchan, que les dan oportunidades para que sean personajes. Por eso no me gusta mucho la literatura satírica, el lucimiento sumarísimo. Paul Auster ha conquistado al mundo por el afecto que siente hacia sus personajes y porque nunca da la sensación de que les ordene hacer nada, ni de que tenga previsto nunca su final, su futuro. Por eso decía que la memoria (la autobiografía) puede ser onerosa para con la narración.
Bueno, creo que me he pasado de faena. Me anoto las cuestiones, y seguiremos comentándolas. Y disculpas por el autobiografismo.
Permitidme que termine con lo que planteaba Mabalot. Llevo a mitad la novela de Marías y me irrita, sobre todo, su autocomplacencia, eso que ayer tanto criticaba. No es que Marías esté al servicio de la narración sino que piensa mientras escribe, y hay muchas páginas en las que no se le ocurre nada. A veces vuelve la brillantez de los detalles, pero cae con demasiada frecuencia en una prosa pleonástica que llega a fastidiar. Como hacía ver Masoliver Ródenas, ningún personaje se salva de la supervoz de Marías, esa sintaxis envolvente que ahúma a los personajes, los desdibuja, meras abstracciones de un sujeto demasiado presente. Yo disfruto de la prosa de Marías, sin embargo, y tengo que reconocer que, si como novela no me gusta, sí me siento cómodo en el mundo que crea, que ya es bastante. Hay escritores que, gracias a la voz y renunciando (a veces por decisión, otras por obligación) a lo que en realidad es una novela, es decir, la creación de un mundo y la narración de una historia, han creado, sin embargo, un género propio. Umbral (Umbrales) era un género, no un novelista, y Pla otro, y Marías, a este paso, otro, y Trapiello, en fin, otro. Nos gusta su prosa, su manera de ver las cosas, su forma de estar en el mundo. No hay nada más agradable que una prosa que sea como una música traducible con la que el lector se puede contar su propia historia. Eso es lo que deben alcanzar los escritores de dietarios, los 'escritores puros', que decía Umbral, y reconozco que todos estos la tienen. ¿Pero quién, además de voz, además de mundo, sabe narrar, es decir, respeta las normas y domina las técnicas? ¿Quién es rigurosísimo con las proporciones, con las cohesiones, con los diálogos, con las descripciones, y, además, nos transmite 'una cifra' con la que interpretar la realidad? De los escritores vivos y coleantes, yo me quedo con Pombo y, sobre todo, con Mendoza. Pombo a veces nos la mete (Matilda Turpin) y Mendoza en ocasiones también (Mauricio), pero en sus mejores momentos se sientan y echan mano de su papel de artistas, dicho sea en el sentido amplio de la palabra, el del pintor abstracto que dibuja del natural maravillosamente, el del músico dodecafónico que interpreta con maestría las cancioncillas populares, el que domina los registros y los usa. ¿Habéis leído 'Una comedia ligera'? Es a esa mezcla de ingenio y de oficio a lo que me refiero, a la extrema libertad formal que sin embargo se atiene a la esencia del género, y sobre todo tiene claro que la novela es un género, y no lo olvida.
Baroja también es uno de esos. Baroja escribe "sin alfa ni omega", "al buen tuntún", pero crea mundos con su prosa, y también mide muy bien las proporciones. Nos creemos a sus personajes y, para emplear una frase de Marías, cuando abrimos un grifo sale agua. Lo de "un Dostoievski deshuesado" estaba dicho desde una admiración que casi es exceso de confianza. La trilogía 'La lucha por la vida' es en ese sentido ejemplar, pero también 'La sensualidad pervertida', escrita mucho más al desgaire.
En fin, no sé, no sé si me acerco. Sólo una última cosa, a propósito de Marías. En los 80 surgieron varios escritores que se imponían como norma sine qua non escribir en primera persona, y, en la medida de lo posible, hablar de la verdad, de la realidad, etc. ¿Adónde se ha quedado Julio Llamazares, o Muñoz Molina? ¿Qué han aportado al desarrollo del género? Marías, algo mayor, es uno de ellos. Me encantó 'Todas las almas', y lo que vino después fue más 'Todas las almas' pero ya sin sentido de las proporciones. Ahora, lo último, me parece otro 'Todas las almas' pero tan hinchado que, en vez de estallar, se afofa, como las carnes.
Lo malo de la verdad, en fin, es que solo hay una. Si uno quiere ser fiel a su manera de ver el mundo, se priva de enfundarse el disfraz de cosaco, o de niña, o de labriego, o de perro. Todas las voces serán la suya. Estará condenado a ponerse delante de la novela, e impedir al lector que la vea, que se-meta-dentro.
Quizá por eso los escritores nacidos en los 60 me parecen tan malos. Disfruté con la prosa de Eloy Tizón, o de Félix Romeo, o de Marta Sanz, pero los veo sin técnica, francamente. Me gustaba Ismael Grasa, pero se despeñó por la autobiografía. Y Martínez de Pisón, que le pasó un poco lo mismo. Sigo, sin embargo, con más curiosidad a Belén Gopegui, y creo que leeré 'El padre de Blancanieves'. Me gusta también, precisamente porque no tiene nada de umbilical, porque no suple con su vida las deficiencias de su imaginación, Albert Sánchez Piñol, el de 'La piel fría', y, en fin, no seré yo quien desdeñe a Ruiz Zafón, por más que su novela se me cayese de las manos. He visto chavales quedar absolutamente prendados, abducidos, entregados por completo. Eso exige mucha técnica, ciertamente, y yo, particularmente, es lo que más respeto. Porque es lo más difícil.
Ya lo dejo, chicos. Creo que yo también me repito más que avanzo.
Hola, chicos. No tengo más remedio que volver a aplaudir a Bernardinas, aún marcando mi disconformidad con su opinión de Mendoza en "Una comedia ligera", que para mí marca el comienzo de su declive.
Por otra parte, acepto encantada colaborar con uno de mis textos, pero ¿cómo lo hago?
¡Mabalot! Tú eres el técnico del blog, ¿no?
Yo no sé cómo se hace...
Gracias, don Antonio, por los comentarios. Jugosos. Del primero me hizo pensar lo que no acabé de entender, porque lo que comprendo y comparto no le doy más vueltas, o más de las necesarias. Son sus comentarios para rumiar, para quedarse pensando mientras conduzco y saltarme un semáforo.
No acabo de comprender esto: "Me gustan aquellos que los escuchan, que les dan oportunidades para que sean personajes. Por eso no me gusta mucho la literatura satírica, el lucimiento sumarísimo." La segunda frase, lo de la literatura satírica. ¿No es satírico también El quijote? ¿Y Galdós? Y ambos tienen el afecto, el ser narradores con buena baba siempre, que no pueden odiar a sus personajes y acaban siempre comprendiendo un poco a todos los que pasan por sus manos o salen de sus plumas.
Mendoza, que lo leí con gusto cuando se puso burlón y sinvergüenza, con la trilogía del detective jillao, o viceversa, y que me aburrió soberanamente con su primera novela.
A Marías le leí los libros de artículos. A veces cerraba el libro indignado; la verdad es que van a tener razón los que se meten con él (los hay obsesionados), porque mete "emperos" y cosas que chirrían al más despreocupado. Además, estoy hasta las narices de leer, de que cuente, que publicó su primera novela a los diecinueve y cosas por el estilo. El joven Marías, como decía papá Benet.
Todo envidia, está claro, de mi parte.
Pues eso, que Marías, don Antonio, tendrá algo bueno. No puede ser que los alemanes se confundan todos, ni que el mérito sea ajeno a él; "tengo que reconocer que, si como novela no me gusta, sí me siento cómodo en el mundo que crea, que ya es bastante". Lo mismo pasa con Trapiello, con Pla.
En el fondo de este debate el problema está, si es que hay problema, en cuando uno como lector se siente más cómodo, más a gusto, en ese mundo, digamos, menos disfrazado por la técnica novelística, que en el otro. Cuando uno disfruta y valora más la obra de Pla que la de un Marsé, por poner ejemplos que ni comparten generación. Pues un Trapiello y un Marsé, digamos. Me quedó con el primero.
No se trata de verdad, ni de más realidad, ni de ninguna reivindicación de tipo literaria, o teórica. No, es simple distracción, placer, el placer de leer, de comerte un libro como el que lee un best-seller, una policíaca. me meto dentro, más que con otras lecturas. Con el Baroja que no novela también me pasa.
La técnica está bien. El oficio es el oficio. Primero hay que aprender a cortar bien el césped; después ya nos acercaremos a las orquídeas, y los injertos más tarde aún.
Pero con la técnica se quedan muchos; solo de técnica viven demasiados. Algunos tienen chispa, otros ni eso.
Sus folletines y sus Bernardinas no solo están hechas con técnica, o no son algo bueno solo por la técnica.
Creo que no estoy aportando mucho ahora. Seguiré dándole vueltas a esto, que son los temas de siempre, los que rumiamos en este rincón.
A Luisa le doy las gracias por el interés. Por mí encantado si quiere participar.
Sólo necesito tu email para mandarte la invitación; mándame un email a esta dirección y ya está: mabalot_cm@yahoo.es.
Sí, Conde, acabo de leer tu correo. ¿Yo, técnico?. Qué gracioso, estamos buenos...
A ver, ahora que tengo un rato libre voy a meter baza.
Como tengo que reconocer que a nivel teórico me he perdido un poco (no veo tan claras ciertas distinciones, no entiendo algunas cosas y percibo contradicciones en lo que se ha dicho hasta aquí), voy a ir a lo práctico.
De entrada, tengo que decir que la novela como tal no me interesa. El género novela, quiero decir. No me interesa más o menos que cualquier otro género literario (supongo que en el fondo lo que no me interesan son los géneros como tales).
Sí me interesa, y mucho, la narración y la escritura, y su relación con la realidad y la inteligencia.
Por tanto, como lector no me emociona percibir si el autor domina o no ciertas técnicas. Eso me da igual. Lo que quiero es que me meta en un mundo vivo, que parezca verdadero mientras leo... Y sí, ya sé que para eso se necesita una buena técnica, pero mucho más que eso. Pero cuanto menos se le note la técnica, mejor.
Desde hace muchos años veo con perplejidad el éxito del género novela en el mercado (lo copa todo) y la presencia machacona de muchos escritores patrios que cada dos años nos endosan una nueva novela (en Anagrama, en Alfaguara, etc.) y que para mí no tienen ni el más mínimo valor ni interés. De verdad que no entiendo nada. Deben de estar ahí apalancados o enchufados por alguien, porque si no no lo entiendo. Ni lo que cuentan ni cómo lo cuentan me interesa lo más mínimo, y ahí están y siguen, copándolo todo. No sé. (Y esto que digo sirve casi para cualquier novelista español que veais en la sección de Novedades al entrar en una librería.)
Vamos, comparada con la novela inglesa de los últimos años (Ian McEwan, Kazuo Ishiguro, Martin Amis, Graham Swift, etc.), la novela española actual me parece una verdadera caca de vaca, así de claro.
Ni siquiera los más considerados por la crítica y prestigiosos me suscitan interés. Por decir mi opinión concreta sobre algunos que habéis mencionado: de Pombo casi no he leído nada, pero lo poco que he hojeado me aburre muchísimo; en las novelas de Javier Marías sólo veo una retórica hueca, vacía, un dar rodeos a las cosas para “literaturizarlas”, o eso se cree él, siempre con las mismas tretas falsas (me aburren soberanamente todos estos seguidores de Benet y de Faulkner, tan falsamente imitado) (eso sí, me gustó "Vidas escritas"); de Mendoza no puedo hablar en general (porque no lo he leído), pero su “Comedia ligera” se me cayó de las manos; Llamazares, Muñoz Molina... también se me han caído de las manos en el intento.
En fin. Espero no provocar un cisma en el Club Solana. Supongo que aquí estamos dos novelistas profesionales (Antonio Castellote y Luisa Cuerda) frente a dos antinovelistas aficionados (Mabalot y yo). Creo.
Bueno, no sé a vosotros, pero a mí todo estos debatillos me parecen muy interesantes.
Un saludo.
Algo pasa, Maba, que me devuelven el correo que te envío. Os doy el mío, para que me enviéis la invitación y para lo que gustéis mandar (preciosa píldora de hormigón que os dedico):luisacuerda@yahoo.es
Ah, yo creo que muchas de las llamadas novelas recientes no lo son. Actualmente escribimos relatos más o menos largos, más o menos estructurados, pero ¿novelas? Sólo a veces y casi por casualidad. Me gustan los cismas siempre que sigan combinaciones y permutaciones con frecuencia como las riñas tumultuarias, sólo que sin riña.
Luisa, te mando ahora el email. Estuve fuera. Ah, es esta dirección (perdón, me equivoqué); mabalot_cb@yahoo.es
GRACIAS.
Seguiremos con el tema. Novela, a fin de cuentas, es algo muy amplio, ya se sabe. La verdad es que intrigan todos estos debates. Dan ganas de pensar y todo. El caso es que pase algo, después de pensar.
En fin; yo al menos no abandono el tema. Lo aparco, como el coche. Ya volveré a por él, si me acuerdo.
Acabo de llegar de León, de acompañar a mi señora, por motivos laborales. Papé mucho frío que iba de machito con prendas de verano y encontré a uno del Círculo Solana, o más bien que podría serlo. Un librero joven y superamable, de una librería que se llama La Galatea, cerca de la Catedral. Tenía la primera parte de La España negra, y le pregunté por el segundo; ¡¡¡lo había tenido!!!. Pidió dos; uno para él, y el otro lo vendió. Así que en León ya saben lo que es La España negra II, dos personas al menos y el editor, que no sé si estaría por allí.Gente muy maja el librero, que me trató como un hermano por pedirle tal cosa. Le brillaban los ojos cuando hablaba de los libros de Solana; una de dos, o estaba colocado, cosa que no parecía, pues no se trababa la lengua ni le olía mal el aliento, o era un solanista empedernido.
La conversación se fue por otros cauces, distribución de trieste y cosas así, sino le hubiese susurrado la existencia de una organización como la nuestra. Tenía que asegurarme que era de fiar, en todo caso. Podía en el fondo ser un enemigo; un lector, por ejemplo, de la última de Juan Manuel de Prada.
Con Conde, bueno, ya sabe lo que pienso de lo que habla. Coincidimos es esos temas. Sospecho que no es algo solo de coincidencias entre dos personas más o menos cercanas en gustos literarios y en una forma de ver las cosas en general, o sensibilidades, etc.... Sospecho que es una corriente que se da entre un tipo de lector joven, que quizá lee cierta novela casi por inercia.
No creo tampoco demasiado en los géneros. Si escribo y quiero venderlo a una editorial ganaré más si le llamo novela o si el libro revela o aparenta que eso pueda ser novela.
¿Leísteis un libro de Rodolfo Wilcock que se llama "La sinagoga de los iconoclastas"? Anagrama lo vende como novela, creo. ¿eso es novela?
Entonces me gustan las novelas. Estoy ahora con él, muy bueno.
Creo en los libros. Si mañana alguien publicase las Bernardinas de Castellote dormía a las puertas de la librería. Libros, libros, me gustan los libros. ¿Novelas? casi todos los libros que compro son o se venden como novelas. En fin.
No se si soy/somos antinovelistas (espero que no, quiero publicar), lo que está claro es que somos aficionados (muy aficionados, eso sí, casi enfermos) y aprendo mucho con estas discusiones.
Sócrates saldría a esta plaza pública, también, a discutir.
Saludo a todos.
Propongo reorientar la cosa. En el blog he colgado una cosa sobre nubes, pero, para poner las cosas en su sitio, me parece más justo colgar unos párrafos de Turguéniev que me han sabido a gloria.
Bueno, entonces el antinovelista soy solo yo. Y sí, publicar, claro, para eso ahí sigo con mi best-seller (que, por supuesto, es una novela, ¡qué remedio!). Estoy vendiendo mi alma al diablo, y a ver si el diablo se transforma en editor, ¿no?
Pues eso quería decir: que en la novela entra cualquier cosa.
Y perdón a todos por desahogarme el otro día (en mi descargo diré que estaba muy cansado, de tanto curro, incluidas "novelas históricas", de esas que tanto se publican ahora); sobre todo espero que sepan perdonarme Marías y Pombo, que seguro que no pueden dormir desde que dije aquello...
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