Al gran maestre de esta logia se le ha ocurrido que estos devaneos improvisados podían ir bien aquí. Sólo puedo justificar el desorden de lo que sigue como un acto de coherencia con lo que dice. Os pongo una foto Winkler que he tirado este puente (por este puente).
Acabo de leer el discurso de ingreso de Javier Marías y la contestación de Francisco Rico. Poco antes había apañado la bernardina del ingresante para que salga mañana jueves en el Diario de Teruel, de modo que, entre pitos y flautas, llevo toda la tarde metido en el Reino de Redonda.
El discurso de Marías es una hermosa pieza literaria pero bastante floja para tratarse del tema del que trata: la imposibilidad de describir la realidad para cualquier escritor y las ventajas de la novela en tanto que se trata de una realidad en sí misma, un mundo cerrado con principio y fin. Desde el momento en que la realidad es infinita (y, si no lo es en absoluto, sí para la finita, disgregada y cambiante percepción humana), ningún retrato podrá ser perfecto, es decir, completamente acabado.
Eso es decir bien poco, la verdad, y Marías emplea muchas y muy hermosas e interesantes páginas en decirlo, matizarlo y repetirlo, aparte de nombrar a los amigos. Y Rico, después, de puro tiquismiquis, tampoco colabora en profundizar mucho. Quizá la ocasión sólo exigía el género de la literatura de circunstancias a la que tampoco se le puede pedir un docto tratado de epistemología.
Pero sin necesidad de acudir tan lejos sí podría haber avanzado algo más. Marías parte de la idea clásica de que las palabras son la primera forma de traducción, es decir, la primera forma de distorsión del conocimiento. No nombramos las cosas para conocerlas sino para, a través de la traducción, hacernos una idea de lo que representan. Como muchas veces acertamos (sobre todo en cuestiones prácticas), damos la versión por buena. Lo que buscamos en una novela no es que nos represente la realidad, porque la realidad ya la conocemos, sino alguien que mire esa misma realidad, alguien que nos deje su agujero como cuando los niños o los ancianos se acercan a mirar una obra desde las vallas cubiertas con toldos o con chapas: todos sospechan que desde otro agujero distinto al suyo se ve mejor, por la sencilla razón de que en todos ellos se ve poco y mal. Es la visión de la hostia, por citar una ocurrencia de Vila-Matas, la que nos mueve a curiosear, a querer saber (uno de los temas favoritos de Marías, por cierto, es el de no querer saber), a ver lo que otros han visto o que por la sola presencia del agujero nos reclama. Leemos una novela para mirar por un único y espléndido agujero, situado y abierto en la lona de la valla por alguien con más perspicacia o más arte para contar que nosotros. Las verdades informan, pero las ficciones invitan a fingir. No hay instrumento más secreto y menos sospechoso que un libro, a pesar de que sirva para luchar contra la tediosa realidad-real, para desatar los delirios de grandeza, para prestar nuestro pensamiento, para ser otro por momentos, para ser testigos de la gran obra que se construye al otro lado de la valla. Igual que los niños y los ancianos quedan atraídos menos por el edificio ya hecho que por el edificio en construcción, nosotros nos sentimos atraídos por ver las entrañas de alguna historia, el relato que no supimos ver, y cuando está terminada nos damos cuenta de que el placer era estar leyéndola, mucho más que haberla leído.
Eso es, y nada más, un novelista: un placer presente, un edificio en construcción. Los libros de historia y la inmensa mayoría de nuestras deleznables noveluchas hablan de lo ya sabido, de la historia ya vivida, de la dichosa guerra civil, de una experiencia memorable, de su adolescencia, de sus adulterios o de sus fracasos, por decirlo en el tono más acumulativo y mariano posible. Y son pocos los novelistas que respetan la condición ficticia de su trabajo. Pocos los que, sin idear ni planear, ni tampoco recordar o copiar de los libros de historia, se arrojan a la ficción con una mano delante y otra detrás, son cronistas de su imaginación y no testaferros de sus memorias; pocos dejan que sean las palabras y, sobre todo, el arte de narrar, lo que vaya dando forma a ese mundo alternativo y falso, que sin embargo sirve como ninguno para entender el mundo real. La novela es la éntasis de las columnas, esa ondulación (ese fraude) que ayuda a que parezcan rectas. Ser o no buen novelista no depende sólo del oficio. Bucear en una novela, escucharla, transcribirla, traducirla, es más parecido a asistir al parto que a parir, en el hipotético caso de que diésemos forma al destino según pusiésemos de un modo u otro nuestras manos para extraer a la criatura; pero exige la bizarría literaria de no empalmar cosas de otros, ni recurrir a tópicos ni a escenas de probado efecto. En ningún ámbito es tan ostentoso y desagradable mentir como en la pura ficción. Qué mal rollo nos dan esos novelistas a los que de pronto se les nota que se lo están inventando todo, y sin embargo qué placer suponen aquellos otros que saben de lo que va a ocurrir lo mismo que tú que los estás leyendo, pero ellos lo saben contar.
Marías lo sabe contar. De todos los experimentos con la realidad que llevamos padeciendo en las dos últimas décadas, de la glorificación de Sebald a la insoportable vulgaridad de las autobiografías encubiertas, el de Marías ha consistido en usar la realidad no más que como referente de un mundo completamente ficticio. La prestancia de un novelista se mide en su capacidad de apropiarse de esa realidad sin ser fiel a nada previsible por él, no por la historia. La carga real de su última trilogía es una simple conversión al universo del Redonda, una traducción que admiramos por la pericia del traductor y por la perspicacia del traducido. Yo he ido a muchas librerías como la que salía en Negra espalda del tiempo, pero verlas así exigiría recordarlas al tiempo que las veo. Son tiempos distintos, no tanto como los de Stern, que cita en el discurso, pero casi. Forma parte de la realidad el que no te dé tiempo a comprenderla sino retrospectivamente. Aunque seas un lince, el piélago de hipótesis y alternativas y suposiciones por el que navega Marías no puede ser vivido, y por lo tanto no es real. No se puede vivir así. Su carácter ejemplar procede de su éntasis, de su falsedad.
Y de esto, en lo que Marías me sigue pareciendo muy superior a la media y a la altura del mejor (Pombo), Marías no habló. Su hermoso discurso fue tocando las cosas, tanteándolas más bien, como si también navegara por ellas, como si también su pieza oratoria se hubiese atenido a las exigencias del ensayo: pensar por escrito, sin saber muy bien adónde se va a parar, como han hecho siempre los descubridores, porque iban a la ventura.
4/5/08
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10 comentarios:
Sí, foto de mercado, de naturaleza muerta winkleriana. Sólo falta el cura a un lado, masturbándose, y el cadáver de alguien en el frigorífico....
En cuanto pueda leerme detalladamente el discurso de Marías propondré varios temas para el debate. Creo que puede ser interesante.
SOBRE EL DISCURSO DE JAVIER MARÍAS
Me he leído el discurso de Marías (la contestación de Rico no) y he llegado a la conclusión de que -al margen del emocionado alegato final en favor de la novela- lo que ha hecho básicamente es buscar coartadas y excusas para su propia manera de narrar, que desde mi punto de vista es tramposa, pedante y enclenque (como ya sabéis), llena de vacilaciones e imprecisiones. Cuando describe y ejemplifica la forma de hablar de su amigo Vián está describiendo su propia manera de escribir: “su «estilo» y su forma de hablar y de ser confuso y de dar rodeos”, “la retahíla de superfluidades
y prolegómenos que Vián iba empalmando” (el juez lo miraba fascinado, como lo leen sus lectores), “no saben cómo ni dónde empezar, ni cómo continuar,
ni todavía menos cómo terminar”, “se van por las ramas”… ¿No os suena a algo?
Como ha dicho con aguda ironía Rafael Reig: "Habla el académico de la dificultad para contar las cosas como son, lo real: 'Contar, narrar, relatar es imposible, sobre todo si se trata de hechos ciertos, de cosas en verdad acaecidas'. Bueno, leyendo a Marías uno siente la tentación de darle la razón: a él se nota que le cuesta mucho esfuerzo contar algo real." Ja, ja... Tiene razón.
Puedo estar de acuerdo con la hipótesis inicial de trabajo, que es donde tira más a lo alto: la imposibilidad de contar a causa de las propias limitaciones del lenguaje y de su carácter metafórico. Bien. Lo que habría que hacer a continuación es ahondar en esa concepción metafórica del lenguaje (una entre muchas posibles: Platón, Aristóteles, estoicos, San Agustín, nominalismo, neoplatonismo renacentista, empirismo, Romanticismo alemán, Nietzsche, Semiótica/Semiología, los dos Wittgensteins, etc) y explicarla. Sin embargo, eso exigiría leer y reflexionar demasiado… ¡¡¡Si al menos hubiera echado mano del texto de Nietzsche “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, donde ya todo eso está dicho (y mucho mejor que en Ortega, por ejemplo)!!!
Pero no: lo que hace el sr. Marías, que ha explicitado esa imposibilidad en grado absoluto, es dedicarse a hacer variaciones de la hipótesis pero con vuelo más bajo y poner ejemplos con casuísticas de medio pelo. Además de demasiado fácil, es totalmente absurdo: niega la mayor y después va tachando las posibles (y diminutas) consecuencias. No te jode… Qué gran riesgo intelectual.
Si por lo menos se hubiese leído la Retórica a Herenio para distinguir niveles y matices, géneros de discurso y tipos de lenguaje, etc. Pero no: el tío se lanza sin complejos a soltar sus simplezas, echando mano –tramposamente- de un Ortega menor, sacando del armario -¡cómo no!- a Benet (que sale con toda la apariencia de un memo: «Anda, haz Vián ante el juez un rato»), el consabido modelo del Tristam Shandy, etc.
O sea, que según Marías lo que es imposible es narrar un acontecimiento en toda su amplitud y detalle, eliminando la sucesión temporal, como si uno fuese Dios. ¿No me digas? ¿O sea que lo del narrador omnisciente era una quimera? Pues menos mal que ya te has dado cuenta, macho… Ya era hora. Porque narrar es eso, precisamente: contar desde una perspectiva o punto de vista; lo que importa es que ese punto de vista sea verdadero, o al menos verosímil, que la historia respete las medidas de la realidad, o al menos de la posibilidad. Narrar en absoluto o narrar como un Dios es imposible. Es lo que te comentaba el otro día, Antonio, cuando dijiste que no te gustaba que el narrador juzgue. Sigo pensando lo mismo: “por muy impersonal que quiera ser un narrador siempre está juzgando, desde el mismo momento en que decide contar algo y selecciona datos o hechos, elige, matiza, expresa sentimientos o recuerdos, etc. Lo otro lo veo muy irreal”. Esto mismo viene a decir Marías, más o menos, con su hipótesis de trabajo.
Después en su "Discurso" Marías hecha mano ya de todas las limitaciones humanas (memoria, perspectiva, intereses, etc), no sólo de la que impone el lenguaje.
Y repite machaconamente su ritornello: la hipótesis negativa. Se ve que no tiene nada más que decir. Así es –exactamente- su literatura. Y reconoce, por fin, lo que todos sospechábamos: que su lenguaje es como una traducción –mal hecha- del inglés.
Sin duda, el alegato final de Marías por la ficción novelada es lo mejor del discurso, lo más razonado y brillante, aunque no esté del todo de acuerdo con lo que dice.
Ya sabéis que, como antinovelista aficionado, me siento más cercano a Cioran y a la hipótesis de fondo que maneja Marías todo el rato. En principio, salvo algunas contadísimas excepciones de novelas geniales, el género de ficción -que lo es- que más me interesa es el que me deja respirar la vida, sean crónicas, memorias, artículos, diarios, relatos o novelas… siempre que estén bien escritas, claro. Aunque no reniego de nada. Simplemente que la novela como universo cerrado o delimitado me suele aburrir.
AHORA YA VOY CON EL ARTÍCULO, GENIAL, DE A. CASTELLOTE
Me gusta mucho más que el discurso de Marías porque ahonda en lo que aquél olvida (explicar esa concepción del lenguaje) y toma el relevo en el elogio del "arte del novelista", llevándolo a mucho mejor puerto. Pero necesito alguna aclaración, porque hay cosas ue no acabo de pillar bien.
En cuanto a lo primero, creo que entiendo bien este concepto de "traducción": "las palabras son la primera forma de traducción, es decir, la primera forma de distorsión del conocimiento".
Supongo que te refieres a que traducimos la realidad mediante palabras, y el novelista -con sus palabras- crea un mundo nuevo (de ficción) en el que movernos. Bien. Porque traducir es traducir de algo a algo (desde esta concepción el lenguaje como tal sería sólo un instrumento). En literatura sería traducir del mundo real al mundo de ficción.
Esta frase ya se me antoja más complicada: "No nombramos las cosas para conocerlas sino para, a través de la traducción, hacernos una idea de lo que representan". Puede parecer que quieres decir que a través de las palabras (con las que traducimos la realidad) nos podemos hacer una mejor idea de la realidad (entenderla mejor, comprenderla); pero no creo que quieras decir eso, porque acabamos de decir que precisamente esa traducción es una distorsión del conocimiento.
¿Qué significa: "Hacernos una idea de lo que representan"? ¿Hacernos una idea de lo que representan las cosas? ¿Qué representan las cosas? Las cosas son cosas, no representan nada por si solas (en todo caso representarían algo para nosotros). ¿Cómo acertar?: "Como muchas veces acertamos (sobre todo en cuestiones prácticas), damos la versión por buena". No entiendo en qué acertamos (¿en la idea de lo que representan las cosas?). No lo entiendo... Me pierdo.
Es muy complejo, porque estamos hablando de la conexión de estos tres niveles fundamentales: cosas (realidad), palabras (lenguaje), ideas (pensamiento). Hay distintas concepciones (y cualquiera puede ser válida), pero sea cual sea debe explicarse con la mayor claridad posible.
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Pasando a otra cosa, Antonio, me gustaría que te extendieses más en lo de "la insoportable vulgaridad de las autobiografías encubiertas". Ya te lo hemos preguntado alguna vez... Si te refieres a las novelas de Maruja Torres o demás engendros lo entiendo perfectamente, pero si es una idea genérica necesito más explicación, porque huele demasiado a contradicción, y no te pega.
Sólo dos ejemplos de libros que admiras mucho.
Los libros de Marías -como él mismo reconoce- juegan contantemente con su vida y con personajes reales.
Y no se me ocurre novela más autobiográgica que la de Pombo que nos dijiste que era la mejor ("El metro de platino iridiado"), ¡pero si es como estar escuchando a Pombo en un diván contando cómo le molaba Jose Antonio Marina y que éste se casó con su hermana! Yo creo que hasta los más mínimos detalles de esa novela son verídicos. Es una autobiografía encubierta (muy poco encubierta: sólo cambian los nombres).
Por eso no entiendo.
Y no hablemos ya de Proust y compañía, que se dedican a ello, que su literatura consiste en eso.
Yo, ya digo, que me da igual de dónde provengan los materiales, de la vida del escritor o de su imaginación; es que me la suda completamente...
Que unos tienen más arte de novelistas que otros para elaborar esos materiales es evidente; sobre todo Pombo y Eduardo Mendoza. A Marías no se lo veo tanto: ni en construcción de personajes ni de ambientes ni de trama ni de nada. Su trilogía es otra cosa, ni siquiera es novela, sino más bien exposición de ideas, reflexiones...
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Toda la parte final, sobre la figura del novelista (ese "placer presente, un edificio en construcción"), es genial.
Un abrazo.
POR ÚLTIMO, LA RESPUESTA DE FRANCISCO RICO
No sé con qué tipo de propósito "amistoso", pero el profesor Rico da varias veces en el eje de flotación de Marías y airea algunas de sus vergüenzas literarias.
Lo más ilustrativo (por ridículo y quizás malintencionado) es cómo gasta elogiosas hipérboles para calificar la parida mariana del Reino de Redonda ("la cumbre de esa portentosa manipulación...", "esa descomunal operación"...) cuando a su literatura no le dedica esos adjetivos tan potentes.
Me río por no llorar, porque ya está bien de soportar la parida esa... Lo del Reino de Redonda es una perfecta GILIPOLLEZ de niño memo y mimado, quizás la mayor gilipollez de la historia literaria española (que ya es decir). Y ver a tanta gente aplaudiéndole la gracia me produce vergüenza ajena, la verdad.
Todo lo grandioso de Marías es, para Rico, extraliterario; como que imite y reencarne a sus personajes novelescos en la vida real y compre no sé qué libros dedicados o autógrafos, dibujos, fotografías, objetos, recortes... En fin, que casi hace de Marías un Vila-Matas cualquiera, un mero autoficcionador de la vidilla literaria que encima es fan de sí mismo (¿?¡!). No creo que ni el peor enemigo de Marías le pudiese hacer eso: "la prueba suprema sería que el ficticio narrador de JM acabaría por ser más verdadero
que el JM real, hasta transfigurar la biografía del JM real". De verdad que hay que leer cada tontería...
En cuanto a lo meramente literario (sí, algo habla de ello), Rico resume bien la tesis del "Discurso" de Marías y da en el clavo en algunas cosas: el carácter centrípeto del narrador, las "ex sententia", las reflexiones que disuelven en abstracción los hechos concretos, el fingimiento constante del narrador de que la realidad se le resiste, sus machacantes figuras retóricas (enumeraciones, indecisiones, conjeturas, reiteraciones con variantes, los nombres que vacilan, las correcciones sobre la marcha, los quiebros sintácticos, la puntuación...).
Y lo clava definitivamente asimilándolo a "la idea modernista de que la obra de arte, literaria
o no, es una realidad autosuficiente, y la ficción un lenguaje autorreferencial".
Rico viene a decir, como suponíamos, que la literatura de Marías es mera cuestión de lenguaje, de palabrismo, de bla bla bla. Y después rebate sus argumentos.
Eso es un amigo, sí señor.
Como leyéndolo ahora veo que quizás me he expresado con demasiada contundencia, espero que se entienda que no voy contra ti, Antonio.
Hago un análisis que trata de ser racional, aunque lo exprese visceralmente. Intento entender las cosas. Trato de no hacer trampas y decir lo que pienso.
En realidad de Marías lo único que me saca un poco de quicio es lo del Reino de Redonda; lo demás más o menos lo llevo bastante bien.
Y no creo que Francisco Rico le haya hecho un favor con su Discurso, precisamente.
Lo demás es cuestión de gustos o de distintas concepciones de la literatura (muy relativo todo, por supuesto).
Si en algo he podido molestar, lo siento.
(Como véis, yo me lo guiso y me lo como todo junto...)
Qué va, hombre, la cosa está de lo más interesante. Me gustaría colgar un post con más sosiego sobre todos estos temas y limitarme ahora a lo que yo creo que es una novela y que Marías sigue observando como pocos. Es de Nabokov, del 'Curso sobre el Quijote':
"Cervantes jamás vio el libro ante sí como una composición perfecta, aislada, completamente separada de la materia caótica de la que había salido. No sólo no previó nunca las cosas, sino que tampoco volvió nunca la vista atrás".
Últimamente me repito en este punto. Sólo podemos ver el talento de un novelista en la carga de invención de sus novelas. Todos hemos disfrutados de prosistas maravillosos, sobre todo de aquellos que nos brindaban un idiolecto con el que, después de cerrado el libro, seguir contándonos nuestra propia vida. Pero "la gracia narrativa" (Pombo) es otra cosa. La gracia narrativa es llevar las riendas de un tiro de caballos desbocado que no sabes muy bien adónde va, pero que, como sabían los ingenieros antiguos, seguro que traza el mejor de los caminos.
Debo decir que soy completamente contrario a la disolución de los géneros en aras de una especie de literatura global. No. Escribir una buena prosa es difícil. Sacarle jugo a la propia vida también, y escribir un reportaje, y contar unas buenas memorias. Todo eso es muy difícil, pero escribir una novela es, debería ser, todavía más difícil, porque implica un acto de renuncia a todo lo que no sea específicamente literario. Significa entregarse al lenguaje autónomo de la novela. Marías vuela más alto cuando salta el seguro de la ficción y es su lenguaje y no él el que construye situaciones, hasta inverosímiles algunas, pero totalmente literarias. Vivimos en un mercado de abastos en el que la ficción es de catálogo y cada novelón un carrito en el que se apiña un surtido de tópicos de fácil combinación y cómodo montaje. En el mejor de los casos hablamos de buen oficio, pero hay un acto de valentía en el novelista, encomendarse a su propia imaginación sin subterfugios, o a la narración de su propio pensamiento.
No es en esto Marías el mejor, porque él ha encontrado un sillón demasiado confortable en la constante desarticulación hipotética de lo narrado, que también, y a pesar de lo mal que habláis de su castellano, es muchas veces un alarde de precisión. Pero, aun en momentos de morosidad extrema, Marías no se apea del código ficticio, de lo que honradamente, nos guste más o menos, nos tiene que presentar.
Marías nos gustará más o menos, y eso no tiene mucha discusión, pero sí el hecho de creer o no creer en los géneros, en el mandato de la ficción, no de la transcripción.
Pero la ficción no es el hecho de que todo sea mentira, sino el de que aun las cosas reales sucedan con la lógica de la ficción. Por eso 'El metro' no me parece una autobiografía encubierta.
y por eso a mí sí me hace gracia lo de Reino de Redonda, porque es como la marca de aguas de la novela.
"...porque implica un acto de renuncia a todo lo que no sea específicamente literario."
Bueno, aquí se te escapó, me parece, un pecado venial. No creo que lo específicamente literario tenga que nutrir a la ficción. Es más, esta siempre se escapó por otras veredas, siguiendo el dicho de lo que no mata engorda. Casi podríamos decir que una novela es aquello que no es otra cosa. Pero no hablo de una literatura global, mezcla de géneros, sino de una tendencia de la ficción a incorporar todo aquello que gira a su alrededor...
Entiendo perfectamente lo de la "gracia narrativa"; no pocas veces me he visto negro para explicar porqué me gustaba tal o cual autor y es ese laberinto en el que nos vamos metiendo con el autor, y esa, como honestidad con la escritura, ese tirar "hacia adelante", o mejor, huida hacia adelante, lo que diferencia a churras de merinas en literatura.
Y Nabokov, esto que dice de El Quijote, ¿lo dice como un algo positivo, o se lo echa en cara, como la quintaesencia de la chapuza?
Porque me parece que Nabokov no era muy cervantino...
Desde que te leí por primera vez comparto contigo, Antonio, esta visión de la ficción, esa huida hacia adelante... Y no hablo ateniéndome a la teoría, a una manera de ver las cosas, sino a la práctica de todo esto, y a lo que me parece que vale la pena y lo que no en lo que escribe uno.
Después sigo.
Sí, desde luego. Nabokov dice eso en medio de las burlas. Otra vez Cervantes: "porque la escritura desatada destos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, con todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas ciencias de la poesía y la oratoria". Eso Nabokov también lo hacía.
En el fondo creo que defiendo la distancia, la categoría estética de la distancia. Distancia del autor con respecto al narrador. Distancia del narrador con respecto a lo que cuenta, la misma distancia que, en ocasiones, permite al autor dar un paso y asomarse para producir esa empatía en el lector de la que hablamos una vez. Las memorias de Baroja nos gustan porque son las memorias del personaje Baroja, de un ente de ficción intercambiable con sus novelas. Baroja adopta una persona narrativa y eso aumenta la distancia entre el autor y el narrador, y permite que el relato se someta a las necesidades del narrador, no del autor. La celebérrima ironía de Cervantes es también eso.
Por eso es siempre tan útil impostar una voz, porque es lo que nos tiene que atraer, casi más que lo que quede dicho. Y con lo de impostar no quiero ser peyorativo. Parto de la base de que la voz de Baroja es impostada. Es, nunca mejor dicho, una postura ante la vida.
Me pasa lo mismo con las personas. Las hay que saben alejarse más o menos de sí mismas, y unas son más imaginativas que otras, o como poco más irónicas, más ingeniosas.
Son más amigas de la improvisación. Siempre que hablamos de nuestro santoral no narrativo estamos alabando el personaje que incorporan. Solana, Corpus Barga, Pla (a pesar de Aznar), Cunqueiro, Perucho,Umbral, Trapiello, etc., etc. nos gustan por la distancia que han adoptado sobre la materia de la que hacen su literatura, por el personaje en que se han convertido. Nos metemos en ellos como en un traje y leemos la vida cotidiana con sus ojos.
Insisto en que no hago más que repetirme. Pero creo que estamos desde el principio más de acuerdo de lo que parece.
Cómo no vamos a estar de acuerdo, si somos una secta (benévola)...
Esta última intervención la suscibo palabra por palabra... Amén (que no nos oiga Winkler).
Por cieto, va a haber que ir planeando la excursión del Círculo a Urueña, que Luisa nos reclama.
"suscribo" y "por cierto"... quería decir.
Sólo matizaría una cosa: a mí más que el personaje lo que me interesa es la mirada de ese personaje (llámese "Baroja", "Pla", "Cunqueiro"...).
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