4/5/08

Cultivemos

Murakami en su bar de jazz, en el barrio de Sendagaya, Tokio, 1978.

Vagando por la Red me encuentro un texto de Haruki Murakami, ese adalid de las letras niponas. Ahora, con calma (saboreándolo) y alternándolo con otras cosas, tengo en la mesilla un tocho que se intitula Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, y la verdad me tiene prendado. Sólo lamento estar a años luz de poder leer un texto literario en japonés y conformarme con la traducción, pero tampoco está nada mal. Lo que os pongo a continuación es un texto bonito, más que agudo u original. Es, digamos, la poética de este autor explicada por sí mismo (las negritas son mías):

"Nunca tuve ninguna intención de convertirme en un novelista, al menos no hasta que cumplí 29. Esto es absolutamente cierto.

"Leí mucho desde chico, y siempre me metí tanto en los mundos de las novelas que estaba leyendo que mentiría si dijera que nunca tuve ganas de escribir nada. Pero jamás creí que tuviera talento para escribir ficción.

En mi adolescencia me encantaban escritores como Dostoievsky, Kafka y Balzac, pero nunca me imaginé que pudiera escribir nada que estuviera a la altura de las obras que ellos nos legaron. Por lo tanto, a temprana edad simplemente abandoné mi esperanza de escribir ficción. Decidí seguir leyendo libros como hobby, y buscar otra manera de ganarme la vida.

La música fue el área profesional en la que me instalé. Trabajé duro, ahorré dinero, pedí prestado mucho a amigos y parientes, y poco después de dejar la universidad abrí un pequeño club de jazz en Tokio. Servíamos café durante el día y tragos por la noche. También servíamos algunos platos sencillos. Pasábamos discos todo el tiempo y teníamos a jóvenes músicos tocando jazz en vivo los fines de semana. Lo mantuve durante siete años. ¿Por qué? Por una simple razón: me permitía escuchar jazz de la mañana a la noche.

Cuando cumplí 29, de pronto y de la nada tuve esta sensación de que quería escribir una novela; de que podía hacerlo. No podría escribir nada que estuviera a la altura de lo de Dostoievsky o Balzac, por supuesto, pero me dije a mí mismo que eso no importaba. No tenía que convertirme en un gigante literario. Aun así, no tenía idea de cómo escribir una novela ni sobre qué escribir. Después de todo, no tenía absolutamente ninguna experiencia, ni disponía de ningún estilo ready-made a mi alcance. No conocía a nadie que pudiera enseñarme cómo hacerlo, ni tenía amigos con los que pudiera hablar de literatura. Lo único que pensaba a esa altura era lo maravilloso que sería poder escribir como si tocara un instrumento.

Había estudiado piano de chico, y podía leer música lo suficiente como para sacar una melodía simple, pero no poseía el tipo de técnica que se necesita para convertirse en un músico profesional. En mi cabeza, no obstante, sí sentía a menudo que había algo parecido a una música propia que circulaba alrededor de un impulso rico y poderoso. Me pregunté si me sería posible traducir esa música en escritura. Así es como empezó mi estilo.

Ya sea en la música o en la ficción, lo principal es el ritmo. Tu estilo tiene que tener un ritmo bueno, natural, firme, o la gente no va a seguir leyéndote. Aprendí la importancia del ritmo de la música, y especialmente del jazz. A continuación viene la melodía, que en literatura viene a ser un ordenamiento apropiado de las palabras para que vayan a la par del ritmo. Si las palabras se acomodan al ritmo de una manera suave y bella, uno no puede pedir más. Lo siguiente es la armonía; los sonidos mentales que sostienen las palabras. Luego viene la parte que más me gusta: la libre improvisación. A través de algún canal especial, la historia fluye libremente desde el interior. Todo lo que tengo que hacer es sumergirme en la corriente. Finalmente viene lo que quizá sea lo más importante de todo: esa elevación, esa emoción que uno experimenta al completar su “interpretación” y al sentir que ha alcanzado un lugar nuevo y significativo. Y si todo sale bien, uno consigue compartir esa sensación de elevación con sus lectores (su audiencia). Es una culminación maravillosa que no puede obtenerse de ninguna otra manera.

Prácticamente todo lo que sé acerca de escribir, entonces, lo aprendí de la música. Sonará paradójico, pero si yo no hubiera estado tan obsesionado con la música, podría no haberme convertido en novelista. Incluso ahora, casi treinta años después, sigo aprendiendo mucho sobre la escritura de la buena música. Mi estilo está tan profundamente influido por los riffs salvajes de Charlie Parker, digamos, como por la prosa elegantemente fluida de F. Scott Fitzgerald. Y todavía tomo la permanente autorrenovación de la música de Miles Davis como modelo literario.

Uno de mis pianistas de jazz favoritos de todos los tiempos es Thelonious Monk. Una vez, cuando alguien le preguntó cómo hacía para obtener cierto particular sonido del piano, Monk señaló el teclado y dijo: “No puede ser ninguna nota nueva. Cuando uno mira el teclado, todas las notas ya están ahí. Pero si uno quiere una nota lo suficiente, sonará diferente. Uno debe elegir las notas que realmente le importan”.

A menudo recuerdo estas palabras cuando estoy escribiendo, y pienso para mí: “Es verdad. No hay palabras nuevas. Nuestro trabajo es darles nuevos significados y tonalidades especiales a palabras absolutamente ordinarias”. Esa idea me reconforta. Significa que aún yacen delante de nosotros alcances vastos y desconocidos, territorios fértiles que tan solo esperan que los cultivemos."

(Sacado de aquí)

Miles Davis and John Coltrane play one of the best renditions of SO WHAT ever captured on film-(Live in 1958)

3 comentarios:

conde-duque dijo...

Tendré que probar más cosas de este señor (parece simpático), que me dejó escaldado con su Tokio Blues.
Sería blues con mucho ritmo de Coltrane, pero a mí con eso no me llega...
El tema es complicado. Supongo que es necesario el ritmo y la música para que el lector navegue sin esfuerzo, pero no creo que sea lo más importante, ni mucho menos.

Mabalot dijo...

No, Tokio Blues yo no lo leí. Eso no, no lo toquéis. Cualquier otra cosa. Los relatos. Echarles un vistazo.

¿Complicado? Complicadísimo, el tema. Pero creo que es más importante de lo que parece. Es más, creo, sinceramente, que tú tienes esa música, y se te nota cuando escribes.Y Castellote, Manuel, Luisa, Teresa, por algo integran la secta.
Son músicas diferentes, pero cada uno de ellos la tiene. Faltarán o no otras cosas, a cada uno unas, pero lo básico, la musiquilla, la llevan en el coco y la escuchan cuando escriben. Otros, lo veo, que publican, o que escriben en otros blogs, son buenos, tienen cosas interesantes, pero no hay música.
Yo lo veo, hostias. Eso se ve.

Luz tenue, Xavie...

Mabalot dijo...

Quiero decir que también José Manuel (luz tenue), Xavie, tienen algo por debajo de las palabras, o algo que las une, especial.

¿Problema? A veces queremos escuchar más la música de otro, alguien a quién admiramos, que lo nuestro, y nos sale algo, un engendro al que le cuesta respirar, una cosa mutante.

Buen domingo a todos.