15/6/08

En aquel tiempo Doña Luisa se enfadó con la Virgen

En aquel tiempo Doña Luisa se enfadó con la Virgen. Doña Luisa y la Virgen siempre habían tenido muy buenas relaciones desde que el abuelo de Doña Luisa, Don Agapito, encontrara a la Virgen escondida en la grieta de una roca en muy malas condiciones.
Don Agapito, que era el alcalde, colocó a la Virgen en su carro, entró con ella en el pueblo, se llegó a casa del cura y la depositó allí con toda clase de respetos y miramientos. Esa misma tarde echó cuentas y por la noche, en el casino, anunció que construiría una ermita en el mismo lugar en el que había encontrado a la madre de Dios. El cura, como es natural, bautizó a la Virgen y la llamó Nuestra señora del Amor Poderoso; pero en el pueblo todo el mundo continuó llamándola la Virgen.
La Virgen llegó al pueblo con lo puesto; pero en seguida las familias pudientes comenzaron a obsequiarla, y cuando la ermita quedó terminada tenía cinco o seis ajuares, una carroza con nubes doradas y querubines, pañitos para el altar, un manto de diario y otro para las Fiestas.
Cuando la guerra le robaron casi todo, y la Virgen quedó otra vez que daba pena verla. Por eso al terminar la guerra, en cuanto Doña Luisa se repuso de sus propias pérdidas, le encargó en la capital un manto como no se hubiera visto otro. Y así fue.
El día que llegó el manto, el alcalde declaró fiesta y todo el mundo salió a la calle con el traje de los domingos. Era un manto tan precioso, tan lleno de perlas y de oro, que tenían que llevarlo estirado entre ocho hombres. Cuando se lo colocaron a la Virgen y la sacaron en la carroza de los querubines, se pusieron a sonar las campanas y hasta los que en la guerra le habían robado cosas se santiguaron con los ojos llenos de lágrimas. Doña Luisa también lloró. Lloró más que nadie porque el manto lo regalaba ella.
Desde entonces, en las grandes festividades, ocho hombres le colocaban a la Virgen el manto de Doña Luisa y la sacaban en procesión. Venía gente a verlo de todas partes. Hasta que llegó Fidel.
Fidel era el nuevo cura pero no quería que nadie lo llamase padre o don Fidel. Había venido a sustituir a Don Eulogio, el cura viejo, que se había jubilado. Era muy flaco, tenía barba, hablaba muy deprisa; iba en una vespa de color gris y una vez recogió en ella a la hija del barbero, que era estudiante y había perdido el coche de línea: eso fue un disgusto muy grande.
A Fidel no le gustaron ni Doña Luisa, ni la Virgen, ni el manto. A Doña Luisa tampoco le gustó Fidel. Y por ahí vino la cosa: Doña Luisa opinaba que a la Virgen tampoco debería gustarle Fidel; pero la Virgen no se pronunciaba.
El día antes de la Fiesta, Fidel le dio a Doña Luisa un ultimátum: o el manto se vendía y se repartía el dinero entre los oprimidos, o él no sacaba a la Virgen en procesión. Doña Luisa también le dio un ultimátum a la Virgen: o hacía desaparecer a Fidel, o rompían las amistades.
El día de la Fiesta, Fidel continuaba en su sitio así que Doña Luisa se presentó en la ermita con ocho hombres y se llevó el manto. Esta vez no sonaron las campanas, pero otra vez lloraron todos en el pueblo, todos menos Doña Luisa y Fidel; dicen que hasta la Virgen lloró, pero Doña Luisa no quiso ni mirarla.
Esa tarde la procesión fue muy triste, y el balcón de Doña Luisa estuvo cerrado y sin colgaduras; ni el mantón de Manila quiso poner.
Poco después, Fidel se salió de cura y se casó con la hija del barbero, que era estudiante; se pusieron a trabajar de maestros en el pueblo de al lado.
Doña Luisa se confesó con el nuevo cura, que se llamaba Don Primitivo y no tenía barba ni vespa. Volvió a llevar el manto a la ermita y la Virgen se lo pone cada Fiesta Mayor.
Doña Luisa y la Virgen volvieron a ser amigas. Ella decía que la Virgen, aunque tarde, atendió su ruego de hacer desaparecer a Fidel.
También Fidel es amigo de la Virgen. Ahora se ha hecho folclorista y todos los años lleva a la procesión a sus alumnos y alumnas para que vean el manto. Dice que es una interesante muestra del sentir popular.

8 comentarios:

Riforfo Rex dijo...

Precisamente ayer en el aeropuerto compré unas estampas de carteles publicitarios antiguos. Es a esto a lo que me recuerda tu(s) cuento(s). Y me gusta. Aunque con cierto remordimiento. (Tengo entre mis blogs visitados el de Fernandez Mallo, El de Nocilla Dream, paradigma de la literatura más vanguardista, para luchar contra este remordimiento, pero no encuentro ningún punto en común con lo que él hace. )
Como crítica negativa. Hay un punto, bastante alto, de tópico en la historia que habría que buscar la manera de superar. No sé muy bien cómo.

Anónimo dijo...

Muchas gracias, Riforfo,sobre todo por la crítica. Sí que hay tópico, y mucho. De hecho, esta "crónica" es un puro tópico, igual que otra que está a la espera para dentro de dos entregas: el curilla moderno, la estudiante, el poderío de Doña Luisa que se relaciona de igual a igual con la Madre de Dios... en cuanto uno decide reflejar la realidad de cada día, esa de la que otras veces te alejas escuchando las historias de tu interior, ahí están los tópicos. Y ante eso yo nunca hago nada, igual que no hago nada cuando gana las elecciones la gente a la que no he votado, por ejemplo. O cuando mi pareja, con todo el derecho del mundo, no resulta ser como a mí me hubiera gustado que fuera. Yo creo que ahí no hay mucho que superar, como no sea la propia frustración. Y a mí me ayuda mucho contemplarla y a veces contarla, buscándole el humor como única salida.
En cuanto a lo del vanguardismo, es algo que, como todo lo que tiene fecha de caducidad, hay que consumir deprisa. Tiene su aquel y una cosa no excluye la otra. Tampoco hay que confundir ser culto con estar al día, cosa que sucede mucho últimamente, sobre todo entre los más jóvenes (me explico, que me ha quedado un poco confuso: el culto suele estar al día, pero estar al día no significa necesariamente ser culto).Para mí, el principal valor de todas las vanguardias (y llevamos más de cien años de sucesivas vanguardias caducadas)es el de taller, es decir, el de ver cómo se está experimentando con lo que sea en cada momento. Hay quien esconde sus intentos y muestra sólo el resultado final y hay quien los celebra con la alegría con la que un niño balbucea sus primeras palabras. Otra cosa es que me parezca más o menos elegante enmarcar los garabatos en la servilleta, o fabricar artistas de moda en una OT con visos de gran cultura. Pero eso, allá cada cual. Y conste que la propuesta de Fernández Mallo me parece interesante y tiene mucho de verdad, aunque, tal vez por mi edad, esté un poco curada de espantos de este tipo.

Un saludo,

A. C. dijo...

Yo no veo el tópico, salvo que os estéis refiriendo al del cura galdosiano-unamuniano, pero en vespa. Lo que sí veo es una cierta precipitación en la segunda parte del relato. Creo que el desenlace comienza en el nudo, vaya. Me resulta demasiado breve la irrupción del cura joven, no porque se mereciera la categoría de personaje sino porque no sé de qué color era la vespa ni cómo iba vestida la muchacha, no sé si me explico. En este tipo de narración 'resumida' (dicho sea sólo para entendernos, sin ánimo peyorativo alguno)también necesita, quizá más que otras, del detalle nimio, del lubricante mimético, del dibujo del manto minucioso. Como siempre te digo, Luisa, son gustos míos. Pero la carambola con que lo resuelves me gusta. Eso sí, es una carambola tan veloz que resulta difícil recordar los efectos de la bola y los puntos de choque.
Suscribo lo que dices de la vanguardia. En poesía es muy útil, pero en novela son borradores sin trabar en la mayor parte de los casos, o bien una apuesta que tendría suficiente con las veinte primeras páginas. La putada de la novela es que siempre es una novela, y la vanguardia la reduce a escombros previos, a monumento apenas empezado, a pre-ruina que nunca estuvo entera.
Bueno, bueno, que vengan más estampas, que me hago la colección.

Anónimo dijo...

Tú lo dices mejor que yo, lo de la vanguardia, bernardinas. Era exactamente eso lo que quería decir. Sí que es verdad que "los aconteimientos se precipitan" Tal vez falte un poco de tiempo-espacio entre el momento en que Doña Luisa se lleva el manto y el momento en que Fidel se casa con la estudiante (vespa gris, falda tableada). Es un tiempo que irá asomando en las otras estampas, como las escribí todas seguidas y casi de un tirón, vistas una a una quedan incompletas.
Abrazo,

conde-duque dijo...

Luisa, ya he vuelto de mi éxodo y he leído tus dos últimas estampas, que me han gustado mucho.
Hay un esfuerzo por la sencillez que yo valoro por encima de todo.

Respecto a las vanguardias coincido contigo y con Antonio.
No hablo de "estar de vuelta", pero sí de tener un poco de perspectiva, coño. La gente se traga sapos (supuestas novedades, vanguardias, rupturas... más viejas que la peste) con una facilidad que asusta. No tienen el más mínimo criterio, ni un poco de capacidad crítica.

También estoy de acuerdo con Antonio en que la piedra de toque de estos textos resumidos está en el detalle nimio, que Luisa sabe captar tan bien.
Un saludo a todos.

Anónimo dijo...

Muchas gracias, Conde. Qué bien que estamos de acuerdo todos en lo de la vanguatdia. O qué mal, porque entonces no hay debate. Tal vez Riforfo podría decir algo al respecto.

Pues sí, la sencillez es muy difícil, así que valoro mucho que la valores. Ojalá a base de practicarla escribiendo la consiga en la vida, que eso sí que es de premio.

Un abrazo,

rositaduran dijo...

Tengo la sensación de haber estado en ese pueblo. Es más creo que mucha gente, jóvenes androides incluidos, pueden tener esa misma sensación... y eso me parece algo bueno; nos identificamos como espectadores de esa gente entrañable de valores rígidos e incuestionables y de las leyendas que corren por sus vocas. Me viene el olor dulzón de la casa de mi abuela.

Anónimo dijo...

Seguro que has estado, Androide. Es el de todos nosotros. Te he dejado un comentario en tu microrrelato.