15/5/10

ZAMORA

En el vagón de tercera en que viajamos van algunos labradores y cabreros, otra vez sentimos de nuevo en las rodillas los pliegues duros y recortados de sus capas, miramos sus pesadas botas llenas de barro endurecido.

Las cribas del asiento las palpamos con los dedos como hacen los ciegos: aquí una hendidura, aquí un papel de grasa o la espina de una sardina y algún mendrugo de pan duro como una piedra.

Cuando nos asomamos a la ventanilla, dentro del túnel hace borrar nuestro cuerpo el humo de la máquina. Vemos los chorros de agua que manan de las junturas de las piedras. Un farol, de tarde en tarde, nos da idea de lo largas que son estas cuevas.

¡Cómo sentimos los pitidos desesperados de la locomotora!, al poco tiempo de encontrarse en pleno campo, al respirar el viento sano y recordar la niebla espesa, y aquel fuerte olor de carbón que parecía nunca acabar. Otras veces, cuando vamos a llegar a un pueblo, notamos el cansancio de la máquina. Parece que la faltan fuerzas para llegar. Al pararse no vemos la estación, pues está interrumpida por un largo tren de mercancías. Mientras la máquina en la que vamos toma agua de una gruesa manga, primero vemos la mancha negra e imponente de una locomotora parada; luego los vagones, en los que están sujetos con argollas y cadenas unos cajones pintados de gris con refuerzos de hierro, donde van los toros que casi no se pueden mover. Éstos patean y bufan rabiosos, destinados para las corridas de los pueblos y que proceden de los campos de Salamanca.

El estribo de nuestro coche está tan alto sobre el acero de los rieles, llenos de aceite y carbonilla, que aunque tenemos ganas de apearnos, no lo hacemos por lo juntos que están los dos trenes. Un hombre, con traje azul de obrero y muy agachado, da unos fuertes golpes en las ruedas con unos martillos de hierro y desaparece misteriosamente.

Cuando el tren se vuelve a poner en marcha vemos, con algunas interrupciones, los vagones-jaulas llenos de corderos, cabras y carneros, van muy molestos. Entre los hierros asoman el cuello y balan. Luego los coches llenos de sacos de trigo y de troncos de árboles atados con cuerdas.

Cuando se para en alguna estación lejana al pueblo, parece que se cuentan los segundos y que el silencio tiene hasta sonido, como la máquina de un reloj.

De pronto sentimos sobre nuestras cabezas las fuertes pisadas de un hombre sobre el techo del coche que renueva las luces ya muy mortecinas al volver a colocar los faroles. Por su grueso cristal resbalan las gotas de aceite. Pasa un tren, y van desfilando delante de nuestros ojos los diferentes coches: unos de mercancía con cubiertas de encerados, amarrados fuertemente los bultos, cruzados y anudados a las argollas, de trecho en trecho; alguno ocupado por viajeros, donde van soldados cantando y tocando la guitarra. El último vagón, con un farol rojo, le vemos perderse a lo lejos. Vemos la esfera iluminada del reloj (estos relojes de las estaciones, que son tan puntuales y todos tienen la hora fija). Todo el camino del andén está lleno de vagones sueltos que tapan las primeras casas del pueblo que están alrededor de la estación. En estos vagones vacíos la luz de los faroles hace brillar sus cristales, cruzados de gotas de escarcha, y las sombras misteriosas de su interior semejan siluetas sin vida e incorpóreas de viajeros caídos de nuca y durmiendo sentados.

En la velocidad del tren las maderas del coche se estremecen y parecen abrirse y volver a cerrarse con grandes crujidos en el techo, y el suelo parece querer desfondarse, quedando limpio de tabiques y sólo con las ruedas. El viento brama en dilección contraria a que caminamos. Se ve la espesa nube negra del humo de la máquina, que se esparce por el cielo. Vemos desfilar pueblos y más pueblos. El suelo, los hilos del telégrafo y los árboles nos siguen como si corrieran. Cuando pasamos por los puentes su estruendo de hierro y el vértigo de sus arcos nos hace meternos dentro del vagón. El ramaje de los árboles, que se suceden como una exhalación, tiene un ruido sonoro y trae un viento fresco y húmedo que se nos mete en los huesos. El tren va acelerando su marcha. El cielo clarea y empieza a despuntar el día. El sol es como un redondel rojo, que poco a poco se extiende e incendia las nubes con rayos deslumbrantes. La llanura agranda a las personas y las esbeltece. Esas caravanas de labradores que vemos desde las ventanillas se destacan enteras, y el horizonte parece más limpio. Entre la panza y finas patas de las mulas, arrastrando los arados, y parece algo gigante ese hidalgo que sale de su pueblo montado en su caballo, envuelto en la capa, que tapa, paternalmente, el trasero de su cabalgadura. Estamos delante de Zamora. Al cruzar el tren su estación y pasar por las planchas giratorias de hierro, van dando brincos los coches y topetazos, metiendo mucho ruido. Con este sobresalto vemos las primeras casas de la ciudad.

12 comentarios:

A. C. dijo...

Se me ha ocurrido que podríamos ir trayendo a este salón poco a poco la obra de nuestro santo patrón. He modernizado un poco la puntuación: he sustituido el punto y coma por punto y seguido y eliminado alguna que otra coma que a mi juicio entorpecía la fluidez. El resultado, sin cambiar una sola palabra, me parece de un lirismo que a veces no veo en los originales tan meticulosamente puntuados. Ya diréis si es acierto o sacrilegio.

conde-duque dijo...

A lo mejor un Gordon Lish como el de Carver podría haber lanzado a Solana a un estrellato tipo Cela, pero tengo que reconocer que una de las cosas que más me gusta de Solana es que escriba mal, el aspecto desastrado, de caminante manchado de barro, cierta mirada paleta, hasta las comas mal puestas, en definitiva el triunfo de las cosas puras y duras (de la mirada) sobre la música de escritor.
Un Solana de esmóquin no pega.
Pero no es sacrilegio, ni mucho menos; me gusta la idea de hacer experimentos con el santo patrón. Podría darnos mucho juego en este Círculo.
Lanzo un tema de debate literario: ¿cómo salir con buen pie de la dialéctica cosas Vs música? ¿Cuáles son las claves para conseguirlo?

conde-duque dijo...

Quería decir un Solana de esmóquin bailando un vals o como Fred Astaire. Solana es más bien el que le lanza la bota de vino en la cabeza al bailarín.
En fin, no sé si me explico con tanta metáfora de los cojones.
Ah, y muchas gracias por el texto solanesco, que parece que sólo pongo pegas.

Mabalot dijo...

Pregunto; ¿Por qué tienen que ser incompatibles "cosas" y música? Porque no confundamos música con meneo de sonajero, como diría ese... Marsé.

Música lo tiene todo lo que vale la pena; Solana, Baroja, Azorín... y todo el que vale algo. Música va incluida en toda buena prosa, sobre todo en las que parecen más neutras y planas. Bien hecho esa es la verdadera música. Lo demás es prosa de subsecretario. La buena música se nota poco. (Por ejemplo me acordé ahora de aquel relato de Luisa, "Galgos", creo que se llamaba. Joder, qué bueno es. Es uno de mis relatos favoritos de cualquier época)

Aunque imagino que la cuestión que planteas, Conde, va encaminada a lo de contenido vs. estilo.

Mi opinión, y no poco meditada, es que una cosa es indisoluble de la otra.

A Solana ese ver ininterrumpido en el que apenas quiere meterse (descaradamente) le hace escribir esa prosa atropellada y sin mirarse el ombligo nunca. Solana no tiene tiempo para ponerle puntos y comas a la realidad, que le sale al paso todo el tiempo.

Solana es el escritor más punki de la literatura española. Ahí queda eso.

Gracias Antonio por la gran idea. Me gustó este fragmento. Podemos versionear (un paso más allá si queréis)a Solana y a quien haga falta. También me encanto el relato de Teresa (perdón por llegar tarde).

Un abrazo.

conde-duque dijo...

Jajaja. El escritor más punki de la literatura española. Buenísimo. Nos podría servir como lema o algo.
Supongo que le llamo música a la música que se nota. La que no se nota es respiración, o algo así, un ritmo natural que te conduce sin darte cuenta.
Vale, forma y contenido son indisolubles; y a cada uno lo suyo.
Lo proponía como tema pero en realidad creo que es un trauma obsesivo-compulsivo mío, que aún no he superado y que no lleva a ningún lado. Siempre dándole vueltas a lo mismo para nada...

Mabalot dijo...

No te creas que es cosa tuya sólo. Yo también le di muchas vueltas. A saber por qué.

Supongo que al final lo único que debería interesarnos (como escritores, la teoría nos da igual) es lo siguiente; No hay que olvidar que la "escritura" lo es todo, pero hay que escribir como si lo olvidáramos o como si no lo tuviéramos muy presente.

Un día me gustaría escribir una pequeña historia del estilo. O más bien, pequeña historia de la conciencia de estilo; lo que los escritores dicen del estilo.

Pensaba hacerlo hace siglos pero siempre lo aplazaba. Ahora hace meses que me dan pereza estas cosas, la verdad. He vuelto a encontrar gusto por la teoría releyendo a Barthes. Nadie lee ya a Butor ni a Robbe-Grillet pero Barthes sigue ahí, más en forma que nunca.

A. C. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
A. C. dijo...

Decía que estoy cibernéticamente activo, que es como si me hubiese dado por cambiar los muebles de sitio. Así que me he permitido cambiar el blog de color y alguna otra cosilla. Si os gusta más como estaba, se vuelve a poner. Más que nada es porque los relatos en columna estrecha me resultan de lectura más latosa. Se me cansan las cervicales de los ojos.

Mabalot dijo...

Está muy bien. Voto a favor.

Anónimo dijo...

A mí también me parecen muy bien los cambios. Ah, yo creo, con Mabalot, que la música está no ya en todo lo que vale la pena si no en todo. Cuando algo vale la pena es porque nos damos cuenta de la música que lleva dentro, que no es, necesariamente, la banda sonora que a veces se le atribuye más que nada por torpeza o sordera espiritual (por cierto, Maba, gracias por la referencia al galgo).

Ah, Zamora suena a redoble de tambor y a silencio y a un grito aislado de borracho y al río pasando por delante de un merendero. O al menos a eso me sonó a mí una vez.

Un abrazo a todos,

conde-duque dijo...

Se lee mucho mejor así...

conde-duque dijo...

Por cierto, había puesto un nuevo relato pero al final lo he quitado porque no me gusta. Era una historia que había acortado y que, en realidad, tendría que ser mucho más larga para tener sentido.
Mi dispiace por el error.
Ciao.