Era imprescindible que yo lo hiciera, me dijeron. Y una gran oportunidad. Dos frases falsas y superfluas pero inevitables, sin embargo, en mi mundo. Tenía que entrevistar a Julián Martín Parera para el Extraordinario de Verano. La entrevista acompañaba al cuento dedicado al mes de julio que yo, “negro” entre los “negros”, debería escribir para él, y a la vez trataba de ser un señuelo para mí: por primera vez mi propia firma vería la luz. Mi propio nombre como entrevistador del presunto autor de un cuento que yo mismo tenía que escribir pero no firmar. Martín Parera hubiera dicho: “De folletín”. Yo, aunque no apostillo, hubiera reconocido sin embargo, si alguien me hubiera obligado a citar similitudes, que era una situación asimilable a una de esas que nutrían las “novelas por entregas” decimonónicas; pero a mí nadie me obliga a citar similitudes porque a nadie le interesa lo que yo pienso. Mis opiniones, por otra parte, suelen requerir más de cinco y más de seis palabras. Sólo soy lapidario cuando escribo para Martín Parera. Luego, se me olvida.
Así pues, la entrevista constituía mi ingreso en la visibilidad. “Así han empezado todos -me dijeron-; el mismo Julián Martín Parera escribió durante años los Ecos de Sociedad, aunque ahora parezca increíble.” Me abstuve de responder que si ahora parecía increíble era justamente porque ahora era yo el que escribía, y no Julián Martín Parera. No gustan, en mi mundo, ese tipo de sutilezas. “Ni siquiera tengo el cuento”. “Ese es tu problema. Pasado mañana tienen que estar las dos cosas”.
Eso me preocupó. Nunca había escrito cuentos para Martín Parera. Los argumentos de las novelas que él proponía y yo llevaba a cabo versaban siempre sobre un hombre sensible, inteligente y atractivo que no sabe muy bien cuál es su camino en la vida hasta que descubre una arrolladora vocación de escritor, a la que decide entregarse en la última página. Esa fórmula, repetida por Martín Parera con inmoderado afán y elaborada por mí con inmenso hastío, le había ganado los títulos de “Profundo Conocedor del Alma Humana”, y “Fino Observador de la Realidad Actual”. Pero un cuento era distinto. Martín Parera no había considerado necesario proponer argumento alguno para el cuento de verano. “Cualquiera”, me contó mi jefe que había dicho, magnánimo como un dios. Y había añadido: “Algo en mi línea, naturalmente; algo testimonial”. Dos días para hacerlo y ni una idea. Yo estaba muy preocupado.
Al día siguiente, llamaba a la puerta de EL RETIRO DEL LOBO, su casa de recreo en la provincia de Ávila. “Básicamente, me considero un lobo”, me espetó Martín Parera al minuto y medio de recibirme. Yo, la verdad, no supe qué decir. Siempre me ha trastornado de un modo singular el empleo inverecundo de los adverbios de modo. Así que le seguí por el jardín mientras repasaba lo que sabía de él: Ecos de Sociedad, corresponsal en los Balcanes donde creó un nuevo género periodístico, los “Ecos de Guerra” -maridaje alucinante entre la tragedia y lo melifluo-, de éxito sin precedentes entre las lectoras, matrimonio con la hija de un conde noruego, varios reportajes fotográficos sobre la pareja, declaración casi unánime de las mujeres de la Comunidad Europea de que Martín Parera, si bien no era guapo resultaba muy interesante, “proyectus interruptus” de novela -Bregando con la Muerte- que culminé yo, y tres novelas más (premiadas todas ellas, todas ellas apócrifas) cuyos títulos nada desdicen del primero: Martín Parera resulta devastador por igual a la hora de titular novelas, casas de recreo y a sí mismo.
Cuando el silencio comenzaba a hacerse un tanto tenso entre nosotros, apareció la nórdica condesa: “Como ya sabrá, a Julián sólo se le pueden hacer fotos de frente; siempre de frente. A Julián no le gusta su perfil, ¿estamos?”, declaró tan airada como si el perfil de Julián también lo hubiera escrito yo. “Una foto con la pipa en la boca, dos con el perro, otras dos sentado en la glorieta: en total cinco fotos”, concluyó. El lobo se había metido ya la pipa en la boca y posaba abrazado a su perro con aspecto cansado pero soñador.
La consigna era que la entrevista constituyera una charla distendida. Yo debía, pues, conducir a Martín Parera “por senderos agradables, cómodos e interesantes; nada de literatura, por ejemplo”, me había dicho mi jefe. Basándome en ello, había preparado un cuestionario cuya pregunta más transgresora era: “Desde su condición de testigo del dolor humano, ¿cómo asume usted los desequilibrios de todo tipo que se dan en el planeta?” Pensaba en ello mientras observaba a Martín Parera acariciar a su perro, que babeaba de la misma manera que babearían, con toda probabilidad, miles de mujeres en vacaciones leyendo su respuesta. “Un hombre muy interesante”, balarían complacidas sus adictas, tumbadas en su toldo de la playa quince días más tarde antes de pasar a leer el aún inexistente relato. Y en ese preciso instante, la idea del cuento para julio se formó nítidamente ante mí.
La entrevista discurrió por senderos agradables, cómodos e interesantes. Martín Parera charló conmigo distendidamente, asumió con desparpajo los desequilibrios planetarios, concedió una sexta foto posando de frente al lado de la nórdica condesa y casi al final, cebando la última pipa, contestó sin ningún reparo a mi última pregunta: “¿Se siente usted identificado con el protagonista de su cuento?” Martín Parera dio una serie de cortas chupadas, exhaló el humo, miró soñadoramente a lo lejos... “Plenamente”, dijo, y sonrió dando la audiencia por finalizada. Así mismo lo expresé en la entrevista: Plenamente -sonrió Martín Parera poco antes de despedirse de mí. “Plenamente”, susurrarían las lectoras antes de sumergirse en el cuento. Y es que Martín Parera es así. Directo. Lapidario. Interesante.
La sección “Opiniones del Lector” se vio copada por las cartas de miles de mujeres al límite de la furia. Las asociaciones feministas expresaron de maneras a cuál más contundente su estupor, su indignación y su rechazo ante aquel cuento tan esperado de un autor hasta el momento tan querido por todas ellas. “La desfachatez con la que este pretendido “compañero” se desprende de su máscara y aparece ante nosotras como el ser atroz, indeseable y repulsivo que se jacta de ser en la entrevista que precede a su "Julián en julio: confesiones de un lobo", cierra cualquier camino excepto el de la denuncia más contundente”, declaró una prestigiosa periodista en el siguiente número.
Otras opiniones fueron: “No podemos explicarnos qué ha podido suceder en el cerebro enfermo de Julián Martín Parera o qué siniestra broma carente de toda gracia le ha sugerido su condición de Doctor Jekill y Mr Hyde en su bochornoso relato "Julián en julio: confesiones de un lobo". De lo que no nos cabe duda es de que el hombre que se identifica “plenamente” con el patético protagonista de su cuento, ese baboso, maltratador y lascivo que no tuvo más remedio que hacerse escritor al descubrir que "desde que esas putitas (sic) habían aprendido a leer ese era uno de los medios más seguros de bajarles las bragas (sic)", ese hombre, decimos, no debe tener, de ahora en adelante, ningún lugar ni en la literatura ni en la sociedad de los seres libres.”
“Giro tan sorprendente como inaceptable en una de las más correctas trayectorias de la última década. El relato de Martín Parera es de un sadismo trasnochado y de un cinismo estremecedor. Su afirmación de que lo mejor que puede hacerse con una menopaúsica letraherida es lobotomizarla constituye un insulto intolerable.”
“Nunca transigiremos con quien considera a sus más fieles lectoras "como un hatajo de loros histéricos que me ponen la cabeza como un bombo en los actos culturales". Eso, señor mío, le define a usted.”
Etcétera, etcétera, etcétera...
Lo demás es fácil de deducir. Martín Parera tuvo que arrastrarse varios meses por todas las asociaciones feministas de Europa hasta reconciliarse de nuevo con sus lectoras. La nórdica condesa le repudió, llevándose las tres cuartas partes de su fortuna, y sólo consintió en perdonarle cuando su siguiente novela, "La diosa madre", dedicada a ella, ganó el “Premio Artemisa al libro más comprometido con la Causa de la Mujer”. Pero yo ya no tuve nada que ver con eso. Durante los dos días de julio que pasé componiendo febrilmente aquel cuento, descubrí en mí una arrolladora vocación de escritor a la que me he entregado. Ahora invento mis propios relatos. Los que los han leído los califican de inmorales, desagradables, irreverentes e impublicables. Prometedor, en mi mundo.
Hace poco me encontré con mi antiguo jefe. “No sé qué te pasó por la cabeza, ni me importa -me dijo-; espero que te resultase divertido, porque con todo aquello perdiste una gran oportunidad”. A lo que no pude por menos de responder: “Era imprescindible que yo lo hiciera”.
3 comentarios:
Como veis, he puesto un cuento diferente al anunciado. Repasando mi trabajo "Doce meses sin año", al que también pertenecía el anterior (y el que tiene Maba, que le envié por correo) me he encontrado con este, que me parece que viene a cuento de ese "enemigo literario" del que se hablaba en la entrada anterior. Espero que lo disfrutéis.
Luisa, bienvenida tú y tus cuentos. Me encantó, "plenamente"... este Julio.
Tienes un libro de cuentos titulado Doce meses sin año (magnífico título) y cada cuento es un mes. Le decía una vez a Conde que me gustan los libros de relatos con un nexo de unión entre los cuentos, o algo que los reúna y les de una coherencia o... incoherencia.
Un saludo y gracias por el relato.
Lucha, te estoy dejando un comentario donde el águila, que está muy sola.
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