Los grandes escritores nunca se acaban, como el papel higiénico ese famoso. Y no sólo porque hayan dejado a la viuda o a los nietos un cajón ingente de inéditos con los que entretener a los lectores durante décadas, como Pessoa y su famoso baúl, sino porque, principalmente, nunca acaba uno de leerlos, aún habiendo leído todo de ellos. Todo resulta familiar, pero se leen una y otra vez y nunca parece que se releen. Son así casos clarísimos de lecturas de doble fondo, como los armarios de los magos clásicos, donde meterse dentro es desaparecer o ver esfumarse a la sufrida señorita que lo mismo se deja lanzar cuchillos como se deja desaparecer. Lo hemos dicho mucho pero veo que no se gasta el individuo, y lo hemos leído mucho, pero ahí sigue causándonos asombro su escritura; el pintor y escritor José Gutiérrez Solana (el orden de los factores no altera el producto en este caso; “ahora se escribe” decía, o “ahora hay que pintar y olvidarse de escribir una larga temporada”, según, como dos artistas en uno) es un caso interesantísimo y casi único en el panorama literario español del siglo pasado. No entraré en el juego de decir si era peor o mejor que tal o cual; de él ha dicho Gaya, para hacerse una idea el que no la tenga, que llega a ser “como una novela de Galdós de la que se han perdido o traspapelado páginas y en la que nada concuerda ya, en donde los hechos no coinciden, no coinciden, pero existen”. Existen. Eso me parece, ¿pero por qué? ¿Qué tiene este escritor que no tengan otros? Intentaré apuntar algo.Ya tengo el tomo de La España negra (II) subtitulado Viajes por España y otros escritos; es un volumen grueso, de buen papel, que ahora está impoluto, blanco. Volveré sobre él muchas veces, una y otra vez, cuando los márgenes sean amarillos, como si estuviese mal del hígado, cuando pueda marcar las páginas con las canas que se me caigan, porque en algunos escritores buscamos algo más que regocijo de lector y los leemos como otros toman vitaminas o flores de Bach. Porque leemos como vampiros, también, y lo mismo que el teléfono móvil se enchufa para cargar la batería, nos acercamos a algún libro dispuestos a chuparle la sangre. Porque hay escritores que dan ganas de escribir, de cantar, de bailar claqué o de abrazar a la gente (de hacer algo, en definitiva, según las preferencias de cada uno), otros dan ganas de dormir y algunos en cambio, al leerlos, dan ganas de seguir leyendo.
Solana es de los primeros; lo lee uno más que para amodorrarse leyendo, para animarse; tiene el efecto chisposo y alentador de un vermú antes de comer, o de un chupito de licor café después. Más bien lo primero, que lo segundo provoca cierta somnolencia y el efecto es todo lo contrario; despierta y pone de buen humor, cosas que no siempre van unidas, quizá casi nunca. Por encima de esta prosa y de sus cualidades o negligencias (según algunos es un catálogo de tropelías lingüísticas), por encima de su naturaleza descriptiva y de las finuras temáticas tan mentadas que atraen su pluma y su pincel, por encima de todo lo que pueda ser su arte narrativo o pictórico, hay una cosa que me parece fundamental en sus escritos y que puede ser llamado de muchas maneras; hablamos del tono, o el temperamento. Ojo, que no el estilo, que saldrá de este pero que no es lo mismo. Si los ríos nacen en las montañas el río Solana nace muy arriba, y baja espumoso y revuelto y poco civilizado, si no es raro decir esto de un río. Sí, sería un río que pasa de protocolos. A veces se dice; escribe con las tripas, pues viene siendo algo así. Podríamos entrar en detalles, ya digo, en los entresijos de su escritura, pero lo que me interesa ahora es resaltar porqué atrae de esa forma su escritura. En Solana, esto, el tono, aparece casi desnudo, corretea en pelotas por el campo como un chalado que se escapó del psiquiátrico, salta a la vista sin muchos vestidos y capas que lo cubran. Lo apunta Ramón en su Diario el 16 de diciembre de 1920 sobre La España negra: “Acabo de leer el libro de Solana. Es sincero, rijoso y tiene un tono que se ha perdido entre los hombres.”
No hay escritor que escriba desde la nada, aunque lo parezca, pero hay escritores en los que esto se aparece más claro y con más fuerza; siempre hay una corriente subterránea que hace correr los ojos del lector por la página, y esa corriente con la que se unen las frases va más allá de lo que llaman el estilo, o más acá, y por una parte está el tono y por otro los recursos y herramientas del escritor, el oficio. Se ha dicho de muchas maneras, cada cual llama a esto cómo quiere; Hemingway decía que para escribir bien había que estar enamorado. Bueno, es un poco trabajoso, pero se refiere a eso. Habla de lo mismo. Lo dice Pla, con menos romanticismo: “Escribir con el temperamento —eso es lo esencial. Hay que escribir con el temperamento, pero lograrlo es difícil”. Unos recurren al alcohol, a las anfetaminas, y los hay que ya están como cabras y no necesitan trucos para escribir. El truco son ellos mismos. En Solana destaca esto, su truco, él mismo, que se esconde debajo de su buen oficio de escritor (que lo hay) pero no logra fabricar una prosa muerta, de árbol seco y hermoso a la vista, una cosa como de plástico; no, sus libros, muy trabajados, incluso a pesar de esto, están levantados sobre ese tono que da sentido al hecho de leer, que da sentido a la literatura, y digamos que esta se inventó con esto y por esto; es el fuego de la literatura, o la rueda.
10 comentarios:
Bravo. Esta prosa tuya lleva tiempo estando lista para una larga pieza. Quiero decir que todo lo que dices queda perfectamente claro en el modo en que lo dices, porque la fuerza de tu prosa es semoviente, como tiene que ser. Hablas de un aspecto clave de la escritura. Seremos buenos o malos, pero si tratamos de gobernar nuestra prosa, de interferir en nosotros mismos, entonces la cosa no tiene vida. Se trata del viejo tema del móvil perpetuo, de la apariencia de vida.
Yo creo que Solana escribía así de bien porque no era escritor. Me explico. En España, como decía Cela, no se puede triunfar en más de un género. Solana era el gran pintor Solana, y su prosa se veía como una especie de valleinclanismo costumbrista, como si Baroja retratara también el mal olor. Eso, y la época en que le tocó vivir, le permitía escribir como aquel que respira, sin hondos suspiros de gloria ni grandes aspiraciones maestría.
Es la época de la novela lírica, mezclada con la tradición de las 'estampas y paisajes', de la que todos los de su generación dieron muy buena cuenta. Recomiento a los solaneros los libros de viajes de Unamuno. No hay sátira solanesca, pero la potencia de la prosa es extraordinaria, y su plasticidad defícil de igualar. Ahí es donde toda esta gente se entrenaba para que luego, cuando se pusiesen a escribir novelas, no tuviesen que andar pensando en estilismos. Narraban una fábula como si la estuvieran contemplando, con las mismas ganas de llegar al tuétano de las cosas que cuando tomaban notas bajo un peñasco en invierno.
Llevo unos días de reclusión, escribiendo una cosa rarísima, un encargo. Se trata de 'La pasión según Longinos', ¡en verso! Así que me he perdido algunos posts y en otros no he tenido tiempo para intervenir con el debido sosiego. Pero esto está cada vez más interesante.
Pues muchas gracias, Antonio, es un placer leer estos comentarios que son el perfecto apéndice a lo que uno no dice. Es cierto que Solana no era escritor a tiempo completo, y en realidad el dinero se lo daba la pintura, poco más bien, pero algo sí, y de la escritura sacaba el alivio de sacarse de encima una necesidad, y nada más.
De lejos esa prosa Valle y Solana pueden tener algo que ver, pero muy de lejos, y más como inercia de meter lo aparentemente barroco o cargado (más de la pintura), que de una realidad. Veo la prosa de Solana mucho más suelta o menos "tratada" estéticamente, sin interferencias ajenas a su función descriptora...
La verdad es que cada vez me cuesta más leer a Cela, al que ojeé para recordar alguna cosa que decía de Solana. Y a Valle, un escritor que leí casi todo hace años, y que me gusta, pero cada vez me da más pereza acercarme a sus libros. Todo eso es involuntario; esty completamente en manos del capricho, y este parece casi biológico. Con Solana nunca me pasa; siempre me reconforta, siempre me ayuda, siempre veo lo que dice y no me cuesta entrar en su prosa. De la pintura no hablo, que sería de pensar y ver mucho, cosa que no hice, pues de Solana vi poca cosa (El de Pombo y poco más) y en foto no vale, no se puede juzgar de verdad. Hay que tenerlo delante, acercarse, alejarse, y con la cosa delante hablamos. Nada tiene que ver, por ejemplo, Cezanne en foto y en el museo, delante de uno. Se le parecen, pero se pierde uno mucho, como con los doblajes de la películas.
Parece ser que traen algo de Solana a Pontevedra la semana que viene. Estoy impaciente.
En fin; Unamuno lo disfruté mucho. La generación del 98, qué curioso, aun siendo todos tan distintos, los leí a todos con gusto, y quitando Valle, que me cansa un poco ahora, de los demás guardo un recuerdo lector cojonudo. Artículos, libros de viajes y poesía es lo que prefiero de Unamuno. Una prosa áspera, clara, excelente.
Ánimo con "La pasión según Longinos", y además en verso, ¡la leche!, vaya todoterreno de pluma.
Maba, acabo de llegar de Salamanca, aún resacoso y cansado y, pese al atontamiento que llevo encima, o que soy, he disfrutado mucho leyendo esta entrada y ya sabes que estoy de acuerdo contigo en casi todo esto (dejo el casi para eso que todavía no conozco o ahora no recuerdo pero seguro que está por ahí).
Solana es todo eso que dices. Nos hace disfrutar y nos hace mejores, nos regala mucho, o todo. A su lado la mayoría parecen unos agarrados. Epígrafe de un tema que nunca analizaré: "El tacañismo espiritual del exceso de estilo".
Ese primitivismo, ese escribir desde el subsuelo de la cultura, antes del séptimo día de la creación. Y Cioran, es cierto, es otro que salva, que acompaña. A mí salvó en su día. Donde otros ven expresionismo tremendista (en Solana) o escenificación del pesimismo (en Cioran) yo veo la sinceridad más absoluta con un "temperamento" (ese filtro para ver el mundo).
Cuando esté menos resacoso volveré...
Ah, y una ovación para tu post (pero bajita, que duele)...
Hola, chicos. He estado en otras cosas y me encuentro ahora con esta estupenda entrada y el no menos estupendo comentario de bernardinas. Este finde se han celebrado en Urueña unas jornadas acerca de Juan Ramón Jiménez. Era un señor poco dado a la boina, pero aún así ha dejado páginas impresionantes. Una de las iniciativas que más me gustó fue la de leer por las calles. Los amigos íbamos con un volumen de "Platero y yo" leyendo en voz alta en los bares, la panadería, no acercábamos a los turistas y, leyéndolos, les llevábamos a las librerías en plan flautista de Hamelin... en fin, si os interesa el tema os cuento un poco más en alguna entrada.
Pues no había leído tu comentario, Luisa. Sí, sí, escribe algo sobre los flautistas de Urueña.
¿También raptasteis a los niños?
PD: JRJ ha dejado muchas "pájinas" interesantes. Como crítico me encanta, vaya mala leche que gastaba, qué divertido.
Tengo que poner algo de este hombre aquí.
Pues sí, cuéntanos esas jornadas en Urueña. Tienen pinta de dar para un buen cuento castellano.
PD: Sigo sin tragar las jotas de JRJ...
Echad un vistazo a esta página. Seguro que os gusta.
http://www.ucm.es/info/hcontemp/madrid/pio%20baroja.htm
Finalmente, no creo que importe mucho si te inclinas hacía la literatura o hacía la pintura. Importa la sensibilidad que posea el ser humano para representar sus diferentes perspectivas.
Un saludo.
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