29/6/07

Notas para envolver el bocadillo (1)

La literatura es detalle. La gran literatura es detalle. Toda gran literatura es descriptiva, minuciosa, de una u otra manera, con más o menos historia hilándolo todo, y bucea en un mundo de detalles recreados con palabras. No se puede escribir en general. O sí, pero sale una pasta, un cemento de palabras, un cementerio. El escritor primero ve y después escribe. En la literatura de verdad las palabras siempre van después; las palabras son pinceladas que construyen lo visto, lo sentido, lo vivido. Y si se hace bien, si las palabras adecuadas se dejan atrapar lo visto emerge otra vez, de otra manera, sobre el papel, o sobre la pantalla. Entonces, esa realidad se lee. Y eso nos emociona, como emocionó al autor, y lo vemos, como lo vio él. Lo vemos desde él, lo que ya es tomarse muchas confianzas con alguien que normalmente no conocemos en persona pero al que acabamos conociendo más que a muchos otros que nos rodean. Un libro, así, es como un monstruo de Frankenstein rematado por un sinfín de puntos y cosidos, que a pesar de todo a veces acaba levantándose y se va a asustar almas por ahí, con un andar más o menos torpe.

Las cosas son detalles unidos misteriosamente. En algún lugar del coco estos detalles se unen convirtiéndose en cosas. Pero poco a poco dejamos de ver esos detalles; las cosas aparecen enteras, hechas, de una pieza, porque es como si se gastaran de tanto verlas, y esos detalles otras veces se nos aparecen claros, a lo mejor por primera vez, y con suerte, con mucha suerte, podemos quizá encontrarles unas palabras que no los estropeen, que los respeten, que les permitan aparecer para siempre, escritos. Escribir debe ser volver a nombrar las cosas; volver a verlas. Se ve lo que ya hemos visto, lo reconocemos.

Son cosas escritas, son cosas leídas, son cosas reales. Es literatura, podríamos decir, realista. Aunque da igual la etiqueta. Las etiquetas están estropeadas por tantos sobreentendidos y tópicos que en lugar de facilitar la comunicación la enredan. Es cuando las palabras, con tantos sambenitos encima, apenas sirven para decir nada. Puede ser esta una.

En el cuento La carta robada de Poe la carta está a la vista (encima de un tarjetero, sobre la repisa de una chimenea, tan a la vista que se vuelve invisible). Se busca en todas partes, se escudriñan todos los cajones y hasta los travesaños de las sillas se revisan por si hay alguna grieta sospechosa; se ha mirado debajo de la cama, debajo de las alfombras, en todo los debajos posibles, pero la carta está a la vista, en el lugar más a la vista, y por lo tanto más escondido. Esta literatura que me gusta vuelve a ver donde ya no vemos. No es otra cosa. No es nada del otro mundo, de otros mundos, o de otros mundos que no estén en este, nada demasiado especial o subterráneo. La gran literatura mira y nombra. Pone nombres a las cosas; pone palabras a la imagen de las cosas. Esto no quiere decir que lo que se construye con palabras sea clavado a la realidad del que lee, tal palo para tal astilla. Es más, nunca es así. Es la mirada del que escribe la que leemos, la que vemos, por supuesto, y que puede variar tanto del que lee que el mismo objeto o persona sean completamente distintos, de distintos planetas.

Esa literatura, la que nos gusta a todos, aunque cada uno se declare incondicional de unos u otros autores, pues cada uno encuentra un mundo más cercano en unas u otras páginas, es la que nos permite siempre respirar dentro de sus páginas. Estamos cómodos. Es tan acogedor ese lugar que tan tranquilamente dejamos el nuestro, nuestra vida, para instalarnos allí, por unas horas, en esa otra vida que se levanta como un holograma en nosotros. La mala literatura es la primavera del asmático, un ahogo, un paraje lunar con unos cuantos cráteres y las huellas en el suelo polvoriento de un astronauta al que le pica un testículo y no se puede rascar. A veces es una selva frondosa, de plantas de plástico. Pero recordemos lo bueno, hasta de lo malo.


Todo se resume en lo que decía Pla; detrás de cada palabra una cosa.

(Si me he puesto un poco demasiado pedante pido perdón a mis amigos, en especial a Conde y don Antonio, que merecen envolver sus bocadillos con cosas más amenas. En mi defensa diré que estoy pagando ahora los excesos de una cena de churrasco, vino peleón, unas copas de garrafón y la lectura de Roland Barthes de ayer a la tarde.)

27/6/07

Solana de cuerpo presente

"Los textos de Solana huelen. [...] Huelen a órganos. Sus lienzos exageradamente empastados contienen una mezcla de negro, ocre, rojo, marrón, de amarillo y de blanco sucio. Sin brillos, sin luces.
¿Por qué huele el texto de Solana? No es un escrito ni un cuadro, es un cuerpo, y como tal despide olor, resuda y se enrancia. [...] El texto de Solana es un cuerpo que admite múltiples dimensiones y pocos encasillados. Macizo, denso y oloroso, muestra sus interioridades, sus vísceras, de la forma más sencilla y, por ello, hoy complicada y obtusa, sin más cera que la que arde, sin otro reclamo que lo que se ve, como aquel que estuviera de cuerpo presente. Su obra no tiene un sujeto detrás, Solana ha muerto en ella, su cuerpo está ahí expuesto, cadavérico, en la frontera entre los vivos y los muertos, entre el aquí y el allá, siempre a mitad de camino.
***
¿Era yo el que estaba metido en un ataúd muy estrecho, con unos galones amarillos y unas asas y cerraduras que tenían puestas las llaves pintadas de negro como los baúles del Rastro, y la tapa que iba a encerrarme para siempre, arrimada a la pared, con una larga cruz amarilla y con mis iniciales J. G.-S., en tachuelas tiradas a cordel, y una ventana encima de estas letras con un cristal?
Así ha sucedido; yo soy el que me veo entre cuatro velas, que proyectan fantásticas sombras en la habitación y que es lo único que me distrae en esta soledad.
***

La frontera es permanente en el texto de Solana, su encarnación necesaria y obligada. El viajero está de continuo entre dos partes porque el camino es siempre una falta de estancia, el sitio que no es, la invitación permanente al abandono. Estar en camino es deambular entre las partes, hallarse excitado por la aventura misma del tránsito.
Conviene leerlo, pues, como un rastro oloroso. [...] Y es que entendemos que su obra fue la manera de hacerse cargo de la frontera que el cuerpo pone al sí mismo -al uno que diría Solana-, de hacerse cargo a través del otro, de la imagen del otro, del otro como imagen presente, pintada, escrita, plasmada en su rigidez extraña, intermediaria entre lo propio y lo ajeno; el otro como doble y cuerpo presente, cadáver también del uno. Hacerse cargo de ello en lo que tiene de realidad psicológica, social, económica, etc., y hacerse cargo como hacerlo vivible, experimentable, en un límite sin contemplaciones al más allá ni esperanzas salvíficas: todo lo que es, o está de cuerpo presente o no es. Por eso huele, es decir, se propaga."
(Julián Santos Guerrero, La pasión del cuerpo presente. Imagen y escritura en la obra de Solana, págs. 7-12)

25/6/07

PAPELES PARA UNA IDEA, 1

Los fundadores del Círculo Solana vuelven a pensar en el realismo, en un cierto tipo de realismo que no sólo no requiere adjetivos sino que requiere no tenerlos. La miopía retrospectiva de nuestros escritores les autoriza a jactarse de no ser realistas, aunque algunos lo son demagógicamente y también se jactan de ello. Siempre se burlan del realismo social y del realismo costumbrista y del realismo galdosiano y siempre añaden un adjetivo al realismo, como una banderilla más, ignorante y umbraliana, en una cuestión que no es de gusto sino de profesión. Galdós no es nuestro más grande novelista porque escribiera novela realista, sino porque técnicamente no tiene rival. La intuición que se necesita para describir el mundo y no aburrir, para gobernar ese carruaje con docenas de caballos cada uno de los cuales querrían tirar por un camino distinto, esa intuición es una colosal muestra de oficio cuya técnica se puede aplicar a cualquier género, incluido el realista.
Pero el realismo de Galdós consiste en describir el mundo para que se sepa cómo es, y también para rescatarlo, para consagrarlo en palabras. Lo que intentó (y consiguió) Galdós con Madrid se ha intentado muy pocas veces después por la sencilla razón de que es muy difícil, y que sólo con una magistral combinación de todas las técnicas posibles se puede conseguir la gran obra de arte. Lo demás es un realismo parcial, mediatizado muchas veces por su modernidad.
Una parte de ese realismo es la capacidad para nombrar las cosas y darles vida, que es lo que aquí alabamos de Solana. La realidad es muy compleja y acometerla una empresa que requiere demasiada destreza, en tiempos de Solana y ahora. Nuestra literatura contemporánea no es muy capaz de separar por completo al escritor del narrador, ni de practicar esa lírica de inventario que practicaba Defoe hasta conmovernos con listas de objetos. Defoe no creaba metáforas, pero sabía describir las metáforas generadas por la realidad.
Nadie va buscando realismos ideológicos sino la capacidad de comprender la realidad como Antonio López comprendió al conejo desollado que pintó en un plato. Ese conejo es la realidad piadosa y la realidad carnívora, nuestra doble, contraria mirada sobre el mundo. Y esa piedad y esa crudeza, esa ternura y ese cinismo, es lo que hace que las descripciones de Solana trasciendan al ámbito de la gran literatura.
Como decía Gabriel Miró, aquí el único problema es el de quien no sabe hacerlo. Hablamos del realismo y hablamos de la literatura como forma de mirar, del verbo al servicio de la cosa. Realismo es todo aquello que ayuda a describir un mundo, real o imaginario, da lo mismo. El realismo juega con las estructuras de la realidad, con la forma natural de recordar o desear. La verbosidad y la egolatría son malas amigas de esta clase de literatura. Pero, bien administradas, pueden resultar útiles. Todo dependerá de la distancia exacta a la que se mantenga el autor, del punto desde el que el pintor sepa contemplar su obra.

23/6/07

Generación 2007

El Círculo Solana ya tiene blog. Los nietos de Solana no son los hijos de los hijos bastardos de Solana, que reivindican sabe dios qué derechos o prebendas, como los que le salen a Julio Iglesias. Qué va; somos nietos de sus libros, de esa prosa cruda, cuarterona, de ese tono raspado y sincero. Somos nietos de ese salir a la calle y describir lo que se ve, de ese sentir con la vista y con el hígado, si el hígado toma partido, por nombrar un órgano con personalidad.

El título lo sacamos de aquí, de esa frase de Azorín, que le pareció a Conde-Duque de perlas para un blog que poco a poco irá tirando para dónde él quiera, para un lado y para el contrario, si hace falta, pues los blogs no se rompen y se estiran como chicles en todas las direcciones dando de sí lo que haga falta.

Es lo mejor. Sobre todo en un blog colectivo como este. Será divertido, enriquecedor, como montar una revista literaria pero en cutre. Yo así lo veo, como una pequeña revista literaria, como una vieja revista literaria, con las hojas amarillas, medio en pelotas, con márgenes amplios como cunetas donde pararse a fumar un pito mientras se mira o se piensa el paisaje. Cuando se nos ocurrió lo de abrir este blog la idea, creo yo, era, con la excusa de reivindicar un poco la figura del gran escritor y pintor Gutiérrez-Solana, sacar de las cunetas literarias unos cuantos libros y autores que nos gustan y que quizá no se editan mucho, y se leen poco. Casi proponer un canon, por dar la tabarra, más que nada.

Después de revolver en entre libros viejos llegamos a casa con las manos sucias, ese polvo triste de siglos en las yemas, y a veces, con las manos vacías. Pero otras veces no, volvemos con algo que nos alegra el día (y si cuadra un rato más largo de la vida), como un vermú nos alegra el pincho de tortilla y ya nos sabe mejor el amarillo curtido ese de puro tostado por el tiempo que al principio nos miraba desafiante desde el plato.

En fin, literatura, y lo que sea, un blog soleado un día, nuboso si hay nubes, con vientos que marean al gallo de la veleta, con chubascos que dan ganas de recogerse al lado de la ventana, a mirar ríos de gotas, con truenos, y terremotos también, para tener de todo.

Vale, la Generación 2007, como la bautizó azorinianamente Conde-Duque. Que por cierto ya está cogida como dirección en blogger, lo que me hizo bastante gracia, y me obligó a sacarle unos nietos a Solana. Será divertido.

Galdós por Ramón Gaya


"A Galdós me lo figuro dando vueltas y vueltas por Madrid, sin prisa, claro está, pero no a la manera del paseante o del ocioso, es decir, no con el placer del paseante ni el cinismo del ocioso, sino con ese paso de perro callejero que no es propiamente una lentitud, sino una sapiencia; porque eso que en los perros callejeros puede parecer vaguedad de objetivo no es más que sabiduría, sabiduría profunda, convencimiento de que no hay lugares absolutos a donde ir. Galdós, con su gabán y su bufanda, parecía un mendigo de calidad, un mendigo que no pide, que recibe todo pero que no pide; y la realidad se le iba entregando así, cordialmente, sin violencia, sin conquista, sin estudio. [...] es el secreto de Galdós, tratar a la realidad como a una igual suya, es decir, sin servilismo ni altanería y, claro, sin objetividad, sin el insulto de la objetividad. [...] La grandeza de Galdós no la encontraremos nunca en la composición ni en el contenido de sus novelas, sino en la relación armoniosa que ha quedado establecida, milagrosamente, entre él y la Realidad".
(Ramón Gaya, Obra completa, Tomo I, págs. 185-186)

22/6/07

Epílogo a "La España negra"

"Después de este largo viaje, me encuentro por fin en casa, un poco cansado, más envejecido, algunas canas brillan en mis sienes y la juventud parece que quiere despedirse de mí.

Tengo mi vieja maleta abierta en medio de la habitación, toda revuelta, por la que veo asomar alguna ropa y muchos papeles, apuntes de viaje, los que tendré que poner en orden.

[...] En un testero, y enfrente de mí, está el cuadro de la reunión de Pombo; son los buenos amigos del café, a los que mando mi primer saludo. Es un cuadro a medio conseguir, y ahora verdaderamente siento el no haberle podido dar una forma más acertada y más decisiva. En el centro está nuestro querido amigo Ramón Gómez de la Serna, el más raro y original escritor de esta nueva generación. Está puesto en pie y en actitud un poco oratoria; recio, efusivo y jovial, una tanto voluminoso, pero menos de lo que deseamos verle, para completar su gran semejanza con un Stendhal español o un nuevo Balzac de una época más moderna y menos retórica; cerca de él está su cartera, esa buena amiga que siempre le acompaña llena de pruebas de imprenta y dibujos que hace rápidamente para ilustrar sus escritos con comentarios gráficos admmirables, siluetas rapidísimas llenas de humorismo y amenidad y que dan un encanto más a los artículos que publica casi diariamente en La tribuna y El Liberal.

A su lado Bacarisse, Coll, Bartolozzi, Cabrero, Borrás, Bergamín, Abril, y encima, el prodigioso espejo de Pombo, este espejo cinematográfico, cuya luna patinada cambia constantemente de expresión; unas veces nos sugiere ideas antiguas, nos transporta a la época de Larra; los viejos con grandes levitas y las enormes chisteras, los fracs, las corbatas con muchas vueltas y los chalecos rameados, de los que cruzan las pesadas y largas cadenas de oro."

(José Gutiérrez-Solana, Obra literaria, Tomo II, págs. 168-169, editado por Fundación Santander Central Hispano).