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5/4/09

Solana en el Rastro

De paseo por las calles del Rastro ("las de más carácter de Madrid") aún se pueden percibir las huellas de Solana. De hecho, al doblar una esquina, me encuentro con los cuadros de un tal Antonio Pan, imitación evidente de los de nuestro patrón:

Subes una cuesta o cruzas una calle y te imaginas perfectamente a Solana, con su figura un poco contrahecha, mirando las baratijas, asomado a un escaparate, agachado ante una hilera de libros o charlando con la gente, con las manos metidas en los bolsillos. Todavía queda algo de la atmósfera solanesca de los objetos arrumbados, aunque menos lúgubre y tremebunda: "Hay tiendas de baúles, pilas de sillas y muebles, mezclados con los más diversos objetos; cabezas de toro disecadas y algún esqueleto articulado y metido en su urna que ha pertenecido a un médico difunto, fotografías de delincuentes y criminales que han estado en las paredes de algún gabinete de antropología, álbumes de mujeres de mala vida, y de enfermedades de la piel y venéreo, con cabezas de niños llenos postillones, de sangre y de pus, de males heredados de sus padres; caimanes, culebras y gatos disecados." (Madrid callejero)

25/8/08

Solaneando

La herida de Gutiérrez Solana

José-Carlos Mainer, el sábado en Babelia.

Detrás de este libro está una maleta que, más de medio siglo después de la muerte de sus propietario, sus herederos hicieron llegar al Museo Reina Sofía, de Madrid. Hay también una conservadora de esta entidad, María José Salazar, que hizo honor al nombre de su oficio y que alertó de que aquel equipaje contenía manuscritos inéditos del pintor José Gutiérrez Solana. Vinieron después dos estudiosos de sensibilidad acreditada, Ricardo López Serrano y Andrés Trapiello, y de la mano del último de los citados, llegó una editorial que trabaja con pulcra claridad y buen gusto, la granadina Comares.

Estamos, pues, de enhorabuena aunque un lector superficial pueda decir que los textos que aquí se acopian no añaden nada nuevo a los seis libros de Solana que ya conocíamos y cuya última edición, la de la Fundación Santander en su colección Obra Fundamental, satisfacía -por fin- las exigencias de rigor y exhaustividad. Pero, en cuestiones de literatura, no sólo importa la novedad sino también la insistencia, la perseverancia de los textos recién hallados en el camino que trazaron los ya conocidos. En definitiva, tras la lectura de este libro, estamos en condiciones de dar toda la razón a Trapiello cuando escribe en su prólogo que "Solana es uno de los grandes escritores españoles del novecientos. No es superior a Baroja o a Azorín, a Unamuno o a Galdós, pero no es inferior a ninguno de ellos".


Es curioso recordar que los dos últimos dibujaban con primor y gustaban de la pintura. Baroja, hermano de pintor, tenía acusada sensibilidad como oyente de música y como catador de cuadros; Azorín fue uno de los inventores del paisaje español y por algo dedicó Castilla a Aureliano de Beruete, con ánimo de establecer respetuoso cotejo de sus paisajismos. Tampoco han faltado en nuestro siglo XX otros testimonios de esta querencia visual de la estética literaria española, o viceversa, de la hermandad de plumas y pinceles: Salvador Dalí y Ramón Gaya son, como Solana, excepcionales escritores. Y en cada uno se establece un modo de complementariedad de la escritura y la pintura. Dalí teoriza y magnifica sus invenciones por medio de la escritura. Gaya, cuyos cuadros son como acotaciones leves (aunque densas) de un proceso espiritual, concibe la literatura como otra búsqueda paralela de la fidelidad a la verdad de las cosas (de ahí su Velázquez, pájaro solitario). En Gutiérrez Solana, el nexo común de pintura y literatura es el mismo curso de su vida, receptáculo abierto a las impresiones de un mundo grotesco, agobiante, hiriente. Cuando leemos Arredondo, esbozo -como conjeturan con acierto los editores- de unas memorias de infancia, un capítulo como 'La visita del obispo' nos da la clave: aquella imagen fue un recuerdo de la niñez en la casa familiar santanderina pero es también el título del prodigioso cuadro de 1926. Y es que la percepción de la España negra, por parte de Solana, es una experiencia autobiográfica, una suerte de herida personal continuamente renovada. En tal sentido, nos recuerda mucho la estética y la sensibilidad de Pío Baroja. Ambos tuvieron la misma curiosidad, mezclada de horror, por las ejecuciones públicas (como se percibe en muchos episodios de la serie 'Crímenes pasionales', en este libro); uno y otro experimentaron el mismo turbio atractivo y la misma repugnancia de fondo por las víctimas del sexo mercenario (ese mundo de criadas complacientes y de prostitutas resignadas está en 'La lucha por la vida' y en 'La sensualidad pervertida, pero también en muchos lienzos de Solana y aquí en las notas de 'Madrid'). Los dos ejercieron la mezcla de misantropía y piedad a la vista de la desnudez repugnante de los desheredados: de "esas canillas blancas, como de difunto" y de "esas espaldas y pecho blanco y descolorido, de no darles la luz", que describe Solana en 'Las casas de dormir o los albergues'. Y ambos tuvieron la misma compasión por el sufrimiento animal. El lector de El árbol de la ciencia no olvidará nunca la escena en la que un médico cruel le quita su gato a una agonizante del hospital; el lector de este libro tendrá las mismas sensaciones al leer 'La recogida de perros, los laceros y el depósito del Canal' o 'El desolladero de la plaza de Tetuán', ambos en los apuntes para Madrid.


¿Complacencia en el horror? Ninguna. Ese estilo seco y directo, siempre contado en presente, no quiere recrearse en la perpetuación de la sensación, en la suspensión del tiempo (como Ortega observaba sagazmente en Azorín), sino proporcionarnos mejor la inminencia directa del horror, por el que somos a la vez subyugados y espantados. La objetividad es su forma de probidad, como en la descripción -tan moderna- de Navalcarnero (que se limita a una lectura de sus desternillantes anuncios callejeros), aunque otras veces, la sensación descrita se deje llevar por lo hiperbólico y entremos en el territorio de la fantasía casi quevedesca: la citada excursión a Navalcarnero termina con una divertida exageración sobre la furia de las moscas indígenas; en 'Las polillas', único texto sobreviviente de Ogarrio, cuatro páginas describen con minucia la invasión por estos insectos de una casa abandonada.


Decididamente no hay complacencia alguna. Camilo José Cela, gran valedor de Solana, describía una crueldad que, en el fondo, compartía (lo que artísticamente es legítimo, por supuesto). Valle-Inclán y, en otra medida, Eugenio Noel visitaron los mismos barrios oscuros y el resultado moral es una cierta ambigüedad entre la denuncia y la estética. Solana no es el cazurro de su leyenda, que pinta y escribe sin reflexión alguna... Sabe que ese mundo que le atrae y al que aborrece tiene responsables directos de su miseria. Y sabe que, al final de la gesticulación, está la muerte. Los editores han decidido que el 'Prólogo de un muerto', escrito para el libro Madrid, abra esta nueva serie de textos. Es una decisión plausible porque esta pesadilla de difuntos (que hubiera encantado a Baroja, que remató con otra el edificio de Memorias de un hombre de acción) tiene mucha fuerza, al pintar al escritor como lo que fue, en su relación con el mundo: un muerto vivo, un hombre que llegaba del otro lado. Y, al paso, traza un incomparable friso de sus colegas del panteón donde había yacido, lleno de "esculturas malas de Benlliure": el político La Cierva, escoltado de inscripciones gratulatorias; Azorín, enterrado con librea pero que conserva el paraguas rojo de su juventud anarquista; Galdós, con su gabán y unas cómodas zapatillas de orillo; Pardo Bazán, que se ha calado la muceta académica pero lleva zapatos de baile; Baroja, "con la cabeza gorda pues la boina le viene chica", con una maleta a su lado donde guarda recuerdos de la guerra carlista. Sí..., la visión de Solana es la del resucitado que ya lo ha visto todo y para quien ya todo tendrá un sabor amargo.

(Y París contado por Solana -el pintor/escritor, no el Chucho)

La misma maleta milagrosa y los mismos editores -La Veleta, López Serrano y Trapiello- están detrás del rescate de París, un libro escrito (o, al menos, vivido) entre 1937 y 1939, en plena Guerra Civil. La primera frase ("El viejo París recuerda a Madrid con sus chamarileros y sus puestos de libros viejos") es casi una profesión de fe que a más de uno le hará cerrar el volumen, aunque recomiendo al lector que llegue por lo menos a la página donde Solana intenta definir la luminosidad de la ciudad como una "luz gris, azulada y neutra, de patio de cristal esmerilado" que paradójicamente intensifica los colores.

Pero, ¿quién no encuentra en sus viajes lo que ha llevado hasta allí con él? Por eso, a Solana le hacen soñar las gárgolas de Notre Dame, visita el museo de cera, da cuenta de los siniestros espectáculos de Montmartre, de las casquerías de Les Halles o de los monstruos de las barracas de feria. No sabemos muy bien qué objeto pudo tener este libro de aire muy sistemático, aunque incompleto, que proporciona los precios y trayectos de los transportes públicos o que reproduce generosamente textos informativos tomados del Espasa, que Solana debía copiar en la biblioteca del Colegio de España. A su entonces vecino Pío Baroja, Solana le pareció un ser vulgar, grosero y crédulo, y sin embargo, lo que más se asemeja a estas páginas, desiguales pero a veces fascinantes, es una novela como El Hotel del Cisne, que también es heterogénea, desequilibrada y cautivadora: el escritor es un animal territorial y recela, más que de nadie, del que le resulta más cercano.

24/8/08

Los vagabundos del Sena

No cuesta mucho imaginarlo: París, hace setenta años; a la orilla del Sena, un grupo de mendigos tirados en el suelo; por la acera, pasan señoras y señores de abrigo, gabán y sombrero; cuando intuyen la presencia de los mendigos, miran hacia otro lado, forzando las pupilas para que nada empañe su feliz paseo de domingo; se suben las solapas o vuelven a anudarse la bufanda y comentan algo del tiempo, piensan en el café con croissant que van a desayunar en breve o en la estufa que les espera en casa junto al periódico y las alpargatas.
Pues bien (y aquí llega el misterio del arte, de la literatura). Da la casualidad de que justo en ese momento pasa por allí un hombre bruto y genial que no tiene ojos sino para ellos. Lo demás no le interesa, pero su insignificante tragedia sí. Observa a los mendigos y después los inmortaliza sobre el papel:
"Vemos bajo el sol enfermizo de invierno a los vagabundos durmiendo desparratados con un sueño de piedra, con la cabeza colgando y aplastada la cara contra la tierra. Aquí se ven la miseria, los harapos y las caras moradas por el frío e hinchadas de los alcohólicos, con los ojos rojos como en carne viva, rascándose la miseria y echados en fila como guiñapos humanos. [...]
Entre los grupos que juegan a las cartas se ve alguna mujer con el pelo enmarañado, caído por los hombros, rascándose los piojos de la cabeza, a uno remendando un pantalón, a un cojo asomado al muro del Sena y a otro hambriento, con cara de perro, que hace fuerza con las manos en un hueso que roe con gran ansia, mirando con recelo como si se lo fueran a quitar".
(José Gutiérrez Solana, París)
Ahora, tantos años después, esos seres marginados, desgraciados, ignorados por la gente de su tiempo, vuelven a vivir para nosotros. Existen, y son muy reales, mientras que aquellos paseantes que les negaban el mínimo consuelo de la mirada (para eludir así su presencia) están muy muertos. Nadie los recuerda desde hace décadas, han desaparecido para siempre; ya es como si jamás hubiesen estado en ningún sitio.

31/7/08

El "París" de Solana

Estamos de suerte en el Círculo: segundo año de andadura y segundo libro inédito de nuestro admirado Solana. En esta ocasión son notas sobre París que Solana tomó entre febrero de 1938 y junio del 39 (durante la guerra civil se fue con su familia de Madrid a Valencia y de Valencia a París, donde vivieron en el Colegio de España, situado en la Ciudad Universitaria). Ya algunos de estos cuadernos fueron publicados en un facsímil hace varios años, pero éste es un buen tocho de casi 400 páginas. No creo que la famosa maleta nos depare más sorpresas, aunque esperemos que sí...
Si la mayor parte de la obra de Solana está hecha "a medias" (como él mismo decía), ésta debe de estarlo a "un cuarto", porque se nota que se quedó en las primeras fases de su elaboración. Desde aquí habrá que darle las gracias a Ricardo López Serrano por su ardua tarea de reconstrucción y ordenación de los manuscritos solanescos y a Andrés Trapiello -otra vez- por su constante labor de recuperación, publicación y evangelización de nuestro santo patrón (ay, qué lástima ese "inflingido" al final de su prólogo).
Llevo leídos unos cuantos capítulos y, aunque seguramente no es de lo mejor de Solana, este hombre siempre nos regala detalles geniales. Resulta curioso constatar cómo lleva su españa negra allá adonde va y nos enseña un París muy distinto al habitual, distinto pero muy real (seguramente más real), lleno de mendigos, putas y perros. Y encuentra parecidos con Madrid por todos lados.

Preciosa cubierta, por cierto (¿será que la bandera francesa es más fotogénica que la española?)

Me ha encantado, por ejemplo, cómo Solana describe los perros de París:

"Hay viejas que bajan a la calle con cuatro o cinco perros a los que cuidan como a hijos. Hemos visto a un perro sentado en una silla al lado del despacho de una estanquera; el perro, con el hocico constipado y cara de viejo, mira entrar y salir a los parroquianos; el inteligente animal parece estar satisfecho y celoso de su cargo desempeñándolo muy bien. La estanquera le da la mano y el perro estira la pata agradecido. O esas mujeres que llevan en el metro, metida en el capacho, una perra chata y peluda que parece una persona aburrida y vieja que no le da ya a nada importancia, nada más que a que no se metan con ella y a las comodidades, pues es ya muy vieja y está ya para pasarse la vida en un rincón bien atendida. Hemos visto un perro de lanas viejo, al que le pesa el culo y le molesta que le lleven de la cadena y le hagan andar deprisa, pues ya no está para muchos trotes".

También es genial cómo describe a la gente en el metro (pp. 37-39), la ciudad bajo la nieve (pp. 42-47), algunas calles y barrios, jardines, fiestas, etcétera.
Que lo disfrutéis.

23/4/08

Una dedicatoria

Madrid, calle Alcalá, 17:00 horas. Debate sobre los "Diarios: realidad o ficción". A la derecha, con calzón blanco, Andrés Trapiello; a la izquierda, con calzón azul, José Luis García Martín; en una esquina, de moderador inútil, Antonio Jiménez Morato. Cuatro gatos como público.
Antes de que empiece el combate, me acerco a A.T. (en su vertiente de editor y prologuista) y le pido que nos dedique La España negra II a los amigos del Círculo Solana...


Me informa de la próxima aparición del inédito sobre París (que por lo visto es grandecito y está muy bien), me cuenta los vaivenes de la famosa "maleta Solana" y revela la existencia de un precioso facsímil solanesco que habrá que buscar por las librerías de lance.

Por si no se lee bien (lo he escaneado fatal), lo transcribo: "Para el Círculo Solana, lo más redondo que ha podido producir nuestra cuadriculada y cerrera España. Su amigo Andrés Trapiello. 23 de abril de 2008 Madrid". Hay que reconocer que tiene buenos reflejos: "círculo"-"redondo"-"cuadriculada"...

4/11/07

Veamos

Aquí.

Cupletistas de pueblo.

19/10/07

Ahora se escribe

Los grandes escritores nunca se acaban, como el papel higiénico ese famoso. Y no sólo porque hayan dejado a la viuda o a los nietos un cajón ingente de inéditos con los que entretener a los lectores durante décadas, como Pessoa y su famoso baúl, sino porque, principalmente, nunca acaba uno de leerlos, aún habiendo leído todo de ellos. Todo resulta familiar, pero se leen una y otra vez y nunca parece que se releen. Son así casos clarísimos de lecturas de doble fondo, como los armarios de los magos clásicos, donde meterse dentro es desaparecer o ver esfumarse a la sufrida señorita que lo mismo se deja lanzar cuchillos como se deja desaparecer. Lo hemos dicho mucho pero veo que no se gasta el individuo, y lo hemos leído mucho, pero ahí sigue causándonos asombro su escritura; el pintor y escritor José Gutiérrez Solana (el orden de los factores no altera el producto en este caso; “ahora se escribe” decía, o “ahora hay que pintar y olvidarse de escribir una larga temporada”, según, como dos artistas en uno) es un caso interesantísimo y casi único en el panorama literario español del siglo pasado. No entraré en el juego de decir si era peor o mejor que tal o cual; de él ha dicho Gaya, para hacerse una idea el que no la tenga, que llega a ser “como una novela de Galdós de la que se han perdido o traspapelado páginas y en la que nada concuerda ya, en donde los hechos no coinciden, no coinciden, pero existen”. Existen. Eso me parece, ¿pero por qué? ¿Qué tiene este escritor que no tengan otros? Intentaré apuntar algo.Ya tengo el tomo de La España negra (II) subtitulado Viajes por España y otros escritos; es un volumen grueso, de buen papel, que ahora está impoluto, blanco. Volveré sobre él muchas veces, una y otra vez, cuando los márgenes sean amarillos, como si estuviese mal del hígado, cuando pueda marcar las páginas con las canas que se me caigan, porque en algunos escritores buscamos algo más que regocijo de lector y los leemos como otros toman vitaminas o flores de Bach. Porque leemos como vampiros, también, y lo mismo que el teléfono móvil se enchufa para cargar la batería, nos acercamos a algún libro dispuestos a chuparle la sangre. Porque hay escritores que dan ganas de escribir, de cantar, de bailar claqué o de abrazar a la gente (de hacer algo, en definitiva, según las preferencias de cada uno), otros dan ganas de dormir y algunos en cambio, al leerlos, dan ganas de seguir leyendo.

Solana es de los primeros; lo lee uno más que para amodorrarse leyendo, para animarse; tiene el efecto chisposo y alentador de un vermú antes de comer, o de un chupito de licor café después. Más bien lo primero, que lo segundo provoca cierta somnolencia y el efecto es todo lo contrario; despierta y pone de buen humor, cosas que no siempre van unidas, quizá casi nunca. Por encima de esta prosa y de sus cualidades o negligencias (según algunos es un catálogo de tropelías lingüísticas), por encima de su naturaleza descriptiva y de las finuras temáticas tan mentadas que atraen su pluma y su pincel, por encima de todo lo que pueda ser su arte narrativo o pictórico, hay una cosa que me parece fundamental en sus escritos y que puede ser llamado de muchas maneras; hablamos del tono, o el temperamento. Ojo, que no el estilo, que saldrá de este pero que no es lo mismo. Si los ríos nacen en las montañas el río Solana nace muy arriba, y baja espumoso y revuelto y poco civilizado, si no es raro decir esto de un río. Sí, sería un río que pasa de protocolos. A veces se dice; escribe con las tripas, pues viene siendo algo así. Podríamos entrar en detalles, ya digo, en los entresijos de su escritura, pero lo que me interesa ahora es resaltar porqué atrae de esa forma su escritura. En Solana, esto, el tono, aparece casi desnudo, corretea en pelotas por el campo como un chalado que se escapó del psiquiátrico, salta a la vista sin muchos vestidos y capas que lo cubran. Lo apunta Ramón en su Diario el 16 de diciembre de 1920 sobre La España negra: “Acabo de leer el libro de Solana. Es sincero, rijoso y tiene un tono que se ha perdido entre los hombres.”

No hay escritor que escriba desde la nada, aunque lo parezca, pero hay escritores en los que esto se aparece más claro y con más fuerza; siempre hay una corriente subterránea que hace correr los ojos del lector por la página, y esa corriente con la que se unen las frases va más allá de lo que llaman el estilo, o más acá, y por una parte está el tono y por otro los recursos y herramientas del escritor, el oficio. Se ha dicho de muchas maneras, cada cual llama a esto cómo quiere; Hemingway decía que para escribir bien había que estar enamorado. Bueno, es un poco trabajoso, pero se refiere a eso. Habla de lo mismo. Lo dice Pla, con menos romanticismo: “Escribir con el temperamento —eso es lo esencial. Hay que escribir con el temperamento, pero lograrlo es difícil”. Unos recurren al alcohol, a las anfetaminas, y los hay que ya están como cabras y no necesitan trucos para escribir. El truco son ellos mismos. En Solana destaca esto, su truco, él mismo, que se esconde debajo de su buen oficio de escritor (que lo hay) pero no logra fabricar una prosa muerta, de árbol seco y hermoso a la vista, una cosa como de plástico; no, sus libros, muy trabajados, incluso a pesar de esto, están levantados sobre ese tono que da sentido al hecho de leer, que da sentido a la literatura, y digamos que esta se inventó con esto y por esto; es el fuego de la literatura, o la rueda.

Salvando todas las diferencias Cioran me recuerda mucho a Solana; en ambos sobresale esta elementalidad. Cioran es un filósofo, un pensador, y en cambio dice el rumano: “Yo nunca he escrito una sola línea a mi temperatura normal”. Son los puros de la literatura; los puros puros, literales, esos cigarros de los que no debemos tragar el humo. Decía mi abuelo de algunos vinos; “Eso es todo química”. Pues un Cioran y un Solana serían todo lo contrario. Buscamos en ellos un poco de eso, ese sabor que no sea todo química.

10/10/07

La España Negra II, de Solana

Ya tengo en mis manos, ¡por fin!, La España negra II, subtitulada Viajes por España y otros escritos. Os cuento mis primeras impresiones. Por supuesto, sólo con hojearlo un poco puedo asegurar que el libro es la leche y que cualquiera que lo lea va a disfrutar un huevo (hablando pronto y mal). Además, los solanistas estamos de enhorabuena, porque en la solapa final se anuncia una nueva publicación de nuestro ídolo: sus textos, también inéditos, sobre París.
Ricardo López Serrano ha sido el encargado de transcribir y poner en orden los manuscritos de Solana. En un estudio introductorio nos cuenta detalladamente su gestación. No sé si es porque lo he leído de pie en el autobús, con los codos de las señoras moviéndome las tapas, pero no me he enterado muy bien. El caso es que se supone que son inéditos y que estaban en una maleta que acabó siendo donada por la familia al museo Reina Sofía: unos son capítulos nuevos de libros ya publicados, otros trozos de obras en gestación que se quedaron sin terminar, otros pasajes que el propio autor desechó...
Nos da un poco de envidia la labor de este Ricardo López Serrano, ahí, imagino que durante meses, trajinando con los manuscritos solanescos. (Lo que me parece que no viene a cuento es ese chiste final sobre la T-4 con la que termina su introducción. Hay gente a la que le gusta cagarla de la manera más tonta, no sé por qué...)
Por su parte, en un prólogo de dos páginas ("Gaveta solanesca" se titula) Trapiello dicta sentencia: "Solana es uno de los grandes escritores españoles del Novecientos. No es superior a Baroja, a Azorín, a Unamuno o Galdós, pero no es inferior a ninguno de ellos". No creo que decir las cosas así, tan tajantemente y haciendo esas comparaciones, sirva de gran cosa, pero considero que en el fondo tiene razón. Un poco después dice, jugando retóricamente con el principio de no contracicción: "Este libro inédito es y no es como los otros seis del autor". Como decía doña Rosa la de La colmena: "¡Nos ha merengao!".
El diseño de cubierta no me ha gustado nada. El de la primera parte era mil veces mejor.
***
El libro empieza, como La España Negra I, con otro genial "Prólogo de un muerto", que me parece si cabe más surrealista. Os pongo un trozo en el que salen algunos cadáveres de nuestros amigos escritores cuyas fotos aparecen en el margen. Solana se despierta dentro del ataúd, en el cementerio:
"Ha pasado el tiempo, no sé cuánto; mis miembros han ido recuperando poco a poco algo de vigor y al terrible pánico pasado ha sucedido una curiosidad sin límites, un deseo de verlo y escudriñarlo todo. Entra la luz por una claraboya y veo figuras con los atributos mortuorios, el ángel del dolor, y unos angelones con unas trompetas de la fama en alto. Salgo a ver esto aunque tengo los mienbros entumecidos, y con sorpresa leo sobre el mármol blanco con letras de bronce: "Panteón de Hombres Ilustres" [...].
El féretro de La Cierva se ha corrido un poco y ha podrido media cara al subsecretario Martínez Ruíz, Azorín, por estar debajo, como una muela podrida corrompe a otra. Azorín está en el nicho vestido de subsecretario, un uniforme muy recargado de oro, pero algo apolillado por algunos sitios; la parte de la cara que da a La Cierva está horrorosamente desfigurada, comida de gusanos y con un ojo fuera; los dientes como fuera y desprendidos de los alvéolos; tiene la boca entreabierta para poder respirar pues la nariz la tiene tapada con la mano porque encima de su nicho está el del ministro Juan de La Cierva y este tipejo, hombre de brazos cortos y afeminado, huele tan mal de los gases que lleva dentro de su cuerpo venenoso que parece que ha filtrado pus y veneno a los compañeros de admiración de política y de automóvil pues todos están negros y huelen a retrete. [...] Azorín tiene un pie fuera y podrido.
[...] Luego atrae mi vista una tumba llena de cintajos y banderas. Después de hacer algunos esfuerzos para separar estos engorros, puedo percibir la simpática figura de Don Benito Pérez Galdós. El gran escritor está enfundado en un gabán y todavía calza una abigaradas zapatillas de orillo; tiene las puntas de los dedos quemadas por el tabaco y los párpados unidos aprisionando sus ojos pequeños que tanto vieron y que tan bien supieron escribir.
La Emilia Pardo Bazán está enterrada con la muceta y toga de catedrático de literatura de la Universidad de Madrid; tiene puestos los impertinentes y por debajo de una falda morada con lentejuelas, de reunión, se ven los zapatos de baile; tiene en su nicho dos pebeteros encendidos y, a pesar de que la han embalsamado, su putrefacción es tan grande que no hay modo de enterarse de más detalles de su "tualet". Huele también tan mal que ha podrido todo el traje de reunión y de baile con que fue enterrada, los encajes, los chapines llenos de pus pestilente y los tacones torcidos en los que hay agujeros por los que han entrado gusanos y culebras que se asoman a las ventanas de sus tibias [...].
[Pío Baroja] está en el nicho con la cabeza gorda, pues la boina le viene chica, y conserva una maleta al lado, uno de esos maletines que traen los viajeros cuando vuelven de Roma de visitar al Papa con botellas de aguas benditas, cintas y escapularios."
Etcétera. Feliz lectura a todos.

22/8/07

Solana por Gaya

En un libro de entrevistas que se acaba de publicar este año le preguntan a Ramón Gaya que qué le parece el Solana escritor:

"Entonces todos conocíamos su escritos. Cuando Solana publicaba un libro, acudíamos en seguida a la librería a comprarlo. Es un escritor de raza, aunque no hace más que contar las cosas simplemente. Es mucho más fuerte que Baroja, más tremendista. Los temas de sus cuadros están ahí; todo eso lo ha visto, no se lo han contado. Él lo describía cuando pintaba. En realidad, en sus pinturas, no busca tanto pintar un cuadro como contar lo que ha visto, pero como es un pintor, pues pinta un cuadro: 'Había una vieja.. y estaba escupiendo sangre...', y eso lo pinta. Sólo que en vez de ser un naif, que no sabe pintar, resulta que es un gran pintor y, claro, eso aparece. Si no fuera el pintor que es, eso que pinta no tendría ningún interés. Y todo hecho con esa misma expresividad que tiene también Van Gogh.

Hay algo sumamente directo en estos dos pintores. De la naturaleza a ellos y de ellos a la naturaleza. Hay como una comunicación primaria, algo como antes de la cultura; por eso tienen esa intensiva expresividad, y como una cierta torpeza, se puede hermanar con la torpeza, pero es una torpeza muy especial."

(Ramón Gaya de viva voz, Entrevistas 1977-1998, editorial Pre-textos 2007, pág. 62)

Las negrillas son mías, que me parecen estas frases muy acertadas definiendo a Solana. Cuando habla de esa intensiva expresividad para referirse a su pintura muy bien puede estar definiendo su estilo literario, su escritura, y también esa cierta torpeza que agudizan la sensación de estar leyendo algo que ya no es literatura, o que ya no se deja atrapar, obediente, por el ojo acostumbrado a leer literatura. Es el tono, quizá, que usa el lenguaje sin adaptarse a él, a sus formas dada, a sus moldes; lo destroza, sin grandes desgarrones tampoco, para adaptar el lenguaje a su interior, ese río de imágenes que recorre mentalmente y que traduce en palabras.

20/8/07

Más Solana

Gracias a nuestro admirado amigo (y miembro también de esta boinocéfala generación) pongo aquí esta noticia sobre Solana. En septiembre, al parecer, empezará a circular el libro, según cuentan en la librería Michelena de Pontevedra.

"Trapiello afirma que Solana es como Baroja y Galdós al recopilar sus inéditos

Alfredo Valenzuela.

Sevilla, 19 ago (EFE).- El escritor Andrés Trapiello sostiene que el pintor José Gutiérrez Solana (1886-1945) no es, como escritor, inferior a Baroja, Azorín, Unamuno o Galdós en las palabras preliminares que ha escrito para "La España (II)", volumen que recoge textos hasta ahora inéditos del pintor y escritor.

Editado en Granada dentro de la colección "La Veleta", que el propio Andrés Trapiello dirige, el volumen recoge trescientas páginas de inéditos solanescos precedidos de un "estudio" de Ricardo López Serrano, que se ha encargado también de clasificar estos textos, algunos de ellos conservados incompletos.

Camilo José Cela calificó de "ejemplares" los seis libros publicados por Solana, del que este nuevo toma el título del que quizás sea más conocido, "La España negra", también por la temática y el tono de estos textos que, según Trapiello, "son los mismos de siempre".

Estos inéditos se dedican al "universo de los desamparados, la alucinación de sus paisajes y unas criaturas aplastadas por su carnavalesca sinrazón, y, desde luego, a la terrible verdad de saber que no somos muy diferentes de nuestras máscaras ni nuestras máscaras muy distintas de nosotros", en palabras de Andrés Trapiello.

Tal vez por no haber conocido editores anteriores ni correctores, estos escritos, a diferencia de los otros seis libros de Solana, tienen "en algunos pasajes, mayor autenticidad y primitivismo", según añade Trapiello, quien reseña que esto "añade si cabe más expresividad al conjunto", integrado por textos sobre toros, oficios, los cafés de los pueblos y hasta sobre "Crímenes pasionales".

Hay fragmentos de "Viajes por España", con descripciones de Barcelona, Talavera de la Reina, Chinchilla, Cuenca, Toledo, Haro, Soria y Segovia, así como varios agrupados bajo el epígrafe genérico de "Santander", "Madrid" o los dedicados a Chinchón, Boadilla del Monte, Villaviciosa de Odón, El Escorial o Navalcarnero, agrupados bajo el de "El libro de los pueblos de Madrid", ya que, como destacan Trapiello y López Serrano, algunos de ellos se debían a libros proyectados por Solana que no llegó a publicar.

El capítulo de "Madrid", por ejemplo, incluye epígrafes que ya avisan de lo que va a venir después, como "La recogida de los perros, los laceros y el depósito del canal", "Los locos", "El carnaval de Carabanchel Bajo" o "Peluquerías económicas".

Aunque la pintura fue el arte que le hizo célebre y el único que le reportó beneficios económicos -la escritura le costó dinero, se editó el mismo todos sus libros menos uno-, Solana quiso considerarse siempre tan escritor como pintor, y a su humor pertenece el aserto "con esto de escribir no hay quien pinte y con esto de pintar no hay quien escriba", que empleaba cuando estaba muy atareado.

López Serrano afirma en su estudio introductorio que la dedicación literaria de Solana "fue continua a lo largo de casi toda su vida, no se resolvió en los seis libros publicados pues dejó también algunos artículos o fragmentos literarios publicados en revistas o en libros de otros autores", además de libros inacabados, como uno que habría de titularse "París", del que en este volumen se recogen capítulos como "El museo de figuras de cera" y "El barrio judío".

Este nuevo volumen recoge todos los inéditos conservados de Solana y algunos "casi inéditos", como los que fueron editados por Ramón Gómez de la Serna en "Pombo" y en su biografía del pintor, que no son fáciles de encontrar, con lo que López Serrano considera que con este libro se ha publicado ya "todo el corpus literario solanesco". EFE

28/7/07

"La cola del hambre"

El Babelia de hoy adelanta una crónica del libro de Solana que saldrá estos días, al parecer, en la editorial Comares con el título "La España negra II", y que ya había salido de la mano de Trapiello la primera parte. Todos los agradecimientos son pocos a este escritor, Trapiello, que estoy seguro está detrás de la jugada, pues es el gran oreador de la obra de Solana, y en Comares da vida a la colección La Veleta, que reúne cosas muy interesantes en ediciones muy cuidadas y de buen gusto.

Pego aquí el enlace al artículo.

27/6/07

Solana de cuerpo presente

"Los textos de Solana huelen. [...] Huelen a órganos. Sus lienzos exageradamente empastados contienen una mezcla de negro, ocre, rojo, marrón, de amarillo y de blanco sucio. Sin brillos, sin luces.
¿Por qué huele el texto de Solana? No es un escrito ni un cuadro, es un cuerpo, y como tal despide olor, resuda y se enrancia. [...] El texto de Solana es un cuerpo que admite múltiples dimensiones y pocos encasillados. Macizo, denso y oloroso, muestra sus interioridades, sus vísceras, de la forma más sencilla y, por ello, hoy complicada y obtusa, sin más cera que la que arde, sin otro reclamo que lo que se ve, como aquel que estuviera de cuerpo presente. Su obra no tiene un sujeto detrás, Solana ha muerto en ella, su cuerpo está ahí expuesto, cadavérico, en la frontera entre los vivos y los muertos, entre el aquí y el allá, siempre a mitad de camino.
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¿Era yo el que estaba metido en un ataúd muy estrecho, con unos galones amarillos y unas asas y cerraduras que tenían puestas las llaves pintadas de negro como los baúles del Rastro, y la tapa que iba a encerrarme para siempre, arrimada a la pared, con una larga cruz amarilla y con mis iniciales J. G.-S., en tachuelas tiradas a cordel, y una ventana encima de estas letras con un cristal?
Así ha sucedido; yo soy el que me veo entre cuatro velas, que proyectan fantásticas sombras en la habitación y que es lo único que me distrae en esta soledad.
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La frontera es permanente en el texto de Solana, su encarnación necesaria y obligada. El viajero está de continuo entre dos partes porque el camino es siempre una falta de estancia, el sitio que no es, la invitación permanente al abandono. Estar en camino es deambular entre las partes, hallarse excitado por la aventura misma del tránsito.
Conviene leerlo, pues, como un rastro oloroso. [...] Y es que entendemos que su obra fue la manera de hacerse cargo de la frontera que el cuerpo pone al sí mismo -al uno que diría Solana-, de hacerse cargo a través del otro, de la imagen del otro, del otro como imagen presente, pintada, escrita, plasmada en su rigidez extraña, intermediaria entre lo propio y lo ajeno; el otro como doble y cuerpo presente, cadáver también del uno. Hacerse cargo de ello en lo que tiene de realidad psicológica, social, económica, etc., y hacerse cargo como hacerlo vivible, experimentable, en un límite sin contemplaciones al más allá ni esperanzas salvíficas: todo lo que es, o está de cuerpo presente o no es. Por eso huele, es decir, se propaga."
(Julián Santos Guerrero, La pasión del cuerpo presente. Imagen y escritura en la obra de Solana, págs. 7-12)

22/6/07

Epílogo a "La España negra"

"Después de este largo viaje, me encuentro por fin en casa, un poco cansado, más envejecido, algunas canas brillan en mis sienes y la juventud parece que quiere despedirse de mí.

Tengo mi vieja maleta abierta en medio de la habitación, toda revuelta, por la que veo asomar alguna ropa y muchos papeles, apuntes de viaje, los que tendré que poner en orden.

[...] En un testero, y enfrente de mí, está el cuadro de la reunión de Pombo; son los buenos amigos del café, a los que mando mi primer saludo. Es un cuadro a medio conseguir, y ahora verdaderamente siento el no haberle podido dar una forma más acertada y más decisiva. En el centro está nuestro querido amigo Ramón Gómez de la Serna, el más raro y original escritor de esta nueva generación. Está puesto en pie y en actitud un poco oratoria; recio, efusivo y jovial, una tanto voluminoso, pero menos de lo que deseamos verle, para completar su gran semejanza con un Stendhal español o un nuevo Balzac de una época más moderna y menos retórica; cerca de él está su cartera, esa buena amiga que siempre le acompaña llena de pruebas de imprenta y dibujos que hace rápidamente para ilustrar sus escritos con comentarios gráficos admmirables, siluetas rapidísimas llenas de humorismo y amenidad y que dan un encanto más a los artículos que publica casi diariamente en La tribuna y El Liberal.

A su lado Bacarisse, Coll, Bartolozzi, Cabrero, Borrás, Bergamín, Abril, y encima, el prodigioso espejo de Pombo, este espejo cinematográfico, cuya luna patinada cambia constantemente de expresión; unas veces nos sugiere ideas antiguas, nos transporta a la época de Larra; los viejos con grandes levitas y las enormes chisteras, los fracs, las corbatas con muchas vueltas y los chalecos rameados, de los que cruzan las pesadas y largas cadenas de oro."

(José Gutiérrez-Solana, Obra literaria, Tomo II, págs. 168-169, editado por Fundación Santander Central Hispano).