21/1/10
5/4/09
Solana en el Rastro
25/8/08
Solaneando
José-Carlos Mainer, el sábado en Babelia.
Detrás de este libro está una maleta que, más de medio siglo después de la muerte de sus propietario, sus herederos hicieron llegar al Museo Reina Sofía, de Madrid. Hay también una conservadora de esta entidad, María José Salazar, que hizo honor al nombre de su oficio y que alertó de que aquel equipaje contenía manuscritos inéditos del pintor José Gutiérrez Solana. Vinieron después dos estudiosos de sensibilidad acreditada, Ricardo López Serrano y Andrés Trapiello, y de la mano del último de los citados, llegó una editorial que trabaja con pulcra claridad y buen gusto, la granadina Comares.
Estamos, pues, de enhorabuena aunque un lector superficial pueda decir que los textos que aquí se acopian no añaden nada nuevo a los seis libros de Solana que ya conocíamos y cuya última edición, la de la Fundación Santander en su colección Obra Fundamental, satisfacía -por fin- las exigencias de rigor y exhaustividad. Pero, en cuestiones de literatura, no sólo importa la novedad sino también la insistencia, la perseverancia de los textos recién hallados en el camino que trazaron los ya conocidos. En definitiva, tras la lectura de este libro, estamos en condiciones de dar toda la razón a Trapiello cuando escribe en su prólogo que "Solana es uno de los grandes escritores españoles del novecientos. No es superior a Baroja o a Azorín, a Unamuno o a Galdós, pero no es inferior a ninguno de ellos".
Es curioso recordar que los dos últimos dibujaban con primor y gustaban de la pintura. Baroja, hermano de pintor, tenía acusada sensibilidad como oyente de música y como catador de cuadros; Azorín fue uno de los inventores del paisaje español y por algo dedicó Castilla a Aureliano de Beruete, con ánimo de establecer respetuoso cotejo de sus paisajismos. Tampoco han faltado en nuestro siglo XX otros testimonios de esta querencia visual de la estética literaria española, o viceversa, de la hermandad de plumas y pinceles: Salvador Dalí y Ramón Gaya son, como Solana, excepcionales escritores. Y en cada uno se establece un modo de complementariedad de la escritura y la pintura. Dalí teoriza y magnifica sus invenciones por medio de la escritura. Gaya, cuyos cuadros son como acotaciones leves (aunque densas) de un proceso espiritual, concibe la literatura como otra búsqueda paralela de la fidelidad a la verdad de las cosas (de ahí su Velázquez, pájaro solitario). En Gutiérrez Solana, el nexo común de pintura y literatura es el mismo curso de su vida, receptáculo abierto a las impresiones de un mundo grotesco, agobiante, hiriente. Cuando leemos Arredondo, esbozo -como conjeturan con acierto los editores- de unas memorias de infancia, un capítulo como 'La visita del obispo' nos da la clave: aquella imagen fue un recuerdo de la niñez en la casa familiar santanderina pero es también el título del prodigioso cuadro de 1926. Y es que la percepción de la España negra, por parte de Solana, es una experiencia autobiográfica, una suerte de herida personal continuamente renovada. En tal sentido, nos recuerda mucho la estética y la sensibilidad de Pío Baroja. Ambos tuvieron la misma curiosidad, mezclada de horror, por las ejecuciones públicas (como se percibe en muchos episodios de la serie 'Crímenes pasionales', en este libro); uno y otro experimentaron el mismo turbio atractivo y la misma repugnancia de fondo por las víctimas del sexo mercenario (ese mundo de criadas complacientes y de prostitutas resignadas está en 'La lucha por la vida' y en 'La sensualidad pervertida, pero también en muchos lienzos de Solana y aquí en las notas de 'Madrid'). Los dos ejercieron la mezcla de misantropía y piedad a la vista de la desnudez repugnante de los desheredados: de "esas canillas blancas, como de difunto" y de "esas espaldas y pecho blanco y descolorido, de no darles la luz", que describe Solana en 'Las casas de dormir o los albergues'. Y ambos tuvieron la misma compasión por el sufrimiento animal. El lector de El árbol de la ciencia no olvidará nunca la escena en la que un médico cruel le quita su gato a una agonizante del hospital; el lector de este libro tendrá las mismas sensaciones al leer 'La recogida de perros, los laceros y el depósito del Canal' o 'El desolladero de la plaza de Tetuán', ambos en los apuntes para Madrid.
¿Complacencia en el horror? Ninguna. Ese estilo seco y directo, siempre contado en presente, no quiere recrearse en la perpetuación de la sensación, en la suspensión del tiempo (como Ortega observaba sagazmente en Azorín), sino proporcionarnos mejor la inminencia directa del horror, por el que somos a la vez subyugados y espantados. La objetividad es su forma de probidad, como en la descripción -tan moderna- de Navalcarnero (que se limita a una lectura de sus desternillantes anuncios callejeros), aunque otras veces, la sensación descrita se deje llevar por lo hiperbólico y entremos en el territorio de la fantasía casi quevedesca: la citada excursión a Navalcarnero termina con una divertida exageración sobre la furia de las moscas indígenas; en 'Las polillas', único texto sobreviviente de Ogarrio, cuatro páginas describen con minucia la invasión por estos insectos de una casa abandonada.
Decididamente no hay complacencia alguna. Camilo José Cela, gran valedor de Solana, describía una crueldad que, en el fondo, compartía (lo que artísticamente es legítimo, por supuesto). Valle-Inclán y, en otra medida, Eugenio Noel visitaron los mismos barrios oscuros y el resultado moral es una cierta ambigüedad entre la denuncia y la estética. Solana no es el cazurro de su leyenda, que pinta y escribe sin reflexión alguna... Sabe que ese mundo que le atrae y al que aborrece tiene responsables directos de su miseria. Y sabe que, al final de la gesticulación, está la muerte. Los editores han decidido que el 'Prólogo de un muerto', escrito para el libro Madrid, abra esta nueva serie de textos. Es una decisión plausible porque esta pesadilla de difuntos (que hubiera encantado a Baroja, que remató con otra el edificio de Memorias de un hombre de acción) tiene mucha fuerza, al pintar al escritor como lo que fue, en su relación con el mundo: un muerto vivo, un hombre que llegaba del otro lado. Y, al paso, traza un incomparable friso de sus colegas del panteón donde había yacido, lleno de "esculturas malas de Benlliure": el político La Cierva, escoltado de inscripciones gratulatorias; Azorín, enterrado con librea pero que conserva el paraguas rojo de su juventud anarquista; Galdós, con su gabán y unas cómodas zapatillas de orillo; Pardo Bazán, que se ha calado la muceta académica pero lleva zapatos de baile; Baroja, "con la cabeza gorda pues la boina le viene chica", con una maleta a su lado donde guarda recuerdos de la guerra carlista. Sí..., la visión de Solana es la del resucitado que ya lo ha visto todo y para quien ya todo tendrá un sabor amargo.
(Y París contado por Solana -el pintor/escritor, no el Chucho)
La misma maleta milagrosa y los mismos editores -La Veleta, López Serrano y Trapiello- están detrás del rescate de París, un libro escrito (o, al menos, vivido) entre 1937 y 1939, en plena Guerra Civil. La primera frase ("El viejo París recuerda a Madrid con sus chamarileros y sus puestos de libros viejos") es casi una profesión de fe que a más de uno le hará cerrar el volumen, aunque recomiendo al lector que llegue por lo menos a la página donde Solana intenta definir la luminosidad de la ciudad como una "luz gris, azulada y neutra, de patio de cristal esmerilado" que paradójicamente intensifica los colores.
Pero, ¿quién no encuentra en sus viajes lo que ha llevado hasta allí con él? Por eso, a Solana le hacen soñar las gárgolas de Notre Dame, visita el museo de cera, da cuenta de los siniestros espectáculos de Montmartre, de las casquerías de Les Halles o de los monstruos de las barracas de feria. No sabemos muy bien qué objeto pudo tener este libro de aire muy sistemático, aunque incompleto, que proporciona los precios y trayectos de los transportes públicos o que reproduce generosamente textos informativos tomados del Espasa, que Solana debía copiar en la biblioteca del Colegio de España. A su entonces vecino Pío Baroja, Solana le pareció un ser vulgar, grosero y crédulo, y sin embargo, lo que más se asemeja a estas páginas, desiguales pero a veces fascinantes, es una novela como El Hotel del Cisne, que también es heterogénea, desequilibrada y cautivadora: el escritor es un animal territorial y recela, más que de nadie, del que le resulta más cercano.
24/8/08
Los vagabundos del Sena
31/7/08
El "París" de Solana
Preciosa cubierta, por cierto (¿será que la bandera francesa es más fotogénica que la española?)
Me ha encantado, por ejemplo, cómo Solana describe los perros de París:
"Hay viejas que bajan a la calle con cuatro o cinco perros a los que cuidan como a hijos. Hemos visto a un perro sentado en una silla al lado del despacho de una estanquera; el perro, con el hocico constipado y cara de viejo, mira entrar y salir a los parroquianos; el inteligente animal parece estar satisfecho y celoso de su cargo desempeñándolo muy bien. La estanquera le da la mano y el perro estira la pata agradecido. O esas mujeres que llevan en el metro, metida en el capacho, una perra chata y peluda que parece una persona aburrida y vieja que no le da ya a nada importancia, nada más que a que no se metan con ella y a las comodidades, pues es ya muy vieja y está ya para pasarse la vida en un rincón bien atendida. Hemos visto un perro de lanas viejo, al que le pesa el culo y le molesta que le lleven de la cadena y le hagan andar deprisa, pues ya no está para muchos trotes".
23/4/08
Una dedicatoria
Antes de que empiece el combate, me acerco a A.T. (en su vertiente de editor y prologuista) y le pido que nos dedique La España negra II a los amigos del Círculo Solana...


Por si no se lee bien (lo he escaneado fatal), lo transcribo: "Para el Círculo Solana, lo más redondo que ha podido producir nuestra cuadriculada y cerrera España. Su amigo Andrés Trapiello. 23 de abril de 2008 Madrid". Hay que reconocer que tiene buenos reflejos: "círculo"-"redondo"-"cuadriculada"...
4/11/07
19/10/07
Ahora se escribe
Los grandes escritores nunca se acaban, como el papel higiénico ese famoso. Y no sólo porque hayan dejado a la viuda o a los nietos un cajón ingente de inéditos con los que entretener a los lectores durante décadas, como Pessoa y su famoso baúl, sino porque, principalmente, nunca acaba uno de leerlos, aún habiendo leído todo de ellos. Todo resulta familiar, pero se leen una y otra vez y nunca parece que se releen. Son así casos clarísimos de lecturas de doble fondo, como los armarios de los magos clásicos, donde meterse dentro es desaparecer o ver esfumarse a la sufrida señorita que lo mismo se deja lanzar cuchillos como se deja desaparecer. Lo hemos dicho mucho pero veo que no se gasta el individuo, y lo hemos leído mucho, pero ahí sigue causándonos asombro su escritura; el pintor y escritor José Gutiérrez Solana (el orden de los factores no altera el producto en este caso; “ahora se escribe” decía, o “ahora hay que pintar y olvidarse de escribir una larga temporada”, según, como dos artistas en uno) es un caso interesantísimo y casi único en el panorama literario español del siglo pasado. No entraré en el juego de decir si era peor o mejor que tal o cual; de él ha dicho Gaya, para hacerse una idea el que no la tenga, que llega a ser “como una novela de Galdós de la que se han perdido o traspapelado páginas y en la que nada concuerda ya, en donde los hechos no coinciden, no coinciden, pero existen”. Existen. Eso me parece, ¿pero por qué? ¿Qué tiene este escritor que no tengan otros? Intentaré apuntar algo.Ya tengo el tomo de La España negra (II) subtitulado Viajes por España y otros escritos; es un volumen grueso, de buen papel, que ahora está impoluto, blanco. Volveré sobre él muchas veces, una y otra vez, cuando los márgenes sean amarillos, como si estuviese mal del hígado, cuando pueda marcar las páginas con las canas que se me caigan, porque en algunos escritores buscamos algo más que regocijo de lector y los leemos como otros toman vitaminas o flores de Bach. Porque leemos como vampiros, también, y lo mismo que el teléfono móvil se enchufa para cargar la batería, nos acercamos a algún libro dispuestos a chuparle la sangre. Porque hay escritores que dan ganas de escribir, de cantar, de bailar claqué o de abrazar a la gente (de hacer algo, en definitiva, según las preferencias de cada uno), otros dan ganas de dormir y algunos en cambio, al leerlos, dan ganas de seguir leyendo.
Solana es de los primeros; lo lee uno más que para amodorrarse leyendo, para animarse; tiene el efecto chisposo y alentador de un vermú antes de comer, o de un chupito de licor café después. Más bien lo primero, que lo segundo provoca cierta somnolencia y el efecto es todo lo contrario; despierta y pone de buen humor, cosas que no siempre van unidas, quizá casi nunca. Por encima de esta prosa y de sus cualidades o negligencias (según algunos es un catálogo de tropelías lingüísticas), por encima de su naturaleza descriptiva y de las finuras temáticas tan mentadas que atraen su pluma y su pincel, por encima de todo lo que pueda ser su arte narrativo o pictórico, hay una cosa que me parece fundamental en sus escritos y que puede ser llamado de muchas maneras; hablamos del tono, o el temperamento. Ojo, que no el estilo, que saldrá de este pero que no es lo mismo. Si los ríos nacen en las montañas el río Solana nace muy arriba, y baja espumoso y revuelto y poco civilizado, si no es raro decir esto de un río. Sí, sería un río que pasa de protocolos. A veces se dice; escribe con las tripas, pues viene siendo algo así. Podríamos entrar en detalles, ya digo, en los entresijos de su escritura, pero lo que me interesa ahora es resaltar porqué atrae de esa forma su escritura. En Solana, esto, el tono, aparece casi desnudo, corretea en pelotas por el campo como un chalado que se escapó del psiquiátrico, salta a la vista sin muchos vestidos y capas que lo cubran. Lo apunta Ramón en su Diario el 16 de diciembre de 1920 sobre La España negra: “Acabo de leer el libro de Solana. Es sincero, rijoso y tiene un tono que se ha perdido entre los hombres.”
No hay escritor que escriba desde la nada, aunque lo parezca, pero hay escritores en los que esto se aparece más claro y con más fuerza; siempre hay una corriente subterránea que hace correr los ojos del lector por la página, y esa corriente con la que se unen las frases va más allá de lo que llaman el estilo, o más acá, y por una parte está el tono y por otro los recursos y herramientas del escritor, el oficio. Se ha dicho de muchas maneras, cada cual llama a esto cómo quiere; Hemingway decía que para escribir bien había que estar enamorado. Bueno, es un poco trabajoso, pero se refiere a eso. Habla de lo mismo. Lo dice Pla, con menos romanticismo: “Escribir con el temperamento —eso es lo esencial. Hay que escribir con el temperamento, pero lograrlo es difícil”. Unos recurren al alcohol, a las anfetaminas, y los hay que ya están como cabras y no necesitan trucos para escribir. El truco son ellos mismos. En Solana destaca esto, su truco, él mismo, que se esconde debajo de su buen oficio de escritor (que lo hay) pero no logra fabricar una prosa muerta, de árbol seco y hermoso a la vista, una cosa como de plástico; no, sus libros, muy trabajados, incluso a pesar de esto, están levantados sobre ese tono que da sentido al hecho de leer, que da sentido a la literatura, y digamos que esta se inventó con esto y por esto; es el fuego de la literatura, o la rueda.
10/10/07
La España Negra II, de Solana
22/8/07
Solana por Gaya
Hay algo sumamente directo en estos dos pintores. De la naturaleza a ellos y de ellos a la naturaleza. Hay como una comunicación primaria, algo como antes de la cultura; por eso tienen esa intensiva expresividad, y como una cierta torpeza, se puede hermanar con la torpeza, pero es una torpeza muy especial."
20/8/07
Más Solana
"Trapiello afirma que Solana es como Baroja y Galdós al recopilar sus inéditos
Alfredo Valenzuela.
Sevilla, 19 ago (EFE).- El escritor Andrés Trapiello sostiene que el pintor José Gutiérrez Solana (1886-1945) no es, como escritor, inferior a Baroja, Azorín, Unamuno o Galdós en las palabras preliminares que ha escrito para "La España (II)", volumen que recoge textos hasta ahora inéditos del pintor y escritor.
Editado en Granada dentro de la colección "La Veleta", que el propio Andrés Trapiello dirige, el volumen recoge trescientas páginas de inéditos solanescos precedidos de un "estudio" de Ricardo López Serrano, que se ha encargado también de clasificar estos textos, algunos de ellos conservados incompletos.
Camilo José Cela calificó de "ejemplares" los seis libros publicados por Solana, del que este nuevo toma el título del que quizás sea más conocido, "La España negra", también por la temática y el tono de estos textos que, según Trapiello, "son los mismos de siempre".
Estos inéditos se dedican al "universo de los desamparados, la alucinación de sus paisajes y unas criaturas aplastadas por su carnavalesca sinrazón, y, desde luego, a la terrible verdad de saber que no somos muy diferentes de nuestras máscaras ni nuestras máscaras muy distintas de nosotros", en palabras de Andrés Trapiello.
Tal vez por no haber conocido editores anteriores ni correctores, estos escritos, a diferencia de los otros seis libros de Solana, tienen "en algunos pasajes, mayor autenticidad y primitivismo", según añade Trapiello, quien reseña que esto "añade si cabe más expresividad al conjunto", integrado por textos sobre toros, oficios, los cafés de los pueblos y hasta sobre "Crímenes pasionales".
Hay fragmentos de "Viajes por España", con descripciones de Barcelona, Talavera de la Reina, Chinchilla, Cuenca, Toledo, Haro, Soria y Segovia, así como varios agrupados bajo el epígrafe genérico de "Santander", "Madrid" o los dedicados a Chinchón, Boadilla del Monte, Villaviciosa de Odón, El Escorial o Navalcarnero, agrupados bajo el de "El libro de los pueblos de Madrid", ya que, como destacan Trapiello y López Serrano, algunos de ellos se debían a libros proyectados por Solana que no llegó a publicar.
El capítulo de "Madrid", por ejemplo, incluye epígrafes que ya avisan de lo que va a venir después, como "La recogida de los perros, los laceros y el depósito del canal", "Los locos", "El carnaval de Carabanchel Bajo" o "Peluquerías económicas".
Aunque la pintura fue el arte que le hizo célebre y el único que le reportó beneficios económicos -la escritura le costó dinero, se editó el mismo todos sus libros menos uno-, Solana quiso considerarse siempre tan escritor como pintor, y a su humor pertenece el aserto "con esto de escribir no hay quien pinte y con esto de pintar no hay quien escriba", que empleaba cuando estaba muy atareado.
López Serrano afirma en su estudio introductorio que la dedicación literaria de Solana "fue continua a lo largo de casi toda su vida, no se resolvió en los seis libros publicados pues dejó también algunos artículos o fragmentos literarios publicados en revistas o en libros de otros autores", además de libros inacabados, como uno que habría de titularse "París", del que en este volumen se recogen capítulos como "El museo de figuras de cera" y "El barrio judío".
Este nuevo volumen recoge todos los inéditos conservados de Solana y algunos "casi inéditos", como los que fueron editados por Ramón Gómez de la Serna en "Pombo" y en su biografía del pintor, que no son fáciles de encontrar, con lo que López Serrano considera que con este libro se ha publicado ya "todo el corpus literario solanesco". EFE
28/7/07
"La cola del hambre"
Pego aquí el enlace al artículo.

27/6/07
Solana de cuerpo presente

22/6/07
Epílogo a "La España negra"

Tengo mi vieja maleta abierta en medio de la habitación, toda revuelta, por la que veo asomar alguna ropa y muchos papeles, apuntes de viaje, los que tendré que poner en orden.
[...] En un testero, y enfrente de mí, está el cuadro de la reunión de Pombo; son los buenos amigos del café, a los que mando mi primer saludo. Es un cuadro a medio conseguir, y ahora verdaderamente siento el no haberle podido dar una forma más acertada y más decisiva. En el centro está nuestro querido amigo Ramón Gómez de la Serna, el más raro y original escritor de esta nueva generación. Está puesto en pie y en actitud un poco oratoria; recio, efusivo y jovial, una tanto voluminoso, pero menos de lo que deseamos verle, para completar su gran semejanza con un Stendhal español o un nuevo Balzac de una época más moderna y menos retórica; cerca de él está su cartera, esa buena amiga que siempre le acompaña llena de pruebas de imprenta y dibujos que hace rápidamente para ilustrar sus escritos con comentarios gráficos admmirables, siluetas rapidísimas llenas de humorismo y amenidad y que dan un encanto más a los artículos que publica casi diariamente en La tribuna y El Liberal.
A su lado Bacarisse, Coll, Bartolozzi, Cabrero, Borrás, Bergamín, Abril, y encima, el prodigioso espejo de Pombo, este espejo cinematográfico, cuya luna patinada cambia constantemente de expresión; unas veces nos sugiere ideas antiguas, nos transporta a la época de Larra; los viejos con grandes levitas y las enormes chisteras, los fracs, las corbatas con muchas vueltas y los chalecos rameados, de los que cruzan las pesadas y largas cadenas de oro."
(José Gutiérrez-Solana, Obra literaria, Tomo II, págs. 168-169, editado por Fundación Santander Central Hispano).