25/11/07

COMADREJAS

Ese año hubo muchas comadrejas. Se las podía ver por todas partes, como relámpagos entre los trigos, asomando en la cuneta, cruzando veloces la carretera como las propias liebres. Su silueta alargada persistía un momento en la retina, proyectada en los párpados cerrados contra el sol. Yo sacaba la cabeza por la cabina del tractor para que me diera un poco el aire mientras subía la cuesta camino del pueblo. Era a la vuelta, cuando el atardecer ya era largo y daba tiempo a ducharse y pasarse por el bar de Emiliana antes de cenar. Se hablaba allí de las muchas comadrejas que había. Y también de cómo estaba la dueña.

Emiliana siempre había sido rara, de esas que parece que se lo debes y no se lo pagas, muchos aires de reina, lo de siempre cuando se ha sido y ya no se es. Cuando se murieron los padres de Agustín, sus suegros, ella se hizo cargo del bar. Decían que era para ganarse la vida, decían que era por entretenerse en algo cuando le venían los nervios. Total, lo mismo era.

El verano aquel hizo más calor que en veinte años. Salieron topillos por todas partes, y esa era la razón de las comadrejas según decía Vicente, que sabe de todo. Los topillos le gustaban mucho a Rafa. Se pasaba el tiempo espiándolos a la salida de sus madrigueras. Les ponía al alcance gusanitos, pequeños insectos. A veces conseguía que alguno se le pasease por el brazo hasta el hombro y entonces él se reía silenciosamente, en sacudidas emocionadas. Tanto como le gustaban los topillos odiaba Rafa a las comadrejas. Cada vez que enganchaba a una, la agarraba de la cola y la sacudía contra una piedra hasta que la reventaba. Una tarde trajo una, o lo que quedaba de ella. Entró en el bar y la puso de un golpe encima de la barra. Emiliana, que estaba sirviendo vino de la botella, lo tiró todo al suelo y se puso a chillar como una loca. Se la tuvieron que llevar adentro pataleando.

Rafa era, como se suele decir, un poco inocente. En invierno le tenían en un colegio especial, y en verano venía al pueblo. Se dedicaba a buscar topillos y a pedir a todo el mundo revistas de mujeres. Se entretenía recortando con unas tijeras la parte de las bragas, todas las fotos las recortaba igual a ver si encontraba algo debajo del papel. Si en un momento así lo interrumpías, se ponía muy violento. El resto del tiempo era un buen tío.

Fue un verano agobiante, el de las comadrejas. Las moscas no daban reposo ni dentro ni fuera. En el bar de Emiliana se arracimaban encima de las mesas, incordiaban posándose en la cara, en las piernas… y luego, el calor. Comentábamos los escotes de Emiliana cuando se inclinaba sobre la barra, comentábamos lo zalamera que estaba este verano ella que era tan altiva, y los sofiones que se llevaba el Agus, asomando a veces por detrás de la barra con su gorrilla de visera y su sonrisa de ojos guiñados. Hablar por hablar, para no hundirnos del todo en aquellos pozos de bochorno que nos mantenían presos y paralelos en nuestros sitios a lo largo de la barra. Matar el tiempo.

Que era la edad, opinaba Vicente. Que por fin había entendido Emiliana que le quedaba poco y había que disfrutarlo todo junto antes de que fuese demasiado tarde. Guiñaba un ojo cuando decía las palabras “todo junto” y Rafa iniciaba a la vez una risilla temblona y afilada que venía como de muy lejos a morir a sus labios. Parecía que entendía, el muchacho, comentábamos riéndonos. Y volvíamos a sucumbir a la modorra de aquellas largas horas.

Después de cenar nos íbamos al patio de Vicente. Su mujer sacaba clarete del que hacían ellos y nos quedábamos hasta las tantas. Se estaba bien allí con la trasera abierta, viendo pasar la gente. La mujer de Vicente se ponía en la calle a hablar con las vecinas. A veces venía Emiliana y se sentaba en una silla baja con mucho cruce de piernas y unas risas muy altas. “Ya está ahí tu novia”, le decía alguien a Rafa entonces. Y él parece que la venteaba y luego se quedaba enfurruñado y triste, al ver que nos reíamos. “No te preocupes, hombre. Cualquier día de estos se muere el Agus y te casas con ella”. Muchas noches Vicente sacaba un libro y nos leía trozos de novelas. Se acercaban entonces las mujeres y Emiliana suspiraba en los trozos que eran de amor. Un día, Rafa la ofreció un topillo de esos que siempre llevaba con él y ella se retiró con muchos gestos de asco “Qué pena de criatura -le dijo a la mujer de Vicente- un hombretón así con ese cerebro de mosquito…” Pero desde entonces, se arrimaba a él en el patio de Vicente. Hacía como si no, pero todos lo notamos.

Transcurría el verano, pero el calor no pasaba. Malhumor y hastío a lo largo del día, el campo recogido, casi nada por hacer. Bebíamos y volvíamos siempre sobre lo mismo. Los ojos y los escotes de Emiliana cada vez más hondos, Rafa pegado a ella con su mirada ida... La mujer de Vicente nos prohibió hablar de eso en su patio. “Cualquier día tenemos un disgusto -nos dijo-. Qué loca ha sido siempre la Emiliana. Yo no sé en qué está pensando esa mujer”. La mirábamos con una media sonrisa, cachondos e incrédulos, agotados de tedio y de calor. “No es para tanto, mujer…” “Sois unos insensatos, tenéis agua en los sesos…” “No es para tanto, maja…” “Al tiempo…”

El alboroto nos pilló en el bar, en uno de esos ratos entregados al sopor. Chillidos de Emiliana en la parte de atrás, alaridos como cuando Rafa le puso en el mostrador la comadreja. No pudimos conseguir que Rafa soltase al Agus hasta que vinieron los guardias, pero al menos evitamos que le siguiera golpeando la cabeza contra el tronco de la higuera. Aunque a veces me pregunto para qué. Ahora sigue asomándose a la barra con su gorrilla de visera que oculta los costurones, pero su sonrisa babea, y los ojos guiñados merodean en sus órbitas con una turbadora expresión indagatoria. De Rafa no sacamos nada en claro. Luego nos dijeron que lo habían internado. No lo hemos vuelto a ver. Emiliana ha vuelto a ser la de siempre. Altiva detrás de la barra, sin zalamerías ni escotes ya. Vicente, al que no se le escapa una, dice que del susto se le pasaron las ganas. Y que ella es la única que tiene la culpa de todo: del encierro de Rafa, de la baba en la sonrisa del Agus. Lo hablamos a veces en voz baja, apiñados en la barra como moscas de agosto. Nos dice Vicente que nos fijemos en Emiliana, en el gesto que hace sin querer: Emiliana se alisa la falda muy deprisa por encima de las bragas, muy deprisa y como con miedo, con sus manos finas de comadreja. Lo hace desde aquella tarde, que antes no lo hacía. Y eso que ha pasado tiempo ya…

Porque todo esto fue el año del calor, ese verano en el que el campo se llenó de topillos como los que le gustaban a Rafa.

15/11/07

Seis ideas de Pla sobre el realismo

Antes de que se nos muera el Círculo Solana por inanición, echaré mano de estas seis ideas de Josep Pla sobre el realismo. Que siga viva la llama del Manifiesto...


- Escribir una determinada impresión, sentimiento o idea teniendo en cuenta la totalidad del objeto y a la vez con la menor cantidad posible de palabras, con la mayor claridad, precisión y sobriedad.

- Una literatura de observación, de visión, de materialización, de alguna forma de conocimientos, de realismo, fina.

- Una literatura sin retórica, sin declamación, sin ínfulas.

- Nuestra estética está llena de limitaciones y su campo es la vida humana. Somos partidarios de la normalidad.

- El realce, el grafismo de las impresiones.

- La realidad es un fabuloso prodigio que se presenta ante nuestros ojos y ante nuestra sensibilidad, que no tiene límites, es inacabable.

(Diccionario Pla de literatura, Destino, 2001)

4/11/07

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Cupletistas de pueblo.