Siempre he pensado que a Baroja hay que leerlo y no alabarlo, porque pierde su valor. (Aunque esto parezca absurdo, yo sé lo que me digo).
Baroja es para leerlo, porque Baroja es escritor. En eso consiste. Y eso es lo único importante. (Aunque esto parezca de Perogrullo, yo me entiendo).
Y el Baroja escritor es, sobre todo, un estilo y una personalidad:
• Su estilo -su no estilo- es admirable. Yo creo que tendría que ser obligatorio, por Ley, escribir así. El mundo sería mucho mejor.
• Su personalidad, para mi gusto, tiene luces y sombras, como explicaré a continuación.
• Su estilo -su no estilo- es admirable. Yo creo que tendría que ser obligatorio, por Ley, escribir así. El mundo sería mucho mejor.
• Su personalidad, para mi gusto, tiene luces y sombras, como explicaré a continuación.
Nunca he comprendido la dinámica a favor o en contra que tanta gente tiene metida en la cabeza. Me parece absurda en cualquier ámbito, pero más si cabe en el de la literatura. Lo normal es que de un escritor nos gusten unas cosas y otras no. Que disfrutemos de unos libros más que de otros. Eso de salvar o condenar a un escritor, así, como un todo, no lo entiendo. Y con Baroja esa dinámica se ha dado –y se sigue dando– de una manera especialmente virulenta. En su figura convergen los odios más encarnizados y los amores más extremos (acríticos). O lo aborrecen o lo adoran, no sólo como escritor sino también como persona. O le insultan con verdadera saña o tratan de maquillar sus zonas más oscuras, que también las tiene.
Vaya por delante que Baroja me encanta como escritor y, en general, me cae bien como “personaje”, aunque trataré de enumerar qué es lo que más me gusta y lo que menos. Seguro que me dejaré cosas en el tintero, pero en fin... Allá voy:
ME CAE BIEN el Baroja solitario, el paseante, el misántropo, el que dice lo que piensa sin mayor miramiento, con sinceridad y sin escrúpulos ante el qué dirán. Me encanta el Baroja que camina, observa y después describe lo que ha visto. Ése, a mi modo de ver, es el gran Baroja. El que cuenta las cosas de forma natural y directa, sin afectación. El que escribe tanto, tantísimo… y tan bien, ese que siempre será actual porque nos habla directamente, de inteligencia a inteligencia, porque en él el lenguaje no es un obstáculo, como en tantos otros, sino el instrumento esencial de la comunicación. Un medio que hace vida, que da vida. Como debe ser.
Me cae bien el Baroja que vive escribiendo, ese hombre a una pluma pegado, y que se contradice cuando quiere; el Baroja que se quita importancia; el que es un poco insolente y kamikaze; el que sabe mirar; el que pone un toque de lirismo en mitad de la estepa. He disfrutado muchísimo con el Baroja de Las horas solitarias, el de las Memorias, el de los viajes y paseos, el que describe gentes y paisajes, etcétera.
[Me hace gracia el Baroja cazurro, el cabezón, el cascarrabias, el que no entiende las cosas porque no las quiere entender, pero a la vez me cabrea –y mucho– el Baroja ignorante que está orgulloso de serlo, que casi presume de ello, el que va con su amargura y con sus miserias a cuestas y que lo único que quiere es imponerse; el que se niega, el que se cierra en banda… y caga su sentencia. Porque el señor Baroja caga muchas sentencias, y opina de todo sin saber, como los tertulianos de la tele. Y también me parecería estúpido negar que hay un Baroja ideológicamente muy controvertido (baste recordar el famoso título de uno de sus libros: Judíos, comunistas y demás ralea).]
ME CAE MAL el Baroja pueril y ególatra, el que se da importancia, el que presume de linaje y antepasados y habla de la raza vasca y demás chorradas de paleto. El que para defenderse de los ataques que ha sufrido se sube a la parra del ridículo y fanfarronea absurdamente sobre cualquier tontería; el Baroja rencoroso y ventajista. No me gusta nada el Baroja crítico de arte ni de literatura ni de filosofía (me repatea especialmente cuando malinterpreta y utiliza de manera vergonzosa a pensadores como Nietzsche o Schopenhauer, ¡para matarlo!). El Baroja novelista a veces me aburre y a veces no.
Dice Mabalot que tengo una relación muy "extraña" con Baroja, y seguramente esté en lo cierto. Aunque creo que el rarito es él (Baroja), no yo.
[Me hace gracia el Baroja cazurro, el cabezón, el cascarrabias, el que no entiende las cosas porque no las quiere entender, pero a la vez me cabrea –y mucho– el Baroja ignorante que está orgulloso de serlo, que casi presume de ello, el que va con su amargura y con sus miserias a cuestas y que lo único que quiere es imponerse; el que se niega, el que se cierra en banda… y caga su sentencia. Porque el señor Baroja caga muchas sentencias, y opina de todo sin saber, como los tertulianos de la tele. Y también me parecería estúpido negar que hay un Baroja ideológicamente muy controvertido (baste recordar el famoso título de uno de sus libros: Judíos, comunistas y demás ralea).]
ME CAE MAL el Baroja pueril y ególatra, el que se da importancia, el que presume de linaje y antepasados y habla de la raza vasca y demás chorradas de paleto. El que para defenderse de los ataques que ha sufrido se sube a la parra del ridículo y fanfarronea absurdamente sobre cualquier tontería; el Baroja rencoroso y ventajista. No me gusta nada el Baroja crítico de arte ni de literatura ni de filosofía (me repatea especialmente cuando malinterpreta y utiliza de manera vergonzosa a pensadores como Nietzsche o Schopenhauer, ¡para matarlo!). El Baroja novelista a veces me aburre y a veces no.
Dice Mabalot que tengo una relación muy "extraña" con Baroja, y seguramente esté en lo cierto. Aunque creo que el rarito es él (Baroja), no yo.
Voy a poner el ejemplo de sus Memorias, que ya he dicho que me encantan. El Baroja personaje que allí aparece me hace gracia, en general me cae bien, pero no puedo obviar al Baroja escritor -y personaje “moral”- que se fabrica a sí mismo en sus Memorias como si fuese un elemento más de sus novelas (del mismo modo que los personajes de sus novelas no son sino Barojas transfigurados, un poco cambiados, habitualmente mejorados). Y me resulta incómodo, porque es como estar pillando constantemente a alguien en falta. Es como si los lectores fuésemos sus confesores pero él tratase de esconder sus culpas a la vez que se confiesa, por lo que queda aún más en evidencia. No sé, me da un poco de pena... Me desconcierta ese Baroja pueril, el que llora y patalea tirado en el suelo, el que insiste una y otra vez en que nunca miente, lo que nos hace suponer -naturalmente- todo lo contrario: a saber, que es un auténtico mentiroso. Ojo: no creo que Baroja mienta por maldad o para sacar beneficio de algo, sino simplemente porque ése es su método de literaturizarse a sí mismo, al “personaje Baroja”. Y hay una permanente preocupación autodefensiva, autoexculpatoria, que resulta agotadora. Vamos, que Baroja tiene una conciencia moral -¿una psicología?- muy rarita, la verdad. O eso me parece a mí. Desde luego Freud se pondría las botas con este paciente (por ejemplo, un tema evidente es el de las mujeres...).
Baroja es muy grande. Baroja es un maestro. Baroja es el escritor que nos enseña a escribir... leyéndolo.
Baroja es muy grande. Baroja es un maestro. Baroja es el escritor que nos enseña a escribir... leyéndolo.